Isabel San Sebastián: «La Edad Media es muy desconocida, maldita y está denostada sin razón»
La escritora publica una novela medieval que es un canto de amor a las abuelas
Mueren los reyes, caen los caballeros y se suceden los imperios, pero permanecen ellas, las dueñas de los castillos, las viudas de los monarcas y las madres que se deslomaban en los campos para sacar adelante a sus hijos. La escritora y columnista de ABC ... Isabel San Sebastián repara en su nueva novela en aquellas mujeres medievales que, en un mundo dominado por los hombres, sostenían el día a día de la frontera. «Aunque los cronistas no se tomaran la molestia de contarnos nada sobre las mujeres más allá de las reinas, la lógica nos dice que ellas tuvieron que estar ahí y tuvieron que hacerse cargo de responsabilidades muy grandes. He querido rescatar la memoria de esas mujeres sin las cuales la frontera no se habría podido defender», señala la novelista.
En 'La Dueña' (Plaza & Janés) la periodista todoterreno continúa la saga con la que quiere narrar a su manera toda la Reconquista a través, esta vez, de Auriola, una cortesana astuta, una esposa de hierro, una madre irreductible y una abuela de una ternura inmune al paso de los siglos. La obra cuenta la andadura de esta navarra por una Península donde resultan tan peligrosas las luchas entre cristianos como las acometidas musulmanas. «La lección de la historia es que la unidad nos hace fuertes, mientras que la fragmentación nos debilita. Cuando los cristianos se unen, avanzan. Cuando se dividen, retroceden. Desconozco por qué de nuestra tendencia al cainismo, pero aquí seguimos igual», afirma.
El viaje literario por el siglo XI permite a San Sebastián esbozar la personalidad de grandes figuras históricas, como Alfonso VI de León, Sancha de León o Yusuf ibn Tashufin, y revisitar pasajes como la conquista de Toledo, la llegada de los almorávides a la Península o el auge de León como potencia española. «León era el reino nuclear de España en ese momento. El reino que había heredado la continuidad con Asturias, el corazón de la España cristiana», explica la autora de una obra que se presenta este jueves a las 19 horas en el Museo Casa Botines Gaudí, en León.
–¿Quiénes eran esas mujeres que protagonizan la novela?
–Eran un poder silenciado, pero dotado de herramientas legales para poder ocuparse, en caso de que sus maridos murieran, de la administración de su legado mientras los hijos eran menores de edad. Digamos que la condición más empoderada en términos contemporáneos de la mujer en aquella época era la de viuda, y había muchas, lo que significa que las mujeres tenían mucho poder.
–Usted apunta que no eran damiselas en apuros, ni víctimas de los hombres, sino mujeres de gran fortaleza que luchaban por mantener su voz.
–Es que esa situación de la mujer aplastada puede ser real a partir del siglo XVIII o XIX, cuando estuvo muchísimo más sometida y relegada a una condición de mera figurante en una vida dominada por el hombre. Pero, a lo largo del resto de la historia, es mentira. Muchas mujeres, sobre todo las españolas, tenían muchísimo poder. Lo tenían en las culturas precristiana de la cornisa cantábrica y lo tuvieron por una cuestión de lógica durante toda la Reconquista en las regiones de frontera que eran de Castilla y León. Esas mujeres ejercieron poder y eso dejó una huella en las españolas de todos los tiempos.
–¿La sociedad española tiene una visión histórica muy presentista?
–Tenemos una visión de la historia muy viciada por el siglo XIX y, sobre todo, por la profunda incultura histórica que está instalándose en España. Es muy grave que vayan a enseñar historia en los institutos a partir de 1812 y que borren todo lo anterior, pues qué va a saber la gente de lo que pasaba en la Edad Media y de lo que pasaba en la Antigüedad. Tenemos una visión de la historia sesgada y cada vez más pobre en lo que atañe a las mujeres. A mí me da muchísima rabia que este nuevo feminismo nos presente sistemáticamente como seres desvalidos, absolutamente irrelevantes en términos históricos, víctimas de una opresión constante. Cuando es falso.
–De lo que no cabe duda es que eran mundos dominados por hombres.
