Entrevista 40 aniversario 28-O
Ignacio Varela, asesor de Felipe González: «Sin Alfonso Guerra no se entiende el PSOE, excluirle es una injusticia»
40 años de la victoria del psoe
El analista y antiguo subdirector del gabinete de Presidencia publica 'Por el cambio', un libro sobre cómo llegó al poder Felipe González
Alfonso Guerra: «De 1993 a 1996 todo fue un deterioro, quizá hubiese sido mejor perder».
El golpe de Estado la jornada de reflexión de 1982 que el Cesid desbarató
Madrid
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Iniciar sesión«Por el cambio» fue el lema electoral del PSOE en 1982 y, cuarenta años después, el título del libro de Ignacio Varela que la editorial Deusto pone en circulación esta semana, coincidiendo con el aniversario del histórico triunfo de Felipe González. ... Varela (Madrid, 1954) ingresó en el PSOE en 1974, perteneció al equipo electoral del partido y, ya en La Moncloa, fue subdirector del Gabinete de la Presidencia del Gobierno. La mirada del analista que es en la actualidad se mezcla en su obra con los recuerdos de sus vivencias políticas, desde su época de activista estudiantil contra el franquismo al momento en que decidió unirse al PSOE renovado.
Varela confiesa ahora que en un momento de 1975 «me caí del caballo», cuando le confesó a su compañero Fernando Valderrama: «Creo que los sevillanos tienen razón. Coño, lo están haciendo bien y somos nosotros, los de Madrid, quienes estamos en la inopia». Los sevillanos eran González y Alfonso Guerra, que revolucionaron la vieja organización que dirigía desde el exilio Rodolfo Llopis y que se hicieron con el mando frente al sector del partido en Madrid, que lideraba Pablo Castellano. ¿En qué tenían razón? Es lo que Varela intenta explicar en este personalísimo ensayo.
Se suele hablar de González como alguien práctico y flexible en los principios políticos. En el libro sostiene, por el contrario, que se trata de un dirigente «rígido en la estrategia».
Sí, es ultracompacto en eso, en lo que él considera que es nuclear en su proyecto. Sabe adónde quiere ir y no se desvía del camino bajo ningún concepto. Pero, eso sí, es perfectamente moldeable, accidentalista y versátil en todo lo que es táctico, o como él prefiere decir: instrumental. Eso está en el origen de casi todos los conflictos que ha tenido. Y por eso no vaciló en lanzar órdagos a su partido, en determinados momentos. La hermenéutica de Felipe González es una asignatura compleja, que muchos han sorprendido.
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¿Hasta qué punto influye en su personalidad política que, a diferencia de otros dirigentes históricos de la izquierda, como Santiago Carrillo, no era de la generación de la guerra ni había vivido en el exilio?
Eso es determinante. Tanto en su actitud como en la forma en que la sociedad lo percibe. Todos los líderes de la Transición, incluido el Rey Juan Carlos, son productos del pasado en reciclaje. González está firmemente enraizado en el futuro. Y eso lo proyecta hacia el futuro y tiene que ver con su actitud ante la realidad en sus primeros años. Por ejemplo, no entendía por qué tenía que haber una dirección en el exilio. Le parece un anacronismo absoluto. Es un hombre muy joven, que tampoco tiene un historial represivo detrás y que conoce muy bien la sociedad española de la época, que tenía un empacho de pasado y un deseo desesperado de pasar página y de entrar en una nueva etapa histórica.
El libro desmenuza el célebre congreso de Suresnes de 1974. Su mito y su realidad. González siempre ha alimentado la teoría de que su elección como secretario general fue por mero descarte. ¿Fue realmente así?
Había un consenso generalizado en aquellos años de que el líder orgánico del partido debería ser Nicolás Redondo. Porque el PSOE en el interior de España realmente solo era visible en el País Vasco. Había otra figura que estaba por encima de todo el mundo, que era Ramón Rubial. Digo en el libro que es el único socialista del que jamás he oído hablar mal a otro socialista. Si Redondo hubiera querido ser secretario general en Suresnes le hubiera bastado con hacer una señal. Pero no la hizo.
