Violencia machista
Tres de cada cuatro maltratadas que pasa por una casa de acogida logran una nueva vida
La red de la Junta acoge hoy a 158 menores para darles una nueva oportunidad
Durante el confinamiento se ha dado cobertura a 67 niños y 286 madres
Stella Benot
María esperó a que el último de sus hijos abandonase el hogar para coger sus cosas y plantarse en un centro de atención a la mujer de los que gestiona la Junta. «Yo les doy la paguita y me quedo aquí con ustedes para ... siempre» le dijo a la funcionaria que la atendió. Por su edad, la enviaron a una residencia de mayores donde tuvo otra oportunidad en su vida, ya liberada de su maltratador. Se ennovió con otro residente quien, ni corto ni perezoso, pidió la mano de María a la directora del centro. Es una de las historias que narra Alberto Arnaldo , el responsable del Servicio Integral de Acogida de Andalucía, un sector en el que lleva 35 años trabajando.
Un final feliz como asegura que sucede con el 75% de las mujeres que pasan por una casa de acogida en Andalucía. Pero el camino entre la puerta de entrada al sistema y la salida definitiva del amparo de la Junta es largo, complicado y, sobre todo, doloroso.
Y deja a algunas víctimas por el camino, algunas tristemente asesinadas y otras, hijas de mujeres que estuvieron en acogida en casas de la Junta, que no han podido superar el maltrato y que vuelven a esas casas de acogida donde siendo niñas encontraron la seguridad.
Andalucía cuenta con una casa de acogida en cada provincia. Casas que son en realidad bloques de pisos en todas las provincias menos en Almería y Huelva donde hay espacios comunes y habitaciones individuales para las unidades familiares. En total hay 471 plazas de acogida que la Consejería de Igualdad ha ampliado en 50 más para poder mantener las distancias y las medidas de seguridad que recomienda el Covid.
El confinamiento ha sido una etapa muy dura. Sólo durante esos tres meses, la Junta ha dado cobertura a 67 menores y a 286 madres. A día de hoy, en las casas de acogida viven 320 personas de las que 158 son menores o dependientes. O ambas cosas.
Seguridad, normalidad, rutina y normas comunes de convivencia (sobre todo de cierre nocturno) son las claves de estas casas en las que viven mujeres maltratadas con sus hijos. El objetivo de la Junta es que las familias no pasen más de seis o siete meses en estas casas. Son sólo un paso adelante para una vida autónoma, para una nueva vida lejos de sus maltratadores. Los niños no son un problema.
La gran mayoría de mujeres maltratadas llegan con sus hijos a cuesta. El paso por una casa de acogida es un tránsito dentro de un programa de atención individualizado que busca empoderar a las víctimas de violencia machista y ayudarlas a llevar una vida autónoma, independiente.
¿Cómo se entra?
La puerta de entrada son siempre las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado o los centros municipales de atención a la mujer. Cuando una mujer agredida se planta con sus hijos y dos bolsas —normalmente de basura— con algunos enseres de emergencia ante la Policía Nacional o la Guardia Civil se activa el sistema.
El primer paso son los centros de emergencia (también hay uno en cada provincia) donde no suelen estar más de dos semanas, tiempo que se emplea para analizar su caso y preparar un plan individual. La entrada a una casa de acogida pasa, necesariamente, por la interposición de una denuncia por malos tratos.
La mayoría de las mujeres que llega a estos centros tienen pocos recursos económicos pero no porque el maltrato sea exclusivo de una clase social, ni mucho menos, sino porque las mujeres con más medios económicos tienen algún recurso a su alcance —una segunda vivienda, la casa de un familiar cercano— en el que empezar una nueva vida. Claro que no hay normas en esta situación tan complicada porque por las casas de acogida han pasado también mujeres médicos, periodistas y funcionarias . Mujeres presumiblemente independientes y con suficiente formación para ganarse la vida.
