Cuenta atrás para la coronación de Carlos III, con la incógnita de si los Sussex asistirán
Los agravios de la Casa Real británica al Príncipe Harry, un relato basado en evidencias
El Reino Unido ultima los preparativos para la coronación de Carlos III
Cristina Muñoz Osuna
Londres
El asunto 'Spare' y las últimas declaraciones del Príncipe Harry ante el Tribunal Supremo del Reino Unido, acusando a la Familia Real de encubrir el pirateo de su teléfono, se han convertido en un quebradero de cabeza para los que están inmersos en ... Operation Golden Globe, la organización de la coronación de Carlos de Inglaterra. Los Duques de Sussex que han sido invitados con más de dos meses de antelación aún no han confirmado su asistencia al acontecimiento histórico del próximo seis de mayo, por lo que el personal de Palacio trabaja con dos hojas de ruta. En la Abadía de Westminster tienen un asiento reservado, aunque según las últimas filtraciones del programa en la procesión posterior hasta Buckingham Palace el monarca y la Reina Camila, recién coronados, sólo estarán acompañados por los miembros en activo de la familia real, lo que dejará fuera de la comitiva a Harry y a Meghan, así como al Príncipe Andrés y a sus dos hijas.
Entusiasta de los dramas históricos de Shakespeare, Carlos III ya ha tenido tiempo de asimilar las memorias de Harry que son su propio drama familiar. En diferentes entrevistas ha condicionado su presencia en la coronación a que se asuman «responsabilidades», lo que significa que exige a su padre y a su hermano «accountability» por el daño que le han causado. En la recta final para la coronación aún se desconoce el resultado de las conversaciones-negociaciones entre la Firma y Harry, si es que se están produciendo, aunque otra de las condiciones que ha puesto el hijo menor del Rey es que su contenido no se filtre a la prensa. En vista de la luna de miel que vive actualmente la monarquía con los tabloides británicos parecen demasiadas condiciones.
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Rocío F. de Buján
Pero en vez de noticias de reconciliación, el último agravio de la casa real ha sido despojarles de Frogmore Cottage, la residencia oficial de los Duques de Sussex en Reino Unido que la Reina Isabel les cedió como regalo de bodas y que tienen que abandonar a principios de verano. El siguiente movimiento desde California era el bautizo de Lilibeth Diana, a la que por primera vez llamaban públicamente princesa, una confirmación de que Harry y Meghan quieren mantener los títulos reales para sus hijos. Es un derecho automático desde que Carlos accedió al trono, al convertirse en nieta de Rey, como estableció Jorge V en 1917. Aunque en la guerra que se está librando en la Casa de Windsor una de las represalias que se han barajado a raíz de la publicación del libro ha sido la retirada del título, teniendo en cuenta que el Rey quiere tener a Harry en su entronización, haber incluido el tratamiento de príncipe y princesa para Archie y Lilibeth en la página web de la casa real puede interpretarse como un gesto de buena voluntad. Los periódicos británicos especulan con que Harry demanda que sus hijos sean invitados a la coronación, que coincide con el cumpleaños de Archie; aparecer en el balcón de Buckingham y el compromiso de que tras la ceremonia no le retirarán el título.
Cuatro cuestiones
Pero ¿cuáles son los temas de fondo por los que demanda responsabilidad y quizás también reparación, antes de confirmar su presencia en Westminster? Los agravios causados por la Casa Real al hijo menor de Carlos y Diana pueden agruparse en cuatro áreas: el abandono a su suerte ante el acoso de la prensa en los últimos años y la retirada de la seguridad; la falta de cariño y atención que le llevaron a consumir alcohol, drogas y a sufrir patologías psicológicas, una muestra de las carencias de Carlos como padre; el trato desproporcionadamente desigual por haber nacido el segundo, el síndrome del repuesto que ya sufrieron su bisabuelo, el Rey Jorge VI, y su tía abuela, la Princesa Margarita; y, por último, el carácter «altamente competitivo» del Príncipe Guillermo, un rival más que un hermano.
Harry se ha sentido «abandonado» por su familia ante el acoso de la prensa. Cuando le pidió ayuda a su padre por el «trato cruel y delictivo» que estaba sufriendo Meghan Markle, que llegó a recibir amenazas de muerte, le sugirió que no leyera lo que publicaban los periódicos: «no lo leas mi querido hijo». Aunque Carlos y Guillermo demandaron a los medios hace años «por invasiones a su intimidad y calumnias» por la publicación de las «cartas de la araña negra dirigidas a miembros del Gobierno y por unas fotos de Kate en topless», ambos se opusieron a que Harry y Meghan emprendieran acciones legales contra los medios por considerarlo «tremendamente perjudicial para la reputación de la familia». Lo que había sido aconsejable para proteger al Príncipe de Gales y a su primogénito de los ataques de la prensa, no valía para defender a Harry y a su novia, aunque «la avalancha de odio contra Meg estaba a años luz de cualquier acción dirigida contra Camila o Kate». La institución ya estaba embarcada en una relación estrecha con los medios, que se manifestó en la filtración por la casa real de una carta privada de Meghan a su padre, y Harry y Meghan habían sido deliberadamente excluidos de ese pacto.
