España 82: los tres asesinatos con los que ETA quiso hacer «saltar en mil pedazos» el mundial
La gran cita del fútbol volverá a nuestro país casi cincuenta años después, en una época muy diferente a aquella en la que la banda terrorista amenazaba nuestra seguridad con bombas, mientras intentábamos cerrar con éxito la Transición
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Madrid
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Iniciar sesiónEspaña había intentado ser sede del Mundial en dos ocasiones. La primera, en la edición inaugural de 1930, en la que los miembros de la FIFA se decantaron por Uruguay; y la segunda, en 1966, en la que el régimen de Franco acabó por retirarse ... de la votación. No fue hasta 1982 cuando el Mundial recayó por fin en este país que estaba abriendo las puertas al mundo… con muchas dificultades económicas, políticas y sociales que amenazaban la seguridad del evento.
No hay que olvidar que, tras la muerte de Franco y la llegada de la democracia, ETA continuó apretando el gatillo y sembrando las calles de bombas. Especialmente dramático fue el periodo entre 1978 y 1980, los denominados «años de plomo», en los que la banda terrorista asesinó a 244 personas. El peor año de todos fue 1980, en el que hubo más víctimas mortales con un balance de 97 asesinatos y 200 atentados. Además, un atentado en Madrid en 1979, contra el aeropuerto de Barajas y las estaciones de Chamartín y Atocha, pusieron en entredicho la seguridad del evento, dañando infraestructuras claves en la organización del Mundial.
A medida que se acercaba la inauguración, España tuvo que sobreponerse, con mucho trabajo, a una imagen que se estaba viendo seriamente perjudicada. Un paso adelante y otro hacia atrás. Se abortó la 'Operación Galaxia' que quiso reventar la transición constitucional, se produjeron las primeras reivindicaciones sindicales y se legalizó el PCE, pero se produjo el terrible el atentado de la ultraderecha contra un despacho de abogados en la calle Atocha, se desató la inestabilidad con la dimisión de Adolfo Suárez y, sobre todo, se produjo el golpe de Estado del 23-F en 1981, a tan solo un año del mundial.
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Entre todas esas circunstancias tuvo que aflorar el mayor evento deportivo del planeta, que se gestó en la dictadura, que evolucionó entre los dos regímenes y que eclosionó al mismo tiempo que nuestra democracia, cumpliendo un fin bien distinto al que, en sus orígenes, se había diseñado. El mundial situó a España como protagonista en todos los medios de comunicación del mundo y mostró un país moderno, acogedor y capaz de acometer un reto organizativo de tales dimensiones, en medio del mayor periodo de transformaciones sociales, económicas y políticas que había visto nuestro país en décadas.
Inauguración
España lo consiguió, pero ni siquiera en la euforia de la inauguración las tuvo todas consigo. En el mismo momento en que se celebraba la ceremonia, el 13 de junio de 1982, José Javier Beloqui y su compañero de ETA José Aparicio Sagastuma pararon un taxi en Rentería a punta de pistola e introdujeron a su chófer en el maletero. Sin sacarlo de allí, condujeron hasta el Alto de Capuchinos y estacionaron el vehículo en el punto exacto desde el que podían divisar, varios cientos de metros más abajo, la caseta de control de la Guardia Civil situada en la entrada del puerto de Pasajes.
Mil millones de personas veían en ese momento por televisión a un niño de diez años caminando hacia el círculo central del Camp Nou con un balón debajo del brazo. Vestía el uniforme de la selección española. Pocos segundos después, con la 'Romanza' de Salvador Bacarisse sonando por megafonía, una paloma blanca salió de la pelota y voló hacia el cielo iluminado de Barcelona. Fue el momento más emotivo de una ceremonia en la que miles de voluntarios vestidos de blanco formaron el dibujo de otra paloma gigante de la paz sobre el campo, con su rama de olivo incluida.
Esa paz, sin embargo, no iba a ser fácil de mantener. Al acabar la ceremonia, con el taxista todavía en el maletero, Beloqui sacó su rifle Winchester, colocó la mira telescópica, apuntó sobre la cabeza de uno de los dos guardias y disparó. Solo le hizo falta una bala. José Luis Pernas, de 25 años, cayó abatido ante la mirada aterrorizada de su compañero. La víctima ingresó cadáver en el Hospital Militar de San Sebastián, dejando huérfanas a dos niñas. Fue el primer atentado de ETA en el Mundial, que quiso utilizar como escaparate de sus reivindicaciones.
