Urbanizaciones, la república dependiente de tu casa
Bajo cielo
En las 'urbas' todo es ilegal, excepto si eres independentista, que puedes poner pérgolas o tirar ladrillos a un policía
La Latina, Buenos Aires de Madrid
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Si uno coge una torre de apartamentos y la tira al suelo, tendrá una urbanización de las de ahora, una mezcla entre colmenas y panales para hacer la vida en el coche de camino a cualquier sitio. No concibo vivir en la ciudad a veinte ... kilómetros de ella. Para eso, querido amigos, mejor sería marcharse otros veinte más y, por lo menos, disponer del espacio y la tranquilidad que uno encuentra en el campo o en el pueblo. Se forman cooperativas de amigos para que pronto dejen de serlo. Ya se sabe que los vecinos empiezan cambiando una puerta y terminan en los juzgados por no sé qué pérgola que ha colocado ilegal.
Todo es ilegal, excepto si eres independentista, claro. Si ese es el caso, puede uno poner pérgola, subir dos alturas la vivienda, bajar otra, e incluso tirarle un par de ladrillos a un policía. Entre la M-30 y la M-40, Madrid es territorio de 'urbas', como dicen los retoños cuando bajan a las zonas comunes. Todas parecen iguales porque son todas la misma, pues la fórmula de la Coca-Cola se la saben bien los constructores para seguir haciendo dinero fresco a costa de estropear el paisaje con esos bloques de vida entre muros. Son frías y lejanas, como un túnel al que se le ponen ventanas para disimular un poco. Las hay de todo tipo y condición, pero todas cumplen más o menos la misma premisa: el que consigue la de la esquina se queda la buena, y siempre hay un familiar del que la ha levantado porque casualmente le venía bien mudarse a ella. No es que haya pagado la mitad que el resto, sino que supo que la había construido su primo el día que firmó en el notario.
Barbacoas y piscinas
En las urbanizaciones uno corre el riesgo de pasar más tiempo con sus vecinos. No se pide sal o una cebolla. Allí se invita a cenar o a comer para fardar de barbacoa y para que, de paso, sientas esa extraña obligación de pertenecer a la tribu, pues en caso contrario, comenzarán a llegar a su buzón las denuncias por haber pintado la contraventana de un color que no admite la comunidad de propietarios.
En las urbas siempre hay una piscina que da problemas. Ya sea porque el agua se filtra o porque el de la 2B invita a demasiados amigos que beben cerveza y se lanzan en bomba. Los que no tienen hijos se preguntan por qué no han vendido la casa. Los que los tienen se preguntan por qué esos viejos malhumorados no tienen hijos, y todas estas discusiones de pareja siempre se suceden al entrar o salir de la zona peatonal del complejo, de camino al coche para tener que hacer cualquier recado. También surgen problemas con los perros, pero como hoy en día se tienen perros en vez de hijos, el que quiere evitar una denuncia animalista es el que firma. Ya no se hacen urbanizaciones como las de antes porque se ha democratizado (habría que asesinar al que inventó este término), lo de vivir en las urbas. Así que algunas son más pequeñas que un trastero de Lavapiés, pero no por eso dejan de tener ese aspecto de serpiente ladrillada y puerta blanca en la que los felpudos buscan la originalidad de una sonrisa.
Madrid tiene cada vez más urbanizaciones, pero también le pasa al pueblo más pequeño de norteña, porque eso de vivir en bloques iguales que se repiten se ha convertido en la independencia elegida por muchos para depender de todo lo que se pueda entregar a domicilio, pero claro, antes de mudarse, ninguno se da cuenta que esa zona está fuera de reparto y, al final, se vuelve a la ciudad para no tener que invitar a otra comida al vecino, en caso de quedarse sin huevos para la tortilla.
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