Jacinto Benavente, la plaza más fea
BAJO CIELO
Es un solar de trampa, una estación sin trenes, como una obra inacabada que no tiene interés alguno en terminar. Está habitada por una extraña población de las afueras de Sol

Lamentará don Jacinto Benavente que su nombre sirva a la plaza más fea de Madrid. Las personas que la cruzan lo hacen sin remedio, por obligación, con la desidia y la pena de no tener otra ruta posible para llegar a destino. Si uno ... tiene que llegar a Sol desde Tirso de Molina prefiere rodearla que mirarse en ella, lo mismo quienes cruzan de Santa Ana hacia La Latina. Siempre será mejor evitarla que pisarla, pues es un solar de trampa, una estación sin trenes, como una obra inacabada que no tiene interés alguno en terminar. Está habitada por una extraña población de las afueras de Sol, de vuelta y media, entregada al bric barato pero con un teléfono inteligente, aquel que hace a su dueño más tonto.
Tiene un barrendero de bronce, razón por la que la plaza suele estar sucia, pero eso no es culpa ni del Ayuntamiento ni de los servicios de limpieza, puesto que el suelo es la papelera de sus moradores. El teatro Calderón se asoma en una esquina, y parece que se ha perdido desde la Gran Vía, siendo uno de los edificios más bonitos de la ciudad.
Fue la casa de las zarzuelas y, desde hace tiempo, lleva el apellido de alguna empresa que lo patrocina porque todo tiene un precio en este tiempo que nos toca vivir. El Centro Gallego es un edificio con el clima de Ferrol, una mezcla entre crucero y nube que ha varado en la ría de esta plaza y que no quiere moverse. También reúne a los gallegos de Madrid que, como bien sabrán los lectores, siempre comen y cenan en restaurantes de su tierra natal.
De mañana crece una cola de hambre que sube desde los viejos cines Ideal, porque ya se sabe que, después de propagandas subvencionadas, al que no tiene de nada solo le ayuda la Iglesia, como ha ocurrido siempre en esta España bipolar. El padre Paulino lo atiende de mañana, y de tarde reparte verdades y tiempo en la cárcel de Soto del Real. El comedor lleva cuatrocientos años dando pan y cariño, así que es lo más añejo de esta plaza.
Todavía hacen la calle algunas meretrices que buscan lo que no encuentran en el próximo callejón de Barcelona. Posan frente a la librería San Pablo haciendo alarde de una provocación muy castiza, mientras unos las miran otros buscan el Ritual de Exequias. Comparte escaparate con franquicias de bocadillo de jamón y una chocolatería. Al otro lado, lo que baja hacia la Carrera de San Jerónimo por la calle de la Cruz, tiene un restaurante chino, una pizzería congelada y un local de kebabs que deja un olor a carne especiada en toda la manzana.
Se multiplican los bares sin alma con oferta de todo a cien en botellines y montaditos de lástima, pero es lo que tiene servir un bar desde el despacho, intentando vender esas franquicias de los bares que no fían. Por eso hay que cuidar a los de siempre, porque su intención no es un pelotazo sino ser el salón de tu casa. En la plaza hay paradas de bus, salidas de parking y una tienda de carcasas, porque hoy en día no hay calle del centro que no tenga una.
Madrid tiene en esta plaza un patio feo al que se le quiere tanto como a los demás. Porque la belleza muchas veces radica en su fealdad, lo hace suyo, lo hace nuestro, y elimina esa pretensión tan cursi de que todo sea perfecto. Decía Benavente que «meterse con mi teatro hacía intelectual a la gente». Quizá por eso mismo tiene una plaza que parece el regalo envenenado de un enemigo íntimo.
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