El reto
«Es muy significativo que dejaran seco a un pobre agente gallego, descerrajándole el parietal de un balazo, solo una hora después de finalizar aquella ceremonia en la que se puso tanto énfasis en el pacifismo, con aquella paloma que se quedó grabada en el inconsciente colectivo», advertía en diciembre a ABC Alberto Ojeda, autor de 'Cuero contra plomo: fútbol y sangre en el verano del 82' (Altamarea, 2022), un ensayo en el que este periodista recuerda la organización del Mundial de España en uno de los momentos más cruciales de la historia del país.
El reto fue enorme y la preocupación, máxima, con la Transición en marcha, la democracia en construcción, el ingreso en la Comunidad Económica Europea en juego y ETA como infame protagonista en sus años más sangrientos. En las semanas previas, la banda terrorista había anunciado que no atentaría directamente contra los equipos ni la competición. «A nosotros también nos gusta el fútbol», declaró uno de sus portavoces en una concentración de apoyo a etarras, casi como broma macabra.
«Lógicamente, no podías bajar la guardia ni fiarte de lo que prometiera un terrorista, sobre todo, cuando Jon Idígoras había estado concediendo entrevistas en las que aseguraba que, por supuesto, el Mundial se iba a aprovechar para dar a conocer al mundo la causa de la izquierda abertzale», contaba el autor a este diario sobre el histórico dirigente de Herri Batasuna, brazo político de ETA. En julio de 1981 comentó en 'La Repubblica', exactamente, que la competición podría «saltar en mil pedazos» si el Estado español no adoptaba una postura más flexible frente a sus aspiraciones.
El 23-F
Tal y como pensaban también algunos sectores radicales de la sociedad, Idígoras se justificó con el golpe de Estado del 23-F, que para él demostraba que España era todavía un país a merced de los franquistas. Sin embargo, en los citados «años de plomo» ETA había acabado con la vida de un 30% de todos los muertos causados a lo largo de sus cincuenta años de sangrienta historia. «No es el mejor momento para organizar un Mundial. Hubiese sido mejor hace diez años o dentro de diez, con la autocracia o con la democracia ya estabilizada», opinó en ABC el mismo Raimundo Saporta, presidente del comité organizador, en marzo de 1981, pocos días después de la irrupción de Antonio Tejero en el Congreso.
«Los Mundiales… Francamente, me viene la tentación de decir que serán normales, pero en cuanto a ETA no estoy muy seguro. Es más honesto decir que en este desquiciado país puede ocurrir de todo, estamos a oscuras», aseguraba a este diario con bastante inquietud Mario Onaindia, viejo militante etarra y secretario general de Euskadiko Ezkerra. Y Xabier Arzalluz echó leña al fuego en un momento en el que las competencias de las comunidades autónomas también estaban en juego: «ETA probablemente no tocará a un futbolista, a un periodista o a un turista extranjero, pero podría muy bien matar a un policía o a un oficial coincidiendo con los Mundiales. Si Saporta quiere negociar, es oportuno que lo haga. Con ETA no caben bromas».
Por desgracia, el presidente del PNV no se equivocó: el 30 de junio, el jefe de la Policía Municipal de Baracaldo, José Aybar Yáñez, fue tiroteado por la espalda mientras jugaba a las cartas en un bar con los amigos; el 3 de julio, ETA político-militar secuestró al industrial Rafael Abaitua, y el 4, mató al guardia civil Juan Antonio García González, de solo 21 años y natural de Guadalajara, con una bomba adosada a su vehículo.
El joven aficionado
La víctima más recordada fue Alberto Muñagorri, un niño de diez años seguidor de la selección española que, un día después del partido contra Irlanda del Norte, caminaba tranquilamente por Rentería y su vida cambió para siempre. «Al pasar al lado de una mochila a la que no está claro si dio una patada, estalló y perdió la pierna justo cuando se dirigía a jugar una pachanga con sus amigos… Ya nunca más pudo jugar al fútbol. Nadie avisó de la colocación de la bomba. Cuando se despertó días después, lo primero que hizo fue preguntar por cómo iba la selección. Esta le envió un scalextric de regalo al hospital», relataba Ojeda.
A pesar de todo ello, la España de 1982 es la imagen de un país que abre sus puertas al mundo y que muestra su mejor capacidad para organizar el mundial más grande e importante celebrado hasta la fecha. La imagen de la Paloma de la Paz de Picasso, formada por cientos de chicos sobre el césped del Camp Nou en la ceremonia inaugural, era una declaración de intenciones, con la que se quiso plantar cara al terror en uno de los momentos más complicados de nuestra historia.
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