Semana Santa
Viernes Santo en Córdoba, la Madre de la última despedida
Crónica
La oración a la Virgen de los Dolores y la belleza de una tarde melancólica consuelan la tarde final
Así ha sido el Viernes Santo de Córdoba
Horario e itinerarios del traslado de la Merced y la Estrella este Sábado Santo en Córdoba
La Virgen de los Dolores, en su paso este Viernes Santo de Córdoba
Y en el colmo del amor y de la belleza, se marcha. En el pellizco de una voz que se apagó y vuelve a sonar cuando pasa la Virgen de los Dolores, en el empujón que obliga a buscar otra calle y un atajo ... para verla otra vez, porque su presencia ni cansa ni sacia, en los ojos que buscan la mano derecha baja que parece estar esperando plegarias de Córdoba.
En una saeta, tan ronca, honda y broncínea como la misma tarde que había nacido para ver las dos lágrimas de la Virgen de la Soledad. En la sensación de que el Cristo de la Expiración va a erguirse todavía un poco más sobre el clavo de los pies en busca de aire y no va a cerrar los ojos ni a desplomarse muerto.
En el versículo de San Juan con una promesa que es más importante que la arquitectura, el oro, la plata y la luz que la rodea protegiendo al sueño de Jesús. «¿Me vas a dejar ahora, Señor?», dijo Pascal al pensar en el Dios de Abraham, no el de los sabios.
Sí, en ese momento en que se aparecía por cualquier esquina, cuando el que se deja el teléfono móvil en el bolsillo escucha más que nunca y guarda para poder meditar, la Semana Santa se estaba acabando.
Quizá la Virgen de los Dolores, que quiere todo lo bueno para Córdoba y para quienes pisan sus calles, decidió quedarse a salir en esta tarde de luz última para que el adiós sea con la cima de su belleza. Para que el alma, que sabe que las cosas tienen principio y final, sepa que no se podría haber mantenido una nota tan alta durante tanto tiempo, que cuando se llega a la emoción más pura no tiene más remedio que bajar.
Adiós
Por el corazón, las manos, la corona, las joyas, los ojos de la Virgen de los Dolores fueron pasando resumidos tantos momentos que vistos en su presencia no eran más que subir escaleras hasta llegar a Ella, y al marcharse y dejar el paisaje negro y oro del manto de los dragones sabía el alma que todo iba terminando, que la Semana Santa de Córdoba nace como río para desembocar en el mar de su inmensidad.
Por Ella esperas, incertidumbres, nubes negras, humedad, suspensiones y pasos a tambor valían la pena. En Ella lo hermoso, la esquina que ahora se asociará a un recuerdo y la felicidad con que en estos días se llega al sueño son mucho más hondos.
Se ha dicho muchas veces: la Semana Santa se muere desde el mismo momento en que empieza, y los días se van acumulando sobre el final de los demás. En cada nuevo amanecer hay pasos que no se verán hasta el año siguiente, candelerías gastadas que no volverán a temblar en una noche. El ritmo engaña para pensar que todo es eterno, pero llega un Viernes Santo y no hay ya otra despedida.
Nadie pensaba todavía en ello en la tarde temprana de Levante, cuando empezaba otra vez el rito de buscar en un barrio de extramuros a su cofradía, aunque lleve allí menos de un lustro. La banda de la Estrella tocó 'Ione' cuando apareció la cruz de guía, como han hecho desde 2022, quizá para acentuar el clima o para hacer ver que una cofradía empieza en su cuerpo de nazarenos, y al parecer la Virgen de la Soledad la opción fue la solemnidad de 'Oremos' de Ricardo Dorado.
Era el sol rabioso y casi cálido, como lo han sido pocos en este abril de vientos, fríos y lluvias traicioneras que no han logrado ganar ninguna batalla, y en las calles anchas había tiempo para no tener que decirle nunca adiós, para mirar la expresión de su dolor último expresado en dos lágrimas. Estrenaba las cantoneras de la cruz y las cuatro maniguetas del paso, tan innovadoras como todo el proyecto de Rafael de Rueda, todo ello cincelado por Emilio León.
Debutó José Rodríguez Alarcón como capataz de la Virgen de los Dolores y se notó en la fuerza, elegancia y mando
Al Viernes Santo desde hace unos años hay que esperarlo tarde en el Centro, pero también se le puede buscar extramuros, y a un entorno como la carretera de Palma del Río encontraron bastantes al Cristo de la Oración y la Caridad prometiendo a San Dimas el paraíso.
En su camino ancho cobraban sentido las flores moradas y también silvestres que se habían dispuesto en el paso, y la luz ancha y sin tamices ni obstáculos de edificios no tuvo que ser distinta a la del primer Viernes Santo. Quedaba camino por el oeste de Córdoba para fijarse en la mirada compasiva, y mientras tanto la Córdoba de siempre no podía esperar más. Su Viernes Santo tenía que nacer.
