Las luces y las muchas sombras de Primo de Rivera, el Mussolini español al que la historia ha olvidado
Alejandro Quiroga Fernández de Soto publica 'Miguel Primo de Rivera: dictadura, populismo y nación' (Crítica) para dar profundidad a un periodo que se ha pasado de puntillas
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Iniciar sesiónEl Desastre de Annual metió a Alfonso XIII en un atolladero del que nadie se atrevía a sacarle. Nadie salvo el capitán general de Barcelona, Miguel Primo de Rivera, un militar poco conocido que se ofreció a ser el cirujano de hierro que reclamaba ... la corriente regeneracionista. El Monarca se resistió a la tentación de convertirse en rey dictador y, a cambio, permitió el 13 de septiembre de 1923 el pacífico golpe de Estado de Primo de Rivera, que habría de ser su Mussolini castizo. «La clave de su ascenso está en cómo supo leer la situación política del momento de un modo muy inteligente y de contarle a todos sus potenciales apoyos lo que querían oír», explica Alejandro Quiroga Fernández de Soto, que acaba de publicar 'Miguel Primo de Rivera: dictadura, populismo y nación' (Crítica).
La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) ha quedado en la memoria colectiva como un remoto preámbulo al franquismo, un régimen blando sin ideología ni poso en España, un artificio improvisado sin la menor posibilidad de éxito. Frente a los mitos y malentendidos sobre el dictador, este historiador formado en Inglaterra dibuja en su libro la figura de un político astuto, ambicioso y con pocos escrúpulos. «No creo que fuera una persona cruel, pero es un hombre acostumbrado a la violencia», considera su biógrafo.
Primo de Rivera no pertenecía al círculo de palacio, no era alguien popular y ni siquiera contaba con grandes apoyos dentro del Ejército. Y quizás era esa ausencia de deudas lo que le hacía la persona más adecuada para liberar la patria de los «profesionales de la política». «Es el inventor de una manera populista de hacer política que antes era desconocida en España. Una política que apela a las emociones y juega con la verdad. A nivel discursivo, esto se traducía en que se veía como el representante del pueblo frente a las élites liberales corruptas y en que estaba siempre viajando en una campaña electoral interminable», afirma.
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Otro de los mitos más frecuentes es que su dictadura fue poco represiva. Quiroga niega la mayor: «A la altura de 1925 el régimen era ya más autoritario y duro que el de su admirado Mussolini, al que tenía como referente a nivel europeo. Además, su represión tenía un punto aleatorio. Resultaba un poco lo que le apetecía al dictador en cada cada momento. Es cierto que la violencia palideció con la posterior franquista, pero si la comparamos con otras dictaduras de la época nos hacemos una mejor idea de este fascismo latente», señala el autor.
«A la altura de 1925 el régimen era ya más autoritario y duro que el de su admirado Mussolini, al que tenía como referente a nivel europeo. Además, su represión tenía un punto aleatorio»
El contexto económico favoreció al dictador, que pudo presumir, como explica Quiroga, de que «una vez que hemos quitado a los políticos del medio, entonces el país estaba creciendo». Gracias a lo barato que estaba el dinero en todo el globo, la dictadura aplicó grandes planes de modernización del país en el desarrollo de la electricidad, el agua corriente, las carreteras, el ferrocarril, las escuelas… Las grandes empresas estatales (Campsa, Telefónica, Iberia, etc) se crearon en este periodo. Sin embargo, esto generó una serie de problemas de corrupción y de líos en las licitaciones de contratos.
Una salida no violenta
El idilio económico terminó abruptamente con la crisis de la peseta. Primo de Rivera reclamó al Rey, en febrero de 1929, el año en el que hizo «crac» la bolsa de Nueva York, más facultades para meter en cintura a los huelguistas y los críticos. Alfonso XIII se hizo de rogar. Con los artilleros, la nobleza, los estudiantes, el catalanismo, buena parte de los intelectuales y bastantes monárquicos hartos de las arbitrariedades del dictador, se evidenció que Primo de Rivera había dejado de ser rentable a la Monarquía.
El dictador dimitió el 28 de enero de 1930 bajo el pretexto de haber sufrido «un mareo» y tomó un tren hacia Francia. «Es una anomalía, sin duda que la dictadura terminara sin violencia. Cuando perdió el apoyo del Rey y, sobre todo, el de los generales, se vio obligado a dimitir. Aún así, hay documentos que salieron hace relativamente poco a la luz que muestran que pensó en la idea de dar un golpe de estado. Yo esto no lo tengo muy claro. Una cosa es que escribiera el papel y otra cosa es que realmente pudiera darlo», opina el biógrafo, que bromea con la idea de que «con dos ayudantes y unas maletas no se puede dar un golpe».
Tampoco es que tuviera tiempo para más. En Barcelona trató de convencer al capitán general de la provincia de que se pronunciara contra Alfonso, si bien este le comentó que era demasiado tarde para dar un golpe desde arriba y demasiado pronto como para hacerlo desde la oposición. Mareado y triste, el espadón falleció de un coma diabético en un modesto hotel parisino. Su dictadura de siete años quedó engullida por la vorágine de acontecimientos que le siguieron. «Políticamente su hijo tuvo mucha menos importancia pero, aunque sea por el uso que hizo el franquismo con su memoria, ha quedado más en el imaginario colectivo que el padre», recuerda este doctor en ciencias políticas por la London School of Economics and Political Science.
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José Antonio Primo de Rivera, primogénito del general, intentó mantener viva la memoria de su padre, al que admiraba mucho, pero pronto tomó su propio camino ideológico. «Hay vínculos entre padre e hijo que son claros, pero hay que tener en cuenta que el José Antonio del año 30 no es, por ejemplo, el del 33. A lo que nunca renunció el fundador de Falange Española es a defender tanto en los tribunales como en libros la figura de su padre, del que decía que había sido traicionado y no merecía ese tipo de trato».
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