La mente retorcida de Wilhelm Kube: el nazi que enterraba vivos a niños judíos usando caramelos
Hitler lo nombró comisario general de Bielorrusia en 1941, donde desarrolló una política brutal de saqueos, violaciones contra la población civil y asesinatos que acabaron con la vida de 30.000 soviéticos y cientos de aldeas destruidas
Israel Viana
En Minsk, Wilhelm Kube era considerado la reencarnación misma del diablo. Hitler lo había nombrado comisario general de Bielorrusia tras la invasión de esta república soviética, en 1941, por parte de los nazis, donde pronto desarrolló una de las políticas de represión más brutales ... de todas las protagonizadas por el Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial. El desprecio que sentía por los eslavos y los judíos era tal, que llegó a planear que la capital fuera arrasada, germanizada y rebautizada como ‘Asgard’ al final del conflicto.
Por suerte, fue asesinado antes, en un insólito atentado organizado por los partisanos en septiembre de 1943. El mal, sin embargo, ya estaba hecho, según reflejó él mismo en una carta enviada a sus superiores el 31 de julio de 1942. En ella se jactaba de haber supervisado personalmente la matanza de 55.000 judíos en Bielorrusia durante las diez semanas anteriores, incluidos varios miles de judíos alemanes. En su misiva, además, expresaba su esperanza de que todos los judíos de Bielorrusia fueran exterminados tan pronto como la Wehrmacht alemana no necesitara sus servicios en la región.
Todo comenzó cuando Hitler puso en marcha la ‘Operación Barbarroja’ , el 22 de junio de 1941, para invadir la URSS. Un asalto colosal de tres millones de soldados y decenas de miles de tanques y aviones que comenzaron a avanzar por un frente de 2.500 kilómetros desde el mar Negro hasta el Báltico con un tripe objetivo: el Grupo Sur de Ejércitos atacaría Ucrania con destino a Kiev, la región industrial del Donets y Crimea; el Grupo Norte se abriría paso por la región del Báltico y tomaría Leningrado, y el Grupo Centro se abalanzaría sobre Minsk, para llegara a Moscú.
La invasión de Bielorrusia
En Bielorrusia, los Panzers avanzaron desde el primer día de forma muy rápida, alcanzando la capital el 28 de junio. La resistencia soviética, sin embargo, no fue totalmente sofocada hasta días después. La ocupación de Bielorrusia se completó a principios de agosto, momento en el que la república fue organizada en varios territorios. La zona occidental fue integrada en el Comisariado Imperial de Ostland, junto a Lituania, Letonia y Estonia, renombrada como el ‘Distrito general de Rutenia Blanca’ y puesta bajo administración civil. La zona oriental, bajo el control directo del Ejército. Hubo algunas partes más que fueron adjudicadas al Comisariado Imperial de Ucrania o anexionadas a la propia Alemania.
Al frente de todo ellos fue colocado Kube, que había tenido un papel destacado en la ocupación. Lo siguiente que hizo fue establecer guetos para la población judía en varias ciudades, como Vitebsk, Gomel y, por supuesto, Minsk, donde llegó a haber dos. Como era de esperar, las condiciones de vida eran infrahumanas. A esto hay que sumar el Campo de exterminio de Maly Trostenets que se instaló cerca de la capital, donde se iniciaron las matanzas ese mismo verano. Los judíos e intelectuales comunistas fueron las primeras víctimas.
A diferencia de lo ocurrido en Polonia o Francia con los nazis, el caso de Bielorrusia cayó prácticamente durante las siguientes décadas. Algunos libros de historia y la película ‘Masacre: ven y mira’ —un filme de encargo dirigido por Elem Klimov, en 1985, para celebrar el 40 aniversario de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial— son las únicas obras que han intentado reflejar la ocupación nazi del país. Ni siquiera se le prestó atención al hecho de que fue uno de los que mayor actividad partisana desarrolló entre 1941 y 1944.
