La confusión del camino

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Francisco Poyato

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La ciudad que se aproxima al mediodía amodorrada por la pausa laboral del común de sus vecinos está poblada por esta gente tan interesante y hasta envidiable de mochilas y prematuras mangas cortas que llega de aquí y de allá, que se deja el dinero mientras disfruta, descansa, se quiere, vive.

Ahora hay un debate acerca de si es necesario darle un pequeño estacazo, si es que un estacazo puede ser pequeño, a las aves de paso. El alcalde, pura mesura de nuevo, ha dicho que quietos, que tranquilos, que lo importante es garantizar la sostenibilidad del sector. Tiene razón, otra vez.

La sabiduría popular, la de las barras de los bares, la que pone el precio de las medias raciones de bravas y fija el importe de un cucurucho con dos bolas en la Flor de Levante, ya sabe de sobra cómo sacar lo suyo del asunto, que bien que se lo merece. Una pareja que habla entre sí en francés y que se protege de sol con boinas se detiene en un puesto de caracoles cerca de la terminal ferroviaria y le saca fotos a la carta que está colgada en las lonas: lo que no sabe es que los cordobeses también lo hacen porque su extrañamiento es parejo; si antes había caracoles chicos y gordos y si acaso picantes, ahora ya puedes elegirlos con salsa tariyaki, a la carbonara y hasta con rabo de toro. Su tren parece que va a salir y ellos caminan ya a paso firme hacia la estación. Pasan por la Biblioteca Grupo Cántico. En uno de sus expositores estaba el otro día el último libro de Eva Díaz Pérez,'Los viajeros del continente', la historia conmovedora de dos personas que buscan «el alma de todos los viajes: lo imprevisible ante una encrucijada, la confusión de los caminos».