De Jovellanos a Vox: así es la historia de la derecha española sin tópicos
En 'Historia de la derecha española' (Espasa), Pedro Carlos González Cuevas recorre la trayectoria social e ideológica de este conjunto de tradiciones políticas que, inevitablemente, han marcado la identidad de la nación
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Iniciar sesiónLa derecha española arrastra una serie de estigmas, desde que es antidemocrática a elitista, que no corresponde con su historia llena de vericuetos, matices y de conquistas para el avance del país. El profesor Pedro Carlos González Cuevas (Madrid, 1959) se propone en su ... nuevo libro, 'Historia de la derecha española: De la Ilustración a la actualidad' (Espasa), dibujar la trayectoria de este conjunto de tradiciones políticas que, inevitablemente, han marcado para bien o para mal la identidad de la nación. «La Ley de Memoria Democrática considera que en España hay un sector de la sociedad culpable de oponerse a la democracia, partiendo de un análisis moralista e históricamente simplista», asegura este especialista.
El punto de partida del libro está en la Ilustración, cuando emergió un pensamiento reformista pero conservador, en el reinado de Carlos III, que se puede denominar ya derecha y que cristalizó definitivamente en las Cortes de Cádiz. «Ahí es donde ya se ven los perfiles. Por un lado, una derecha cuyo puro mentor sería Jovellanos, que teorizaba sobre reformas en un sentido liberal, que no democrático, de las instituciones del Antiguo Régimen; y, por otra, los realistas, que querían conservar lo básico del Antiguo Régimen. Grupos de opinión, grupos intelectuales, que posteriormente marcaron las bases del liberalismo moderado», señala González Cuevas.
Una de las particularidades de 'Historia de la derecha española' es la comparación de estos grupos españoles con otras derechas europeas, como la francesa, la británica, la alemana o la italiana, mostrando la constante evolución de una realidad que nunca fue monolítica, sino plural y llena de singularidades. «Hay que destacar el factor religioso y católico que compartimos con otras sociedades como Portugal o quizás Austria, pero que en países donde triunfó la Reforma protestante fue distinto. En España, como hay prácticamente uniformidad religiosa, no hubo una separación entre el altar y el trono, mientras que en Inglaterra, Alemania, Francia e incluso Italia, la derecha resultó más plural y tuvo que recurrir a otros factores de unificación, tanto culturales como de un nacionalismo secular», defiende el autor de esta obra con prólogo del hispanista Stanley G. Payne.
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El moralismo contra la historia
La Ley de Memoria Democrática, aprobada el pasado octubre, justifica su existencia en una mitológica lucha entre demócratas y fuerzas represivas, sin precisar quién son exactamente, a lo largo de los siglos XIX y XX que confluyó en la actual democracia tras intentos progresistas como la Segunda República. Sin embargo, este profesor de pensamiento político de la UNED ve un fallo básico en este relato que «no solamente condena al régimen de Franco o al régimen de Primo de Rivera, sino a toda la tradición liberal doctrinaria que dio lugar a las distintas constituciones decimonónicas». La ley cae, en su opinión, en un análisis moralismo y no en los contextos históricos reales donde se mueven los profesionales del estudio del pasado.
«Hay que decir que en el siglo XIX, ni en la derecha ni en la izquierda, podía haber democracia, ni en España ni en otros países. No se puede pasar de una sociedad de antiguo régimen a una sociedad democrática sin un desarrollo económico y sin un periodo liberal que creara instituciones y preparasen el terreno para la democracia. Eso no se puede olvidar. Ya cuando la sociedad evoluciona, cuando se industrializa, cuando las clases obreras y las clases medias se movilizaron, sí podía haber posibilidades», señala el historiador que, incluso en la Segunda República, encuentra dificultades para identificar una cultura democrática extendida en España: «La democracia se basa en el pacto y en el consenso sobre los fundamentos del sistema. Pero si los que están llamados a ese pacto parten de la ruptura con la democracia liberal, donde muchos en la Segunda República no creían, pues entonces es imposible».
La derecha históricamente se ha visto como un movimiento antidemocrático, reaccionario por definición, en contra de cualquier avance social. También en esto el libro de González Cuevas hace una labor desmitificadora: «Si hablamos, por ejemplo, del famoso estado benefactor, realmente es un invento de la derecha. Surge con Bismarck en Alemania y aquí en España empezó con la Restauración. Hay un proyecto de Cánovas en torno al intervencionismo estatal que no caló, pero hay leyes sociales conservadoras y luego con Primo de Rivera se sentaron las bases. Un modelo que en el franquismo podemos llamar estado autoritario del bienestar y que también conviene citar como parte de un proceso muy largo. No es que vengan los socialistas y dijeran 'instauramos un modelo desde cero'», señala el escritor de otras obras como 'Maeztu, biografía de un nacionalismo español' o 'La razón conservadora'.
«Si hablamos, por ejemplo, del famoso estado benefactor, realmente es un invento de la derecha»
Franco solía presumir, según la anécdota popular, de que a él le había ido bien no metiéndose en política, pero obviamente hacía política desde la tradicional derecha. «Toda la derecha se unió a Franco ante el indudable peligro revolucionario. Pero no hay que verle como un Mussolini o, ni mucho menos, como un Hitler, con los que no tenía nada que ver, sino con la tradición de los regeneracionistas que defendían, desde postulados liberales, que España estaba muy atrasada y que el régimen parlamentario no funcionaba por culpa de las oligarquías y el caciquismo. Reclamaban una dictadura paternalista, tutelar, para dirigir a un pueblo menor de edad. Una figura que básicamente es lo que intentó Primo de Rivera y que Franco, aunque más duro, porque las circunstancias lo eran, llevó a su máxima expresión», defiende González Cuevas.