Los partisanos
A ellos contribuyó no solo la guerra y las barbaridades perpetradas por Kube, sino el hundimiento de la industria, el elevado nivel de desempleo en las ciudades, el control militar de todo lo que producía el campo, el traslado de una gran parte de la población joven a campos de trabajo en régimen, casi de esclavitud y el hambre. La población estaba tan descontenta que solo le quedaba luchar, por eso pronto los soviéticos pudieron organizar un poderoso movimiento partisano que causó verdaderos estragos entre los mandos nazis, a pesar del alto grado de colaboracionismo que existió por parte de los civiles.
Los primeros asesinatos masivos, en el verano de 1941, estuvieron protagonizados por los famosos Einsatzgruppen , los escuadrones de ejecución itinerantes formados por miembros de las SS. Dentro de esta organización había otros grupos más pequeños que se encargaban de diferentes tareas como, por ejemplo, los que tenían que concentrar a los ciudadanos que había que ejecutar y los que después los fusilaban a destajo. Las tareas eran tan atroces que muchos de sus integrantes cumplían borrachos con este último deber.
Pronto se convirtieron en una máquina de exterminio bien engrasada, con un ‘modus operandi’ bien definido: llegaban a una población, asesinaban a todos sus habitantes y, por último, incendiaban sus viviendas y edificios públicos. Entre los ejecutores destacó el oficial de las SS Oskar Dirlewanger, destinado a Bielorrusia a principios de 1942 al mando de su propia unidad, la conocida como brigada ‘Dirlewanger’, que desató rápidamente una campaña feroz de saqueos, destrucción, asesinatos y violaciones contra la población. Se ha calculado que, en menos de dos años, acabó con la vida de 30.000 civiles soviéticos bajo la supervisión del sádico Wilheim Kube.
Caramelos en la fosa
En Minsk, los niños fueron uno de los grupos más perjudicados por los nazis, cuyo asesinato justificaban como parte de su «lucha racial». Se cree que la Alemania nazi ejecutó a más de un millón y medio, entre los que había menores judíos, romaníes, alemanes con discapacidades físicas o mentales y los que vivían en la Unión Soviética ocupada. Según confirmó Ernst Klee en su libro ‘Das Personenlexikon zum Dritten Reich: Wer war was vor und nach 1945’ (‘La enciclopedia de personas del Tercer Reich: quién fue qué antes y después de 1945’), citando a testigos, en el citado gueto de la capital bielorrusa, las SS decidió vaciar una pequeña escuela que estaba siendo utilizada como orfanato para albergar a un nuevo grupo de niños procedentes de Polonia.
Cuenta el historiador alemán que todos fueron sacados del orfanato por soldados armados con metralletas y conducidos hasta una fosa en la que fueron arrojados. Algunos tenían solo dos años y todavía llevaban pañales. Mientras gritaban de terror, Kube apareció con su uniforme inmaculado y un grupo de oficiales de las SS. Todos reían ante la escena. En ese momento, el líder nazi metió la mano en su bolsillo y, sin decir una palabra, se sacó un puñado de caramelos que arrojó a los aterrorizados pequeños. Luego, saludándolos alegremente con la mano, ordenó a sus hombres que llenaran el pozo de tierra.
Los niños fueron enterrados vivos, en un episodio atrzo que también fue relatado por el célebre historiador Martin Gilbert en ‘El Holocausto’ (Collins, 1987), a quien los supervivientes contaron que pudieron escuchar los gritos de los niños a varias manzanas de distancia, con la complicidad de un buen grupo de colaboracionistas ucranianos, letones, lituanos y hasta bielorrusos, que se enrolaron como fuerzas auxiliares. A medida que avanzó la guerra, el papel de estos jugó un papel cada vez más importante en el exterminio de la población civil y la destrucción de numerosos municipios.
Yelena Mazanik
A medida que se intensificaba la represión , aumentaban las acciones de los partisanos, a pesar de que en un principio estaban escondidos en los inmensos bosques de Bielorrusia y no contaban con muchas armas ni con un plan bien definido. Estas deficiencias se fueron solventando a medida que la guerra se alargaba. En este sentido cabe destacar el importante movimiento de resistencia que se estableció en ciudades importantes como Minsk, donde los ataques contra los nazis comenzaron a apuntar hacía objetivos más altos como Wilhelm Kube, cerebro y motor de toda aquella represión.
