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Aquellos años en los que la aristocracia se aburría tanto que celebraba a diario

El libro ‘Anfitrionas’ homenajea a las damas que mejor recibían y descubre los secretos de los cronistas de salón

Boda de Agustín de Figueroa ABC
Pilar Vidal

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Marisol Donis , farmacéutica y criminóloga es la mayor experta en crónica social del siglo XIX y de principios del XX de nuestro país. Su olfato para la documentación le ha llevado a publicar un exquisito libro de gran valor documental y gráfico ‘Anfitrionas’ ( ... Ed. Turner) en el que repasa las crónicas y cronistas de salones de comienzos del siglo XX. Y es que muchos no sabrán que antaño la aristocracia se aburría mucho y por eso no paraba de organizar eventos a diario en sus palaciegas casas. Y si no había plan se iban al Ritz y al Palace a cenar casi todas las noches. «El récord lo tiene la condesa Eugenia de Montijo que llegó a recibir 42 veces en un mes. Un día organizó un desayuno para políticos y contrato al mejor churrero de Madrid, mientras su cocinera hacía el chocolate, luego almorzó con un grupo, asistió a una merienda, y a una cena - que ellos llamaban comida- por la noche, y terminó yendo a un baile, porque aún se sostenía en pie», explica Marisol. Para ellas lo más importante era abastecerse de carísimos trajes y corsé que compraban en París. No iban con las manos vacías, llevaban peinetas de plata que compraban en Ansorena, velos para ir a misa o cigarreras de regalo si la anfitriona fumaba. Y es que todas tenían casas para recibir hasta mil personas y todos los días había algún chocolate, alguna tertulia o un baile. Si tiene que elegir una anfitriona, la autora se queda con la marquesa de Squilache, Pilar León y de Gregorio, a la que según ella se lo pusieron dificilísimo. Se casó dos veces, los dos primeros maridos eran corrientes y las clases altas no le hacían ni caso. «Cuando enviudó de Martín Larios es cuando subió a lo más alto. Pero seguía sin recibir en su casa a nadie de la familia real, ni quiera a las infantas que iban a todo. La ninguneaban. Y durante muchos no llegaron nunca, donaba mucho dinero a la beneficencia. Y cuando por fin un día una infanta asistió a su baile y consiguió que orquesta tocase la marcha de los infantes, vio cumplido su sueño. Era tía abuela de Sonsóles de Icaza y esa historia me enterneció mucho», explica la autora. Si algo ha cambiado también desde entonces son los cronistas de sociedad, nombres como Juan Valera, Enrique Casal, o Kasabal «tenían más poder que las anfitrionas. Como no salieran en la crónica no eran nadie. Hoy en día se han perdido porque el cronista de antaño era fiel hasta la muerte. Y ellas sabían que lo que vieran en sus cocinas no trascendía. Y ahora en cuanto un periodista sabe algo lo cuenta rápidamente, ya no tienen ninguna confianza», argumenta Donis. Cuando se iban de las fiestas, al despedirse discretamente les colocaban sobres de dinero en el bolsillo de la chaqueta. «Vivían muy bien, Eugenio Rodríguez ‘Montecristo’ vivía en un piso espectacular en Bárbara de Braganza. Ya por entonces la crónica social se comió a la política y de tribunales».

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