Persiguiendo la explotación sexual puerta por puerta
Voluntarios de la Cruz Roja asisten a las mujeres que ejercen la prostitución en pisos en Andalucía y detectan si son víctimas de trata para ayudarlas a salir de ese mundo que, reconocen, es un laberinto del que es complicado escapar
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«La tasa de salida de este mundo es baja porque la prostitución es un laberinto», explica un voluntario
Pestillos para cerrar por fuera una habitación, cámaras por todo el piso, chicas con moratones, llamadas constantes al móvil... Son señales a las que están atentos los voluntarios de Cruz Roja que trabajan en su programa 'Intervención en pisos en contextos de prostitución y trata' ... para detectar la explotación sexual. El programa sirve para ofrecer una salida a las mujeres que ejercen la prostitución y, en lo que llega esa puerta a otra vida, atender sus necesidades sanitarias, psicológicas o de formación.
El trabajo que hacen, puerta a puerta por los pisos donde hay prostitución es lento. Muy lento. Y, a veces, «frustrante», añade José Juan Luque, quien colabora como voluntario con la Cruz Roja de Córdoba en este programa y es, además, educador social. «La tasa de salida de este mundo es baja porque la prostitución es un laberinto», explica. Además, pueden estar tres meses trabajando con una mujer y, de pronto, desaparece. Puf. Ni rastro. ¿Por qué? «Los hombres exigen mucha rotación en los pisos, quieren caras nuevas cada semana y las mujeres lo saben. Así que van cambiando de sitio, de ciudad o de comunidad. Una chica que hoy ejerce en Sevilla puede estar mañana en Barcelona y no volver a coger el teléfono nunca más. O reaparecer a los meses y pedir entonces ayuda para dejarlo o de otro tipo. «En los cinco años que yo llevo en este programa he visto salir de la prostitución cuatro o cinco mujeres», detalla Luque.
«Hay chicas que entran en esto por la droga o por la pobreza», explica María José Barrera, quien ejerce la prostitución
Cristina Guerrero, directora del programa de mujeres de la Cruz Roja en Andalucía, apunta en la misma dirección: «Es complejo salir de este círculo». Las mujeres en esta situación encuentran barreras, «no son fácilmente contratables pero las ayudamos en formación, en capacidades para que puedan dejar de ejercer si quieren».
María José Barrera coincide: la prostitución es un laberinto, una trampa. «Hay muchas chicas que entran por droga, otras por pobreza...». Sabe de lo que habla porque ella misma ejerce la prostitución. Habla del asunto sin tapujos y con toda la claridad que puede. Su frases están cuajadas de verdades crudas. «El problema es la pobreza y primero habrá que eliminar eso para que las mujeres no tengamos que estar en esto», reivindica. Mientras no se acabe con la miseria, ella reivindica seguir vendiendo su cuerpo.
Barrera, que reconoce que la intención de los voluntarios que acuden a los pisos es buena, señala que los recursos son, sin embargo, escasos. «Hacen cursos, sí, pero luego las prácticas son de 460 euros y cuando acabas, al paro otra vez. Solo contratan a las que tienen más de 40 años y con diversidad funcional». Asegura que ella, como sus compañeras, ya han pasado por «trabajos dignos» pero que «de eso no se vive. Si tienes niños o personas a cargo, con los sueldos que hay...»
Para esta mujer, la prostitución «no es indigna». Lo indigno es «que todo el mundo coma de nosotras menos nosotras». Por eso aboga porque haya «alternativas, derechos, legalización parar las multas a quienes ejercen. Y la que quiera salir, que salga«, señala.
Por Internet
Precisamente en encontrar esas alternativas que Barrera reclama están la Cruz Roja. Su trabajo empieza siempre con una llamada. Explica Jara Flores, responsable del programa en Sevilla, que tienen a técnicos que localizan por Internet los pisos donde se ejerce y llaman. Les ofrecen acudir para darles preservativos, lubricantes, formación... Lo que les haga falta. Cuando llegan al apartamento es cuando miran si hay esas señales de trata. Las cámaras apuntando a las habitaciones. Los candados por fuera de las puertas. Las heridas o moratones en las mujeres.
Gracias a las visitas, crean con las mujeres un ambiente de confianza. No están para juzgar sino para ayudar. «Les damos cursos de planificación familiar, asistencia jurídica si tienen un juicio o necesitan reclamar la documentación porque estén en situación irregular», explica Flores. Con tiempo y mucha paciencia, establecen vínculos con las chicas y, a veces, piden salir. Se activa entonces una maquinaria para darles cursos, casas de acogida, asistencia. Acompañarlas en la transición, que «es muy muy complicada», explica Cristina Guerrero.
Un equipo localiza los pisos donde se ejerce y luego los voluntarios visitan para ofrecer cursos, preservativos o asesoría
Las mujeres que han pasado por un caso de trata, detalla Guerrero, suelen tener problemas psicológicos. Una suerte de estrés postraumático bestial. «Han sido víctimas de violencia constante durante años. Y varias violencias a la vez: sexual, física, psicológica...» Recuperarse de eso es complicado pero, insisten todos los que trabajan con estas mujeres, posible. Se sale, hay esperanza.
El programa de trabajo en los pisos de la Cruz Roja no solo persigue sacar a mujeres de la prostitución. También, explica Guerrero, «queremos reducir los riesgos en los entornos de prostitución». Su trabajo es integral: escuchan, forman, proporcionan métodos anticonceptivos... Y, si detectan la trata, actúan. Lo complicado, señalan, es que la mujer sea consciente de que está en una situación de trata. «Al final una mujer puede o no dar el paso de salir, pero nuestro trabajo es más estar ahí, ayudarle a cuidar de su salud física y mental. Y, cuando esté lista, si lo está algún día, ayudarla a dejarlo».
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