En junio de 1943 la agente soviética Yelena Mazanik logró infiltrarse como criada en la vivienda particular del dirigente nazi, sin despertar sospechas´, gracias a su perfecto conocimiento del alemán y unos rasgos que les permitían hacerse pasar por germana. En ese momento, todavía no sabía que se iba a convertir en una de las principales heroínas de la historia de la URSS y que sería enterrada en el Cementerio Moscú de Minsk, en 1996, junto a importantes políticos, escritores y artistas del país.
Aunque la versión de que fue contratada como sirvienta es la más aceptada, en su documentada novela basada en hechos reales ‘Hoodwinked: The Spy Who Didn't Die’ (Spruce Ridge, 2009), el periodista Lowell Green advierte: «Nunca ha quedado claro si Mazanik fue amante o criada de Kube. Algunos libros de historia dicen lo primero, otros lo segundo. De lo que no tengo dudas es que, tuvo sexo con el comisario general de Bielorrusia, el asesino en masa de los niños de Minsk, fue única y exclusivamente por amor a su país. De hecho, no dudó cuando los partisanos se pusieron en contacto con ella y le preguntaron si les ayudaría a matarlo».
La bomba
Mazanik comenzó a trabajar en la mansión Kube a comienzos de verano. Los partisanos planeaban su asesinato por diferentes vías. El 22 de julio de 1943, por ejemplo, detonaron una bomba en un teatro de Minsk y mataron a setenta soldados alemanes, aunque el líder nazi había abandonado el teatro pocos minutos antes. El 6 de septiembre, atacaron un banquete de oficiales alemanes en el que acabaron con la vida de 36, pero el comisario no asistió, tal y como preveían, por razones todavía desconocidas.
En una serie de reuniones con los responsables de la resistencia, Mazanik decidió que ella llevaría a cabo el atentado contra Kube, ya fuera usando explosivos o veneno. Pronto descartó la segunda opción, porque había niños en la casa que podrían comerse la comida ‘condimentada’ con arsénico. Después puso como condición que evacuaran a su familia de la ciudad, puesto que no tenía dudas de que habría represalias. Y, finalmente, otra famosa partisana, Mariya Osipova, le proporcionó una bomba y una cápsula de veneno para ella por si la atrapaban.
La noche del 21 de septiembre, nuestra protagonista, con la ayuda de su hermana Valentina, programó la bomba para que estallara en 24 horas. A las 6.30 de la mañana siguiente, la envolvió en un pañuelo y la colocó en su bolso. En ese momento, Valentina y el resto de su familia hicieron las maletas y huyeron de Minsk hacia los bosques controlados por los partisanos, mientras Yelena, que tenía entonces 27 años, se dirigió a su trabajo, asustada, con el explosivo escondido. A los guardias que estaban en la entrada de la mansión les llamó la atención el pañuelo de la conocida sirvienta y quisieron verlo, pero esta lo evito argumentando que llevaba un regalo para Anita, la esposa del nazi.
El atentado
Después de entrar a la casa, fue al baño y escondió la bomba debajo de su vestido. Cuando Kube se fue a su trabajo a las 10.00 horas, sus hijos asistían a la escuela y se iba de compras, aprovechó para entrar en la habitación del comisario y colocar el pequeño explosivo entre el colchón y los resortes de la cama. Después salió del apartamento a toda prisa con la excusa de que tenía cita con el dentista. A la 1.20 horas de la noche del 22 de septiembre de 1943, cuarenta minutos antes de lo previstó, explotó. Su esposa no dormía con él porque estaba embarazada y se salvó.
Mazanik fue evacuada de Minsk en un camión y nunca fue detenida por los nazis, muriendo en esta misma ciudad en 1996. Sin embargo, más de 1.000 vecinos escogidos aleatoriamente fueron obligadas a cavar su propia fosa para ser ejecutados en ella como castigo. Al enterarse de su asesinato, a Heinrich Himmler declaró: «Esto es solo felicidad para la patria». Cinco días después, se declaró el luto en Alemania y la víctima recibió la Cruz de Caballero con Espadas por sus servicios. Anita, la mujer de Kube falleció tranquilamente a los 98 años en una residencia de ancianos alemana.
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