Tres ocasiones en las que la bandera rojigualda se convirtió en el emblema de los progresistas

Hasta el siglo XX la bandera roja y amarilla sirvió tanto de emblema de las fuerzas conservadoras como de los republicanos de la Primera república

«Mi bandera», del pintor barcelonés Augusto Ferrer-Dalmau

La proclamación de la Segunda República supuso una ruptura con el pasado e hizo que muchos españoles soñaran con un futuro mejor. Solo el tiempo, en esa década de odio ideológico, sectarismo y auge de los totalitarismos, rompió aquellas esperanzas y fracturó hasta ... los cimientos simbólicos que unían al país por encima de facciones o veleidades políticas. La decisión de utilizar como bandera oficial la tricolor, en vez de la rojigualda tradicional , inició un debate en torno a la enseña nacional que sigue hoy en día abierto.

Desde entonces, la bandera rojigualda, luego asumida por Franco junto al Águila de San Juan en su escudo, quedó vinculada a una espectro ideológico concreto, a pesar de que la bandera escogida originalmente por Carlos III para su marina de guerra no tenía connotaciones políticas y ni siquiera históricas. La principal razón por la que fueron elegidos esos colores y esa composición respondía a cuestiones prácticas: dar visibilidad a los emblemas en alta mar. Los motivos por los que se popularizó sí son más poéticos...

La bandera de Cádiz

Tras la decisión de Carlos III en 1785, la bandera no sobrepasó al principio el ámbito marítimo ni se convirtió por imposición real en un pabellón popular a pesar de que su «inventor», el ministro de Marina Antonio Valdés , llegó a remitir un oficio al ministro interino de la Guerra, Pedro López de Lerena , «para que se digne S.M. declarar si es su real voluntad que se establezca el mismo Pavellon en las Plazas , y exercito».

La promulgación de la Constitución de 1812, obra de Salvador Viniegra

Este proceso de asimilación se produjo de forma espontánea durante la Guerra de la Independencia , 1808-1814, de la mano de los liberales y de las fuerzas que se opusieron a los franceses. El ocaso de la idea de la vieja Monarquía «por derecho divino» se escenificó, a pesar de la lealtad a Fernando VII , durante las Cortes de Cádiz , que dieron por resultado una primera idea de nación como colectivo soberano desde un punto de vista jurídico y político. La unificación de esta nación también se produjo a nivel de símbolos, de modo que los escudos y banderas pasaron de ser emblemas dinásticos y reales a ser, sobre todo, emblemas propios del estado, esto es, de la res publica.

No en vano, la presencia de la rojigualda, que aparece ya entonces en representaciones y símbolos en torno a la Constitución liberal , una de las más avanzadas de su tiempo, era aún muy limitada y compartía protagonismo con otros estandartes, blancos en su mayoría.

La bandera de la Milicia Nacional

En consonancia con lo que había hecho la Francia revolucionaria y otros países europeos, los liberales favorecieron durante la Guerra de Independencia que se armara a los ciudadanos en la sublevación contra el francés. Este cuerpo patriótico, donde los oficiales eran elegidos por la propia tropa, cumplían sobre todo tareas de seguridad, orden y paz en el interior del país. Su bandera más reconocida era la rojigualda, que poco a poco se convirtió en símbolo de todos los liberales.

En el Congreso de los Diputados se conserva esta bandera bicolor de la milicia de Cabezas de Buey de 1813

Durante el Trienio Liberal de 1820 a 1823, no solo se restituyó la Constitución de Cádiz , sino también la Milicia, que actuó contra todos los movimientos de sublevación absolutista en el interior de la península. En el reinado de Isabel II , la confrontación entre liberales moderados y liberales progresistas convirtió a la Milicia Nacional, considerada una fuerza demasiado favorable a las revoluciones, en un constante motivo de disputa.

El moderado Ramón María Narváez consiguió disolverla una vez alcanzó el poder y encomendó sus tareas a la recién creada Guardia Civil. Y, aunque aún logró resucitar varias veces, lo verdaderamente perdurable de este cuerpo ciudadano fue su contribución a popularizar la rojigualda. En un momento en el que «la movilización política alcanzó niveles insólitos hasta entonces en España», los dirigentes políticos buscaron símbolos que representaran realmente la soberanía popular, como explican Javier Moreno Luzón y Xosé M. Núñez Seixas en su obra «Los colores de la patria». ¿Qué había más representativo de la soberanía que las milicias?

A través de un Real Decreto del 13 de octubre de 1843, a finales de la Primera Guerra Carlista , la Monarquía constitucional estableció esta bandera como la de todos los cuerpos e institutos del Ejército y de la Milicia Nacional en un guiño a las fuerzas liberales que tan trascendentales habían sido en el conflicto dinástico. «La unidad de la Monarquía española y la actual organización del Ejército y demás dependencias del Estado exigen imperiosamente desaparezcan todas las diferencias que hasta ahora han subsistido», explicaba el texto del decreto. La bandera empezó a exhibirse en la decoración de fiestas, balcones y ventanas particulares, cosos taurinos, postales, juramentos de oficiales, manifestaciones patrióticas y, algo que aún permanece como tradicional, para coronar tejados tras cubrir aguas de los edificios terminados.

Esta iniciativa, que corrió de la mano de un político progresista liberal , institucionalizó esta bandera y la convirtió en el pabellón de la unidad que mejor representaba tanto a progresistas como a moderados. Ya por entonces el color morado, presente en algunas enseñas, empezó a aparecer como representativo de fuerzas republicanas, aún minoritarias, y de corte demócrata.

La bandera de la Primera República

La rojigualda soportó los envites de aquel complejo siglo que fue el XIX. En opinión del historiador Hugo O'Donnell, autor de «Orígenes y trayectoria naval de la bandera de España» (Real Academia de Matritense de Heráldica y Genealogía, 2002), «la bandera bicolor, tras superar la prueba múltiple del Sexenio Revolucionario, de la Revolución, la Instauración y la República, probó su verdadera condición de nacional, superadora de regímenes y facciones». Entre estos eventos a los que sobrevivió la rojigualda, obviamente, el más rupturista con el pasado fue la Primera República , surgida en febrero de 1873 tras el fracaso de la Monarquía parlamentaria de Amadeo I.

Algunos líderes republicanos quisieron introducir su propia bandera usando el morado para diferenciarse, pero esta enseña no llegó a tener estado oficial y ni siquiera se popularizó. Nació, según Castelar (último Presidente de la I República), en la Universidad de Barcelona , fundiendo tres colores de tres facultades. Finalmente, se respetaron la bandera preexistente por considerar sus colores como históricos, nacionales y admitidos y, por lo tanto, «inalterables».

Medio siglo después, los líderes republicanos de la Segunda República sí lograron sustituir la tradicional bandera liberal por la tricolor, que añadía el morado como un supuesto homenaje a los comuneros castellanos (en verdad se trata de una confusión, dado que el color real de Castilla en los años de la revuelta comunera era el carmesí), algo que la gran mayoría de la población española desconocía. La instauración de la nueva bandera republicana se justificó en que servía para romper con la simbología monárquica y en que se trataba de una demanda popular, lo cual no era cierto.

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