Si se repasan los hechos anteriores, resulta que en 1969 se presenta en una reunión en Bayona (Francia) un joven andaluz, de apenas 28 años, a quien nadie conoce, pronuncia un discurso y Redondo le dice a Enrique Múgica: «Sal detrás de él, porque a este hombre no lo podemos perder». Luego en el congreso de 1970 en Tolouse, González tiene un enfrentamiento con Llopis de muchas horas, discutiendo, y le gana una votación, y eso que solo votaban los delegados del exilio. En el congreso del 72, cuando los dirigentes del interior toman el control, es González quien defiende la ponencia política... y así llegamos a Suresnes. González había entrado en la Ejecutiva colegiada del 72 y luego la había abandonado. Cuando llega el momento de presentar el informe de gestión de esa dirección, es de nuevo el elegido por parte de Redondo, que era el 'primus inter pares' de aquella dirección colegiada, y además le pide que haga un informe político. Antes ha habido una reunión en Jaizkíbel, para preparar el congreso, y se elabora un documento que redacta González, otra vez por encargo de Redondo. Este era muy consciente de sus limitaciones, y sabía que su ámbito era el sindical [fue el líder de la UGT hasta los años noventa]. Es verdad que Felipe González nunca se postuló, pero es imposible que alguien de su perspicacia política no fuera consciente de que en el momento que Redondo diera un paso atrás el primero de la lista sería él.
En aquel momento, fueron clave las relaciones exteriores de González y que la Internacional Socialista (IS) reconociera al PSOE renovado y no al histórico con el que se escindió Llopis.
Rodolfo Llopis fue uno de los fundadores en 1951 de la Internacional Socialista. Pero ante el vacío o la invisibilidad del PSOE habían proliferado grupos socialistas de todo tipo. Una delegación de la IS enviada a España llegó a reconocer hasta 24 partidos distintos. En los setenta existían fundamentalmente ese PSOE renovado, el de Llopis y el grupo de Enrique Tierno Galván, con muy buenas relaciones en Europa.
Probablemente en cualquier otro momento la IS hubiera reconocido a Llopis, pero en aquel momento se atisbaba el final del franquismo, es el momento de máximo esplendor de la socialdemocracia europea, que gobierna en muchos países, y estamos en plena guerra fría. Había un partido comunista hegemónico en Italia, otro muy fuerte en Francia y en Portugal, después de la Revolución de los Claveles, los comunistas se estaban haciendo fuertes. Que en otro gran país del sur la izquierda estuviera hegemonizada por los comunistas era una grave preocupación para los socialdemócratas europeos. Y vieron que la única opción de tener una formación competitiva electoralmente era la de Felipe González.
Dice en el libro que el proceso de maduración política de González no se entiende sin su relación con el canciller Willy Brandt y con Olof Palme.
Con Brandt se produjo, a pesar de la diferencia de edad [30 años] una sintonía inmediata. Cuando le conoció dijo: «Al fin un socialista español que no se pasa el día conspirando».
Un dato poco conocido es que Llopis era masón y que la masonería era muy predominante en la IS.
Llopis era grado 33 [el mayor en una logia] como el presidente de la IS, y muchos republicanos del exilio eran también masones. Ya sabemos cómo funcionan ese tipo sociedades. Pero por encima de eso prevaleció, como digo, un argumento político y estratégico en favor del PSOE renovado.
Es un lugar común presentar al PCE como una fuerza más radical y utópica y al PSOE como más pragmático. Pero en el libro se explica cómo, por ejemplo, el sindicato de los comunistas, CCOO, participaba en las elecciones sindicales del franquismo, cosa que no hacía UGT, o cómo determinadas resoluciones del PSOE estaban muy escoradas hacia una izquierda cuasi revolucionaria.
Aquellos jóvenes que se hicieron con el PSOE tenían un depósito de acumulación ideológica tremenda. Hasta 1979 el partido vivió en una especie de esquizofrenia en la que se compatibilizaba un discurso, sobre todo en las resoluciones congresuales, absolutamente incendiario, con una práctica política muy moderada y muy pegada a la realidad. Si coges las resoluciones del congreso de 1976, el primero que se celebró en España, es impresionante. Resulta increíble que fuera el mismo partido que apenas seis meses después negociaba la Constitución con Suárez.
Hablaban de la autodeterminación de Cataluña, el País Vasco y Galicia.