Retirarle la seguridad a los Duques de Sussex en febrero de 2020, en medio de la persecución mediática, ha sido la más grave y peligrosa de las afrentas. Harry siempre ha temido que se pudiera repetir el fatal desenlace de su madre, de cuya muerte culpa a los paparazzi y que se podría haber evitado si no le hubieran retirado la protección. Mientras la consigna durante toda su vida había sido «nunca te separes de tus guardaespaldas» y tenía prohibido salir de casa sin sus tres escoltas, cuando se convertían en «el blanco de un odio inaudito», la casa real los dejaba «desamparados». Ocurrió después de que Harry le comunicara a la Reina y a su padre que querían continuar como «miembros de la familia real en activo, pero viviendo una parte del año lejos de Reino Unido». En este momento de grave crisis económica en Reino Unido y con el debate abierto sobre lo que le cuesta al contribuyente mantener la monarquía, esta medida a costa de Harry formaba parte de la campaña de relaciones públicas de la institución.
Falta de afecto
Otro reproche de Harry está relacionado con el papel de Carlos como padre. Una «carencia de responsabilidad» que se reflejaba en su «falta de paciencia» y en no haberle dedicado el tiempo necesario: «siempre un poco ausente, le costaba comunicarse y escuchar». Al igual que le ocurrió al Rey, Harry no recibió muestras de afecto en su infancia y cuando falleció la Princesa Diana no lo abrazó. Tras una «infancia solitaria» en el internado de Ludgrove donde «probablemente padecía ansiedad y depresión» y en un hogar con «ausencia de cariño y amor», la adolescencia fue también una etapa en la que «nadie me escuchaba, lo noté con 12 años y con 31 aún más». Un vacío que le llevó a consumir alcohol y drogas y en el que aparecieron enfermedades psicológicas como la agorafobia. Cuando le confesó a su padre en 2013 que «sufría ataques de pánico y ansiedad», Carlos reconoció: «tendría que haberte procurado la ayuda que necesitabas hace años». Desde muy joven percibió el «abismo» que le separaba del heredero: «me trajeron al mundo por si a Willy le pasaba algo». Su familia le había declarado «una nulidad: el repuesto». En esa misma línea se ha manifestado Sarah Ferguson, ex mujer del Príncipe Andrés, al afirmar en una de las entrevistas de promoción de su libro que «Meghan le da un amor que Harry nunca había tenido antes».
Hermanos archienemigos
El trato dramáticamente dispar entre los hermanos también se ha reflejado en el estilo de vida. Un ejemplo, señala Harry, era la casa de Kate y William «llena de obras de arte» y la de los Duques de Sussex «decorada con muebles de Ikea». Desde los 19 años hasta los 28 vivió con su padre en Clarence House hasta que Camila convirtió su habitación en un vestidor. Nott Cott, el apartamento al que le trasladaron en Kensington Palace, donde vivió sus últimos años de soltero «era un semisótano que recordaba a una tejonera, medio enterrado con tres ventanas altas que dejaban pasar poca luz» y que se quedaba sin claridad «cuando el personal de la Reina Isabel aparcaba el coche delante». O durante las Navidades de 2013 en Sandringham cuando le asignaron «una habitación minúscula en un estrecho pasillo apartado de todos, entre los despachos del personal como si no me quisieran demasiado». Su día a día era muy diferente de lo que publicaban los periódicos: «doblaba la ropa interior» mientras veía la tele y «además de hacer la colada, que solía poner a secar encima de los radiadores, me ocupaba personalmente de la limpieza de la casa, de cocinar y de hacer la compra». Además de ir él mismo al supermercado, compraba su ropa en las rebajas dos veces al año: «prendas de la temporada anterior o con pequeñas taras» porque la paga oficial anual que recibía de su padre «sólo cubría la ropa de los actos oficiales».
El Príncipe Guillermo, «mi archienemigo» -como lo califica en sus memorias-, ha jugado un papel más divisor que unificador. Para el heredero coincidir con su hermano en Eton College fue «un auténtico suplicio» y le dijo que «fingiera no conocerlo». En 2015 cuando sufría ataques de pánico «en vez de mostrar compasión me ridiculizaba». Pero el punto de inflexión en la relación entre ambos ocurrió tras el éxito abrumador de Meghan en la gira de los Duques de Sussex por la Common-wealth en 2018. Fue la chispa que inició la guerra por la popularidad en el seno de la familia real británica, «ahí fue donde las cosas dieron un verdadero giro». Guillermo comenzó a justificar los ataques de la prensa contra Meghan y quería convencer a Harry de que ella era el problema. Fue cuando Guillermo: «me insultó, me agarró por el cuello de la camisa y me tiró al suelo». Era el fin de los cuatro magníficos y desde entonces, asegura Harry, «la estrategia del heredero ha sido decir que no estaba en mis cabales». Durante la reunión familiar en la que se abordó la relación que iban a mantener con la monarquía, la llamada «cumbre de Sandringham», aunque Harry quería una opción intermedia de trabajar para la Reina y pasar parte del año lejos del acoso de la prensa en Reino Unido, «Guillermo no movió ni un dedo» y fue un «todo o nada». En el triste relato de agravios no podía faltar Camila, «la otra mujer» como la llama en su autobiografía, la línea roja que el Rey nunca hubiera querido que su hijo traspasara.
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