El bar de La Latina que busca resucitar La Mandrágora
El sótano de la Cava Baja, que en 1981 dio nombre al álbum de Joaquín Sabina, Javier Krahe y Alberto Pérez, hoy es almacén de la taberna Lamiak. Juan, su dueño, quiere recuperar aquel templo de la bohemia de hace 40 años
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Iniciar sesiónEn el número 42 de la Cava Baja, en pleno barrio de La Latina, existe un sótano oscuro que hace 40 años fue un espacio de reunión con música, teatro y magia. Esas cuatro paredes de ladrillo, hoy almacén del bar Lamiak, fueron La ... Mandrágora, el sotanillo que frecuentaba la escena cultural durante la Transición en Madrid y que da nombre al álbum de Joaquín Sabina, Javier Krahe y Alberto Pérez de 1981. Pese a ser un espacio cerrado al público, no ha logrado caer en el olvido de los nostálgicos que peregrinan hasta esta conocida calle madrileña para pedir al actual dueño del negocio bajar las escaleras de madera, para transportarse a una etapa del pasado más cercano que murió joven pero cuya historia perdura.
Juan, que regenta Lamiak desde 2002, lucha ahora por que este espacio deje de ser el almacén de su local y vuelva a acoger -aunque es consciente de que devolver la esencia de los 80 sea imposible- el brillo que se vivió hace ya unos años en su planta baja. «Llega mucha gente aquí porque despierta emociones. Es un templo para muchos y una pena tenerlo cerrado», indica a este periódico este hostelero vasco.
Para explicar la importancia que tiene este sótano para toda una generación hay que remontarse al último cuarto del siglo pasado. «Acababa de morir Franco y Madrid estaba muy necesitada de un espacio de ocio. Se corrió la voz muy rápido y en dos o tres meses ya casi no dábamos a basto», explica a ABC el pintor madrileño Enrique Casvestany, quien abrió en 1978 junto a unos amigos La Mandrágora. Salió una mañana a la calle, se plantó en el barrio de La Latina, vio un local, preguntó al portero del edificio por él y, sin las trabas de los largos procesos burocráticos actuales, pocos días después comenzó a trabajar en su apertura.
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«El local tenía mucha obra que hacer», relata este artista. «Había que apear una serie de vigas y el trabajo era importante», pues por debajo de esta planta baja pasaba la muralla árabe de Madrid, construida entre el 850 y 866. Y, como en esa época las limitaciones municipales no eran «tan estrictas» como ahora, no encontraron más inconveniente para ponerse a trabajar que la inversión monetaria que tuvieron que poner en la obra.
«Tímido intento renovador»
El día de su apertura fue un éxito, así como todas las veladas de los siguientes tres años, el breve período que duró «el tímido intento renovador ante la patética situación madrileña en dicho sector [el del ocio cultural] mantenida tras la dictadura». Así es cómo se refiere a este espacio Cavestany en las primeras páginas de 'Una cueva diluvial en la Cava Baja. Breve historia de un sotanillo del periodo de transición madrileño', un libro en el que recoge, como si se tratara de un descubrimiento arqueológico, la historia de La Mandrágora, ese lugar en el que «se ha determinado la presencia de cantores, instrumentalistas, 'chantres' responsables de la entonación y una variada gama de percusionistas de oído».
Esta misma planta baja reunió a célebres personajes de la época. Desde el mago Juan Tamariz hasta Joaquín Sabina, quien «apareció con una carpeta bajo el brazo con fotocopias de todo lo que había hecho», rememora este pintor.
Orden de cierre
El Ayuntamiento de Madrid, bajo el mandato de Enrique Tierno Galván, ordenó el cierre de La Mandrágora definitivamente en el verano de 1982 y tras múltiples quejas vecinas por el ruido. Señala Cavestany en el libro que solicitaron una licencia, que llegaron a exponer este deseo a través de la sección de cartas al director de los diarios, «para practicar los cultos en otro recinto, en las proximidades de la Plaza Mayor», pero que nunca se les otorgó.
Hoy, esta parte de la historia de Madrid se encuentra oculta en el subsuelo de la taberna Lamiak, el local que lucha para que La Mandrágora vuelva a ser reivindicada. Juan trabaja desde hace un tiempo intentando conseguir la licencia que le permita hacer uso de este espacio. «Es un recuerdo de un pasado muy cercano que conviene recordar», señala. Su intención es poder dar uso a ese espacio, con eventos «más íntimos», como catas de vinos, de quesos o pequeñas comidas.
Lo que le frena es conseguir una licencia municipal que le permita explotar este espacio y en lo que ya está trabajando. Es la privilegiada ubicación del negocio de Juan el bache que tiene. «La licencia que tengo pone que el sótano solo podrá ser destinado para uso de almacen. Entonces hay que presentar una ampliación y que el ayuntamiento lo aceptara», cuenta Juan. Sin embargo, Lamiak se encuentra en una zona ZPAE (Zona de Protección Acústica y Ambiental de Madrid).
Es decir, forma parte de un área de la capital en las que no se cumplen los niveles de calidad acústica establecidos por la ley y que, por ello, requieren de una protección especial. Esto, continúa, no le permite ampliar la licencia a este sótano pese a que «el local cumple con las condiciones, la salida de emergencia, la altura del techo, la anchura de escalones... Pero estamos en ZPAE».
Mano a mano con la La Viña, la asociación de hosteleros de la Comunidad de Madrid, pondrá todos sus esfuerzos en volver a abrir las puertas a lo que fue La Mandrágora tras más da cuatro décadas.
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