Y del exterminio de la burguesía. Eran unos planteamientos... pero al mismo tiempo estaban negociando la Transición.
En 1979 González pierde las elecciones en marzo, cuando pensaba que iba a ganar, y después de un discurso de Suárez apelando al miedo a una izquierda radical. Ese mismo año fuerza, llegando incluso a dimitir, la renuncia al marxismo.
Yo creo que él se hace la siguiente reflexión: lo que hemos hecho nos sirve para ser el primer partido de la izquierda, pero no el primer partido del país. Ha llegado el momento de poner en línea el discurso con la práctica política y las dos cosas con la sociedad. Y por eso lanza ese órdago, la rigidez de la que hablábamos antes, porque yo creo que la renuncia al marxismo fue antes una cuestión estratégica que ideológica.
Hay otro tránsito que no se hizo entonces y que se completó ya en La Moncloa. El que va desde el «OTAN, de entrada No» al convencido e incluso furibundo atlantismo de González, y al hecho de que alguien como Javier Solana terminase incluso siendo el secretario general de la Alianza Atlántica. ¿Se hubiera ganado en el 82 sin haber enfriado ese giro?
Esto es curioso. Yo he rastreado los estudios de opinión desde el final del franquismo e inicialmente la opinión pública española no era contraria a la OTAN, porque lo identificaba con salir del aislamiento. Lo que hizo la izquierda fue cambiar la óptica, y en vez de presentar a la OTAN como una institución ligada al europeísmo, la ligó al militarismo y al imperialismo norteamericano, que eso sí que era tabú para el electorado de la izquierda. Pero cuando Calvo-Sotelo planteó el ingreso en la OTAN, González dijo, y ahí yo tuve una participación en el mensaje, que nosotros no éramos anti OTAN, pero que éramos europeístas antes que atlantistas, y que nos parecía prematuro el ingreso. Eso le llevó al compromiso, del que se arrepintió, del referéndum de 1986, que a pesar de haberlo ganado él mismo ha reconocido como el mayor error de su gestión, porque hay cierto tipo de cosas que los responsables políticos no pueden endosar a la sociedad, tienen ellos que tomar la decisión y luego responder en las urnas.
¿Cómo se explica que el PSOE no haya contado con Alfonso Guerra en los fastos del 40 aniversario?
Solo se explica por una razón: no estamos hablando de fastos por un hecho histórico, estamos hablando de fastos de auto exaltación del actual líder del PSOE. El aniversario es un pretexto. También han ignorado a tantos miembros de la Ejecutiva del PSOE del año 82, que están vivos y que podrían estar ahí. Esto no va de González ni de Guerra, sino de montarle un mitin a Pedro Sánchez. No seré yo el que discuta el protagonismo de Felipe Gozález, faltaría más, pero sin la figura de Guerra no se entiende absolutamente nada de la construcción del PSOE. De ninguna manera se explica sin su aportación decisiva. Es más: evidentemente el PSOE nunca hubiera llegado adonde llegó sin González a la cabeza, pero tampoco González habría llegado donde llegó sin la compañía de Guerra, y de unos cuantos más. En mi opinión, haciendo esto que han hecho con Guerra, además de una injusticia y una inmoralidad, han cometido un error político muy grave.
Al margen de los méritos del PSOE, ¿hasta qué punto la erosión de la UCD fue un elemento clave en el resultado de 1982?
Absolutamente determinante. Eso hace algo totalmente excepcional e irrepetible aquella votación. Lo normal en un país democrático es que en un determinado momento un partido pierda el Gobierno y pase a la oposición. Lo anormal es lo que sucedió entonces, que el partido que había ganado las dos últimas elecciones sencillamente se evaporó. Y creó un socavón en el espacio político de tal naturaleza que sólo dejó una alternativa de gobierno. Aquellas elecciones fueron un plebiscito, solo había un corredor en la pista. Lo que se medía era qué volumen de apoyo podía recabar el único que estaba en condiciones de hacerse cargo del país, y eso dio lugar a prácticamente una década de Gobierno sin alternativa, hasta que José María Aznar resucitó al Partido Popular. Esa situación no solo fue irrepetible, yo lo viví con mucha alegría, pero no es una situación deseable, desde el punto de vista democrático.
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