El día a día
Rutina es la palabra mágica que aporta seguridad a las mujeres y a sus hijos que tienen que mudarse de provincia huyendo de su maltratador. Es una de las paradojas del sistema, que obliga a las víctimas a exiliarse porque, para empezar una nueva vida, tienen que abandonar todo su entorno. Es lo más seguro para ellas pero también lo más desgarrador. La escolarización es inmediata . Los niños van a su nuevo cole en menos de 72 horas, un plazo que la administración reconoce mayor en el caso de las guarderías.
Lo importante es que los niños se integren rápidamente en sus nuevos colegios y por eso los apuntan a todas las actividades: aula matinal, comedor, extraescolares... Los niños pueden apuntarse, además, a todo lo que les guste para que socialicen en su nuevo entorno.
Las mujeres víctimas de la violencia machista no tienen que pagar nada por estos recursos de la Junta. La administración se hace cargo de todo e incluso diseña un régimen de comidas diario para todas las familias. Un plan de comidas supervisado por una nutricionista que trabaja como cualquier familia normalizada : si los niños han comido huevo en el comedor del colegio, la cena no será tortilla.
Los materiales para la elaboración de las comidas de los fines de semana y las cenas también los proporciona la Junta. Es un paso crucial en una vida normal que esos niños no han tenido a causa de la violencia. «El 99% de los hijos de las maltratadas han sufrido violencia. Si no física, sí psicológica por todo lo que han visto y oído».
Las casas de acogida no están, evidentemente, señalizadas ni identificadas. Pero sus vecinos las tienen perfectamente localizadas. El trasiego de familias entrando y saliendo, los monitores que acuden por las mañanas a ayudar a las madres y por las tardes y los fines de semana a atender a los pequeños son una pista.
También son un valioso recurso. Los vecinos , en general y según explican a ABC desde la Consejería de Igualdad, son aliados de la administración y de las mujeres que están iniciando una nueva vida. En alguna ocasión, han llamado a la policía cuando han visto algún hombre desconocido merodeando por la zona. Los agentes saben a dónde van y acuden rápidamente.
Porque el sistema de vigilancia de estas casas es discreto. Pasaría inadvertido a cualquier profano. Un sistema de cámaras y de cierres de seguridad protegen a quienes pasan por unas viviendas públicas y transitorias buscando un hogar. Por las noches no se sale porque a las 7.30 está todo el mundo levantado para ir al colegio, los niños, o a las sesiones con los psicólogos y los educadores sociolaborales, las madres. Claro que cumplen con su función, «que las mujeres no tengan miedo cuando suene la cerradura de la puerta de su casa ».
Cumpleaños
Los niños que están en las casas de acogida saben que tienen unas normas que no son iguales que las de sus compañeros. No está permitido que nadie de fuera entre en sus vivienda s por razones de seguridad. No pueden, por lo tanto, invitar a sus compañeros de clase a sus cumpleaños o a otras celebraciones familiares.
Pero la administración suple esta dificultad con el resto de los niños de la casa de acogida. Los cumpleanos se celebran «a lo grande» y ha habido fiestas de primera comunión por todo lo alto. Ahora están preparando la Navidad con la misma incertidumbre que el resto de los andaluces.
No paran de preguntar cuántos van a poder reunirse, cómo serán las actividades navideñas y los niños ya preparan sus cartas a los Reyes Magos, amén de una decoración para lo que esperan que sea una Navidad muy feliz. Ni la pandemia ha podido con ellos a pesar de que son un sector de población muy vulnerable. Algunas han huído precisamente en estos días y el entorno de la casa de acogida ha sido un bálsamo para el infierno que dejan atrás.
El empleo
La clave está en encontrar un nuevo modo de vida. A la grave situación laboral y económica por la que está pasando Andalucía se suma la fragilidad de estas mujeres y el alto índice de desempleo femenino. Si alguna de ellas trabaja en una gran empresa, no hay problemas. La Ley Integral de Violencia de Género las obliga al traslado a la provincia de destino y, en general, las empresas colaboran. Cuando son trabajos precarios o empresas pequeñas hay mucha más dificultad. «Las empresas deberían ofrecer trabajo a las mujeres maltratadas dentro de sus programas de Responsabilidad Social Corporativa , pero todavía no hemos llegado a eso», dice Alberto Arnaldo. Pues ahí está el próximo reto.
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