Menores inmigrantes en Andalucía
Mohammed Hatchim, 18 años: «Soy voluntario con personas con autismo en un centro de Sevilla»
Este joven reconoce que algo de impresión sí da subirse en una patera. «Un poco de miedo tenía, pero también tenía muchas ganas de venir, así que me monté», resume
Mohammed Hatchim
Mohammed quiere ser auxiliar de clínica para personas con discapacidad. Para prepararse, ahora mismo está de voluntario en un centro de Sevilla en el que ayuda a pacientes con autismo. Lo cuenta con una sonrisa que se le afloja solo un poco ... cuando habla de la fecha que, hasta ahora, temían todos los chicos inmigrantes: el de su 18 cumpleaños.
«Pensé mucho qué iba a pasar entonces», explica. La razón es que, hasta el cambio de normativa, soplar 18 velas era en mucho casos una sentencia de acabar en la calle. «Me planteé mucho que tenía que irme del centro y buscarme la vida, sí. Pero al final me ayudaron a buscar un piso», cuenta. Ahora que ve su futuro más claro dirige sus esfuerzos a acabar trabajando en el sector sanitario.
Antes de llegar a Andalucía, Mohammed estudiaba en la mezquita de su barrio de Tánger, donde aún vive su familia. «Me gustaba mi vida allí pero lo dejé para venir aquí», explica. La falta de trabajo y posibilidades le forzó a emigrar.
Su madre se opuso, recuerda: «ella no quería que viniese, pero cuando lo decidí ella ya no tenía nada que decir ». Así que, salvado el escollo materno, se dirigió a las playas donde sabía que podía embarcarse para cruzar el Estrecho.
Este joven reconoce que algo de impresión sí da subirse en una patera. «Un poco de miedo tenía, pero también tenía muchas ganas de venir, así que me monté», resume. De ese día recuerda que había «uno que es el responsable de la patera, es a quien le pagas. Entonces esperas un tiempo y él te llama el día que sale la tuya». Quien él identifica como «responsable» de la patera es, en realidad parte de las mafias que explotan a los inmigrantes.
Tras pagar algo más de mil euros -por ese dinero solo tenía derecho a un intento, pagando más te dejan volver a embarcar si fracasa el primer viaje-, se echó al agua. Les rescató la Cruz Roja en el mar. Tenía 16 años. Al llegar a tierra ingresó en un centro para menores, luego otro; y otro... Al final llegó a un piso que comparte con otros chicos como él.
La lógica de estas casas donde pueden estar desde los 18 años es que, ya que están aquí y conocen el idioma, ¿por qué no darles una oportunidad? Dejarles que trabajen, que coticen, que hagan su vida. En eso está Mohammed. Por ahora de voluntario, pero con la vista clavada en poder llegar a ser auxiliar de clínica. Mientras llega ese momento, habla con sus parientes en Marruecos. «Les cuento que estoy bien, estudiando. La familia es la familia, siempre tenemos contacto», resume.
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