La diversidad de Franco
Una de las particularidades de su dictadura es que hubo espacio para las diversas fuerzas políticas que habían suscrito el alzamiento, no solo para un único partido. «El golpe de Estado del 36 no solamente lo dieron los militares, sino que tiene apoyo civil: carlistas, falangistas, católicos y liberales conservadores. Esto derivó en una dictadura donde se podía ser monárquico, católico social, falangista, liberal conservador... Mientras se respetara al dictador, se permitía el pluralismo. El partido único no era el centro del sistema, como en otras dictaduras como la de Italia, Alemania o Rusia, sino la figura de Franco», añade el historiador.
Otro de los temas controvertidos que desmonta el libro de Espasa es el feminismo como patrimonio de la izquierda, una afirmación que desmiente el hecho de que fue en época de Primo de Rivera cuando se inició el debate sobre el sufragio femenino y la introducción de las mujeres solteras en las instituciones corporativas y en la Asamblea Nacional Consultiva. Este historiador del Pensamiento destaca el caso particular de Emilia Pardo Bazán, un verso suelto de ideología conservadora que abogó por que las mujeres conquistaran nuevos espacios y cargos a pesar de la oposición de políticos de ambos espectros.
«En España la cuestión feminista es muy tardía. No hay un movimiento feminista como lo hay en Inglaterra o en Estados Unidos, de modo que lo que hay es versos sueldos como Bazán, que quiere que se le concedan los mismos derechos a las mujeres que a los hombres. Pero la sociedad en su conjunto no era feminista, ni siquiera en la Segunda República», afirma González Cuevas citando la poca cantidad de mujeres parlamentarias o el que hubo sectores de la izquierda contrarios al sufragio femenino por temor a la inmadurez intelectual de la mujer.
–¿Fracasó la Segunda República por culpa de la derecha?
–La Segunda República es un régimen político pre legítimo, que no consiguió la adhesión de la mayoría de la población. Por un lado, los católicos no lo aceptan porque la legislación anticlerical es muy fuerte. No lo aceptan los nacionalistas vascos y catalanes porque quieren la independencia. No lo hacen tampoco los carlistas o los falangistas. Eso sin olvidar al anarquismo, que es un sector importante de la clase obrera con el que no se puede colaborar porque rechazan cualquier régimen liberal. Además, lo que debería haber sido la base del sistema, el socialismo, recurrió a la insurrección a partir de 1934, sino antes, porque con las huelgas que hizo en el campo ya tomó tintes revolucionarios.
–¿Por qué no consigue el fascismo en el periodo de entreguerras convertirse en un partido de masas en España?
–En primer lugar, hay que definir qué es el fascismo, porque eso todavía es un tema en litigio. Como dicen los expertos, para hablar de este movimiento tiene que haber habido una participación en la Gran Guerra de ese país, algo que en España no ocurrió. Luego necesita también una secularización de la sociedad, pues el fascismo es una ideología laica, y un mayor desarrollo económico, porque el fascismo supone que hay unas clases medias emergentes que no son las clases medias tradicionales. Y depende también de una influencia mayor del nacionalismo, algo que aquí en España no ocurrió por la debilidad del Estado, influida por la fuerza de la Iglesia Católica, la emergencia de los nacionalismos periféricos y la ausencia de proyectos imperiales y coloniales. Todas esas características hacen que en España no pudiera haber fascismo. Pudo haber reacción y contrarrevolución, pero no específicamente fascismo como el que hablamos en Italia.
«Si se acepta el pluralismo social y político y se acepta la competición entre grupos políticos, entre partidos, entonces no se puede hablar de extremismo»
–¿Vox es un partido de extrema derecha?
–¿Qué es el extremismo? El extremismo, de derecha o de izquierda, son los grupos que quieren abolir el pluralismo social y político. Si se acepta el pluralismo social y político y se acepta la competición entre grupos políticos, entonces no se puede hablar de extremismo. Te podrá gustar más o menos, pero no se les puede llamar extremistas. Son unos señores que se han cansado de que no se les tenga en cuenta en el PP básicamente y han hecho otro grupo para competir y para defender sus ideas. Pero no propugnan hasta ahora un régimen autoritario o totalitario. Lo que es tramposo es decir que oponerse al aborto es extremista. Hace unos años no lo era. ¿O criticar el estado de las autonomías? Que, desde luego en Francia, que es un país centralista, no lo es.
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–¿Goza hoy en día de buena salud la derecha en España?
–Sí, y en todos los países donde está surgiendo la llamada derecha identitaria, que dentro de su retórica pone en duda ciertas cosas que no gustan a un sector de la población como la emigración musulmana, el régimen de Bruselas, la crisis de las clases medias, el sistema económico y la corriente de feminismo que condiciona la propia existencia del sexo. Todo eso iba a tener una reacción social y surgir alternativas como estas. Por eso ha surgido una derecha más a la derecha que el PP, pero eso no significa que sea extremista, porque no recurre a la violencia ni quiere acabar con el sistema del pluralismo. Yo, que he estudiado a la extrema derecha de verdad, puedo decir que Vox no tiene nada que ver.
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