–Sí, por supuesto, pero por hombres muy ausentes, lo que hacía que alguien se tuviera que hacer cargo de las tierras, y ese alguien eran las mujeres. De eso no se habla porque tiene que parecer que las mujeres estuvieron bajo el yugo del patriarcado hasta que llegó Irene Montero a liberarlas.
–¿Qué tenían en particular las mujeres españolas de la Edad Media para mostrar esa fortaleza?
–En primer lugar, tenían la herencia de matriarcado de toda la cornisa cantábrica de las culturas precristiana, que evidentemente influyeron en la sociología masculina y femenina. La construcción de España durante ocho siglos consistió en repoblar territorios ganados al Islam con gentes venidas del norte. No en vano, ese poder de las mujeres del matriarcado se fue perdiendo a medida que pasó el tiempo y se asentó el cristianismo, que es una religión muy misógina, como todas las religiones monoteístas. Con todo, esa cultura matriarcal se mantuvo, ese empoderamiento, esa independencia de las mujeres impregnó las sociedades de frontera.
–¿Por qué las crónicas no las menciona?
–Quien escribió esas crónicas la mayor parte de las veces eran clérigos al servicio de reyes, a los que ese papel secundario de las mujeres no les interesaba. A mí es que no me parece un papel secundario, me parece un papel protagonista. Ellas fueron las que criaron a los guerreros que tomaron el relevo de sus padres. Ellas fueron las que sostuvieron la tierra. Ellas fueron las que gestionaron y administraron todo.
–En la novela comenta en boca de un personaje que, en lo referido al matrimonio de las reinas, la felicidad resultaba indiferente.
–No se pueden juzgar hechos pasados con criterios actuales. El matrimonio, hasta una época muy reciente, no tenía nada que ver con el amor, ni entre la nobleza ni entre las clases más bajas. El matrimonio era una cuestión de interés. Tú juntabas tus intereses con los de otra familia para acrecentar tus tierras y para tener más fuerza laboral. El amor era otra cosa. Se consideraba que los sentimientos eran un pegamento muy endeble para sostener algo tan importante como un matrimonio o una familia. Bien pensado, y a juzgar por cómo van los matrimonios ahora, a lo mejor tampoco era tan errónea esa visión. Es verdad que el amor es una cosa muy pasajera y el interés, en cambio, es una cosa bastante más duradera [se ríe].
–El libro presenta una Península muy dividida entre los propios cristianos. ¿De dónde viene esta aparente tendencia de los españoles a fragmentarse?
–Lo desconozco. Tal vez venga de la gran fragmentación que había en la Península Ibérica antes de la romanización. En el siglo XI los reinos cristianos estaban divididos: el reino de Pamplona, el reino de León, el condado de Castilla, todos luchando entre sí, y también los musulmanes fragmentados en taifas cada vez más débiles y condenadas a pagar a los reyes cristianos del norte. Cuando precisamente la cristiandad se unió, avanzaron hasta el Tajo y conquistaron Toledo. Alfonso VI reconquistó Toledo, aunque luego llegaron los almogávares y unificaron a los musulmanes.
«Somos una sociedad muy egoísta e individualista, a la que nuestros antepasados habrían jugado con la máxima severidad»
–La novela muestra un vínculo casi irrompible entre abuela y nieto. ¿Las historias de los abuelos siguen fascinando hoy?
–Se nota que soy abuela y conozco ese sentimiento tan fuerte. La abuela genera emociones tan bonitas, tan poderosas, que el cuerpo me pedía contar la historia de una abuela que está absolutamente chalada con su nieto, como estoy yo con mis nietas, y que está empeñada también en mantener viva la memoria de sus antepasados, como yo. Perdí a mis padres muy pronto, cuando mis hijos eran muy pequeños, y ahora sigo contando las historias de sus abuelos para que permanezcan vivos. No creo que esto fuera muy distinto a hace mil años. Creo que hay emociones que son imperecederas, eternas, que no cambian con el paso del tiempo.
–¿Somos una sociedad que cuida a sus abuelas?