Por San Álvaro, San Zoilo y Torres Cabrera el camino era de aceras llenas, de gente en los portales, de esquinas repletas, pero todavía no de nazarenos. Tuvo premio quien quiso llegar hasta el mismo lugar en que se vieran los hábitos negros y la monumental obra que más que cruz de guía es la primera de las ofrendas a la Virgen de los Dolores. La que la prefigura.
Porque desde ese momento todo es espera en los atributos, los corazones de los cubrerrostros y también el Cristo de la Clemencia, que llegaba de nuevo con la corona de espinas que ahora cubre la cabeza que varias generaciones conocieron despojada.
Su cuerpo es vencido y su muerte ya sin lucha, como corresponde a la entrega total del Viernes Santo. Cuando se internaba por San Zoilo se presentía a la Virgen de los Dolores en la música.
Tienen las calles como Torres Cabrera la proporción perfecta para la Señora de Córdoba y para su silueta inconfundible. Allí crece, se acerca, sobrecoge. Cambian algunas de las cosas que la rodean, pero lo que la toca es inmutable.
La saya esta vez era la negra, la compañera del manto de los dragones, y había que mirarla después de fijarse en la tristeza y al mismo tiempo en su capacidad para mostrar su compasión a quienes la esperan y para devolverles limpias las congojas que afligen a cada uno.
El paso de la Soledad estrenó cantoneras y maniguetas, de Emilio León, según el innovador proyecto de Rafael de Rueda
En tanto semblante de eternidad hablar de detalles es casi frívolo, pero el alma acostumbrada se fija en las rosas blancas y en las calas, tan populares en Córdoba y tan presentes en su estética, y también en la forma de andar. Se nota el trabajo de José Rodríguez Alarcón, capataz por primera vez de la Virgen, por la fuerza, el mando y la elegancia, que tienen la virtud de hacerse ofrenda digna y de no hacerse notar precisamente por estar a la altura de mostrar impecable a la Señora.
A esas alturas, cuando se está delante de Ella, el alma ya sabe que la fiesta empieza a agotarse, que detrás de no muchas despedidas más no habrá nuevos reencuentros. Que hay que apurar ya hasta el final porque ahora sí hay que esperar un año. Así que se dejaba con pena su paso de plata.
Bajaba por la calle San Fernando el Cristo de la Expiración, desde hace unos años en un caminar dulce que parece acunar el último aliento. En las flores moradas sobresalían algunas de tanta belleza como aspecto silvestre, corrientes también su estética estos últimos años. Una chicotá, otra más, otra más, y se iba acercando al lugar donde la bulla impedía seguir, y había que adivinar nuevos gestos en su último suspiro.
La Virgen del Rosario encarnaba en su dolor desfallecido todo el espíritu de la tarde. Estaba su palio cuajado de flores, casi siempre blancas, aunque también en tonos pálidos, y de 'Virgen del Valle' a 'La sagrada lanzada' había una voz interior que decían que estarían entre las últimas marchas de una tarde de Semana Santa de Córdoba. Por eso se miraba a sus ojos y se la seguía cuanto se pudiera.
A los contraluces del Descendimiento el Puente Romano dejó de ser ya escenario de cofradías. En el Campo de la Verdad era el escenario de fiesta de siempre, y el misterio había que verlo en la silueta en que el drama final se va haciendo cuadro, esencia.
Lució por vez primera el nuevo palio de la Virgen del Buen Fin, bordado por Antonio Villar según el renovado proyecto de Fray Ricardo de Córdoba, y los hilos de oro nuevo admiraban como una meta lograda. En su aire de barrio y en las flores blancas y de tonos pastel había que detenerse y acaso buscar ya en la madrugada.
Al aparecer el Santo Sepulcro el corazón tiene que pensar que disfrutará de todos sus detalles para cerrar los ojos y pensar que no habrá otra noche con nazarenos en la calle, ni más oportunidades hasta la luz radiante de la Resurrección.
Cantabile y la música de capilla recibieron al Señor en la calle, con el andar propio de un monumento, más que de un paso, y quienes conocen el sentido de lo que dice tenían más conmoción religiosa que estética, y eso era difícil.
Muy pronto llegó la Virgen del Desconsuelo, con un sol de candelería y claveles blancos con azahar piñas blancas que recordaban la forma de campanas, y su presencia era de oficios de Viernes Santo antiguos, de tarde soñada, de viaje a una Semana Santa rescatada. No importó ya para entonces que fuera el final, porque el final es también una parte de todo lo que se quiere.
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