La Cuaresma en ABC
Francisco Román anuncia la Semana Santa de Córdoba con ilusión de niño y fe de adulto
El pregonero brinda un texto de amor mariano hilado con recuerdos de infancia y elogios a la historia de la ciudad y sus tradiciones
Francisco Román: «He pretendido ser lo más clásico posible»
Córdoba
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Iniciar sesiónEmpezó cantando a la Virgen y terminó cantando a la Virgen. De un alumno salesiano no se podía esperar otra cosa. «Envíanos tu sonrisa cada día», pidió a María Auxiliadora en sus primeras palabras. «Eres calor que cobija. Eres silencio que arrulla. Eres ... refugio para el que camina», cantó a su Virgen de la Esperanza del Valle.
Francisco Román anunció este sábado la Semana Santa de Córdoba con un pregón lleno de emociones personales, muy en primera persona e incardinado en la historia y las devociones de la ciudad. «Con la condición de cordobés nacido en San Lorenzo, bautizado en San Rafael, salesiano de formación y arraigado en Poniente, ante ustedes comparece, ligero de equipaje, este humilde vocero para dar de sí cuanto pueda salir, no de mi cuerpo, sino de mi alma en esta fiesta de la palabra», se presentó.
El pregón de Semana Santa de Francisco Román en el Gran Teatro de Córdoba, en imágenes
Rafael carmonaEl cofrade de la Sagrada Cena anuncia la fiesta con evocaciones de su niñez y de su edad adulta
Y fue la primera parte el relato de su Semana Santa de niño. Los recuerdos del patio de un gran patio de vecinos en la plaza de Don Arias, «con olor a generosos pucheros en la lumbre de picón». No muy lejos en otro patio con olor a naranjas y limones, vivía aquel al que en su familia llamaban «Juanito el escultor», Martínez Cerrillo.
«De no haber nacido, habría sido necesario inventarlo porque, ¿qué sería de nuestra Semana Santa sin su Paz y Esperanza, gozosamente coronada?, o ¿sin su Esperanza?», se preguntó. Contó entonces el recuerdo de su primera túnica, hecha por su madre, para salir en la Entrada Triunfal, en una carrera oficiosa que para él empezaba en San Lorenzo. «Una época ya lejana en la que el tiempo no existía», contó, cuando iban a ayudar a los preparativos, olían las calas que se le ponían a la Virgen de la Piedad y terminaban subidos al caballo del Prendimiento.
«Los más cursis dirán que era una Semana Santa en blanco y negro, pobretona y pueblerina, cuando habría que hablar de barroca austeridad, de sobriedad, contención y… ¿por qué no?, también de falta de medios. Pero para mí tenía todo el colorido y la grandiosidad que la mente de un niño es capaz de imaginar», dijo.
En un escenario presidido por la cruz de guía de su hermandad de la Sagrada Cena, estuvo presentado por Blas Muñoz y le precedió la actuación de la banda de música María Santísima de la Esperanza, que interpretó las marchas 'La Esperanza del Valle', de Alfonso Lozano; la 'Marcha fúnebre opus 35', de Cipriano Martínez Rücker; 'Estrella Bendita', de Antonio Moreno Pozo, y 'Saeta cordobesa', de Pedro Gámez Laserna.
Terminó su primera parte recorriendo, «envuelto en la neblina de la añoranza y con cortejos que andaban a golpe de campanillas». «Pasos de Cristo alumbrados con baterías de coche y costaleros con aspecto de rufianes, aunque con corazones que no les cabían en sus cuerpos de curtidos faeneros, de las cuadrillas de los Sáez, Gálvez, Muñoz o Torronteras para los pasos de Virgen», recordaba mientras hablaba de puestos de chucherías.
El Señor de la Fe
Aquello terminó y saltó a 1993, cuando se bendijo al Señor de la Fe. Para él pasó desapercibida, pero quedó un cartel que le cambió la vida y que le enseñó la madre de Miguel Ángel González Jurado. «Algo muy especial había en aquella actitud serena, a caballo entre el éxtasis místico y la agonía existencial, en la que Cristo no piensa sólo en los discípulos con Él reunidos, sino que, al levantar sus ojos hacia el horizonte, convierte el momento en universal», confesó. Poco después pidió el alta en su hermandad de la Sagrada Cena.
De su vida de cofrade aprendió que todo se resume en «sentimiento, familia y servicio». «Hoy puedes ser hermano mayor, y mañana encargarte de abrir las puertas del templo». «Sentimiento, familia y servicio», proclamó.
Cada cierto tiempo dejó caer algunas críticas, como a las tribus de 'subkofrades' «con reporteros ocasionales e influyentes de pacotilla». Así llegó a la Semana Santa, en que «esta ciudad se despoja de postizos y añadidos, como repintes de malos restauradores, para lucir con toda su pompa y belleza». Culminó la primera parte con versos emocionados en los que proclamó un rosario de advocaciones y también de sabores de potaje de Cuaresma, jeringos de y medios de vino.
Desde entonces hizo un recorrido por las distintas escenas de la Pasión. En la Cena recordó a las mujeres, «las únicas que no abandonaron a Jesús durante las horas de la Pasión». Con el Señor Rescatado se rompen los cánones: es Nazareno «porque su cruz está formada por haces de plegarias. Sus astillas son de agonía. Y está rematada con cantoneras de suspiros y lágrimas agradecidas o suplicantes». Al pasar por la Virgen de los Ángeles se dolió del «egocentrismo hedonista más feroz que, en el colmo del esperpento, se condena con cárcel matar una rata, pero se considera un derecho asesinar a un no nacido».
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A la Esperanza la piropeó: «Juncal como el nardo, fragante como el azahar, pura como una rosa, flamenca como un clavel, perfecta como una camelia». Habló con hondura de Jesús Nazareno, «de silueta enhiesta, nunca derrotada; serena, nunca turbada», y también de María Santísima Nazarena, «soberbio primor celestial. Joya escogida. Portento de gubias angelicales. Nácar de mares de ensueño».
Hizo constantes alusiones a gentes sencillas vinculadas a las hermandades, hombres y mujeres y habló de los barrios y su historia. Pintó a San Rafael ayudando en el Puente Romano al Descendimiento del Señor.
Con el final llegaron momentos culminantes. Primero, con la Virgen de los Dolores: «Detrás te siguen tantas y tantas almas, unas en busca de perdón para pecados aborrecibles; otras ansiosas de consuelo ante la tribulación; las hay que pretenden cumplir cuentas contraídas, sin saber que Tú ya las has dado por saldadas». Y contó otra experiencia, cuando al besarle la mano sintió «el escalofrío de siglos de devoción». ¿Acabo el pregón en la certeza del Señor Resucitado?
Francisco Román quiso terminar dirigiéndose a María Santísima de la Esperanza del Valle. La recordó en su primer Jueves Santo en la calle, el año 2022: «Tu mirada, cómplice, amorosa y maternal, ya se había anclado a mi alma con la fuerza de un titán. Yo te miraba y te daba las gracias, Tú me acogías en tu seno y me ibas a llevar en volandas». Y antes de terminar pidiéndole la salvacion le dijo largamente lo que supone para él: «Eres aurora infinita. Eres norte y rumbo. Eres ancla de salvación. Eres puerto seguro. Eres faro que ilumina las tinieblas».
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