–Mis nietas son muy pequeñas y me tratan muy bien [ríe]. Mira, en serio, a mí hay una cosa que me escandaliza bastante. Cuando se comete ese error de juzgar hechos pasados con criterios contemporáneos, como cuando la gente se lleva las manos a la cabeza ante el hecho de que existiera la esclavitud o ante el feudalismo, lo que se suele olvidar es que durante toda la historia habría sido inaceptable abandonar a los abuelos como se hace hoy. Durante toda la historia a los abuelos se les cuidaba, se les respetaba. Las personas mayores eran personas cuya experiencia valía mucho. Los abuelos vivían en casa, con los hijos y con los nietos, se les cuidaba y se les respetaba. Nadie en el siglo X u XI habría entendido que a una persona, cuando dejaba de ser válida económicamente, se le aparcara en una residencia o en una esquina. Somos una sociedad muy egoísta e individualista, a la que nuestros antepasados habrían jugado con la máxima severidad.

–Ahora lo que interesa es la juventud a cualquier precio...
–Totalmente. Nos hemos convertido en una sociedad donde lo que cuenta es ser joven y guapo. Si eres joven y guapo, ya lo tienes todo ganado. La experiencia no vale absolutamente para nada. Y así nos luce el pelo...
–Las revisiones históricas intentan incidir mucho en la singularidad navarra, como que hubiera sido un reino aislado completamente, pero en la novela se ve una interacción muy íntima entre leoneses, navarros y castellanos.
–Es que se escribe cada bobada... El Reino de Pamplona tuvo una vocación claramente participativa en la historia de la cristiandad hispana, incluso hegemónica. El Rey Sancho III fue un monarca muy influyente en la historia de España. Sus hijos fueron todos reyes, reyes de León y condes de Castilla. Sancho logró imponer su hegemonía y su influencia política sobre el resto. Luego es cierto que, por avatares militares que se cuentan en la novela, el reino de Pamplona quedó reducido prácticamente a la nada. Pero, desde luego, su vocación de participación era innegable.
'La Dueña'

- Descripción Isabel San Sebastián. Plaza y Janés. 2022. 472 páginas. 22,90euros.
–Pone usted mucho énfasis en que esa sociedad castellana era única en Europa gracias al ascensor social que fue la repoblación de territorios. ¿Cómo se da esta singularidad tan democrática en España?
–Hablar de democracia en el siglo XI es un poco extemporáneo, pero digamos que la peculiar situación que generó la Reconquista, la necesidad de repoblar la frontera, dio la oportunidad a los más valerosos de trocar seguridad por libertad. A quienes estuvieron dispuestos a instalarse en la frontera se les dio un trozo de tierra y libertad para cultivar. Eso sí, tenían que tener siempre en una mano el arado y en la otra una espada. Si eras un buen militar, podías convertirte en caballero. Y si eras un buen caballero, si sabías montar a caballo, podías conseguir un dominio propio. La guerra era un ascensor social. Esto hizo que Castilla, donde no hubo servidumbre y sí mucha gente libre, sea una tierra de una sociología tan peculiar.
–¿Queda huella de esa forma de ser hoy en día?
–Está claro que ha dejado poso. Hay una idiosincrasia, una dignidad, una nobleza especial... España nunca fue un país de siervos. Ni lo fue en el pasado, ni lo es en el presente. Luego es cierto que la historia fue cambiando y que se produjeron los grandes latifundios de los condes y las grandes órdenes militares. Pero en este siglo, en el XI, lo que hubo es oportunidad y libertad.
–¿De dónde viene su fascinación por la Edad Media?
–Primero, porque es una etapa muy desconocida y muy maldita, denostada sin razón. La Reconquista es un episodio que no merece ese tratamiento, sino más bien que se dé las gracias por él, porque sino estaríamos dentro del mundo islámico, que a juzgar por cómo están yo al menor prefiero estar en el Occidente cristiano. Luego porque es una época muy simbólica, lo cual siempre es interesante e inspirador para un escritor. Y tercero porque es una época muy mágica. La propia historia te brinda la ocasión de contar cosas maravillosas sin necesidad de meter dragones y esas chorradas de la televisión. La historia proporciona elementos mágicos de manera sobrada.
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