Marroquíes, 6, vivir en el palacio de la sencillez que embruja en los Patios de Córdoba

En ocasiones sus conversaciones van a un volumen un poco más alto, pero él parece ajeno a lo que sucede a su alrededor, como si todo lo que pasara en estos días fuese tan parte del paisaje como el canto de los pájaros o las campanas de Santa Marina.

Sólo cuando alguien le llama la atención alza los ojos de la lectura. Quizá sea una escena calcada de lo que suceda en muchas casas, pero José María Sabalete no vive en un lugar cualquiera, sino en Marroquíes, 6, en el patio más visitado de Córdoba, y está feliz de estar allí.

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Valerio Merino

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Porque Marroquíes 6 es un barrio dentro de la ciudad, una urbanización antes de que se les diera este nombre, un gran jardín de buganvillas y miles de plantas de todos los colores, un museo con cocinas y lavaderos antiguos, pero también, y eso nunca dejó de serlo, es un sitio para vivir o trabajar, o para las dos cosas.

Él vive y trabaja en el número 15, en una de las pequeñas viviendas que se proyectaron hace más de un siglo y que en su treinta metros cuadrados encuentra perfecta para una sola persona, como es su caso, o hasta para una pareja. Es un palacio de la sencillez, entre tanta belleza.

Vive allí desde hace ocho años y conocía el patio porque allí vivía uno de sus mejores amigos y lo visitaba con frecuencia: «Me enamoré del patio desde la primera que vez que estuve». Cuenta cómo le gustan la naturaleza y las plantas y encontrar un lugar así, en que se vive rodeado de ella, fue una suerte.

Marroquíes, 6 es un conjunto que tiene un solo propietario y todas las viviendas y talleres que allí están abiertos son inquilinos. Y todos, eso sí, se comprometen al cuidado de las plantas, de la fachada y del patio, y son conscientes de lo que se avecina en la fiesta de los Patios de Córdoba.

Los visitantes ven sobre todo el patio en primavera, pero también en otoño tiene sus flores propias, y sobre todo el trajo de cuidar, limpiar, regar y poner. Viven todo el año catorce personas, más algunos talleres de artesanos que hacen su trabajo y se marchan después a casa.

La vida es sencilla, las casas pequeñas y quienes viven allí saben que es a estas alturas el patio más visitado de Córdoba, pero están orgullosos y contentos: «Aquí no se escucha ni un coche, ni una moto, sino sólo los pájaros y las campanas que te ayudan a saber qué hora es».

Entre las que más han visto crecer el conjunto como patio monumental de Córdoba están Ángela Moreno y Elena Ríos, que tienen un taller de cerámica creativa como hobby, y llegaron en 1988: «No vivimos aquí, pero trabajos por el patio tanto como cualquier vecino».

Constatan la impresión de que aunque el patio siempre estuvo abierto y siempre fue bello y monumental, ha sido en los últimos años cuando se ha potenciado y ha multiplicado el atractivo. Lo explica Ángela Moreno, que es además presidenta de la asociación y de la comunidad de inquilinos que se ocupa del cuidado del patio.

«Con la subvención, que es bastante grande porque el patio es muy grande, ya podemos contratar a pintores para hacerlo más profesional, y comprar más flores», dice. Ellos cuidan sus plantas y sus esquejes, pero el dinero de participación y premios es para el patio. Elena Ríos lo resume: «El dinero no es para nosotros».

Mientras hablan, los visitantes van paseando asombrados por las calles de aquello que se construyó como una urbanización incipiente, con todas sus modestas viviendas, sus zonas comunes, sus porches y el espacio que compartían todos los vecinos.

La buganvilla central, que es de las cinco, es una inmensa sombra cárdena, y por todas partes asoman geranios, gitanillas, sulfinias, centáureas, cinerarias. Cuesta saber si es más atractiva la arquitectura o las plantas, los colores o el dédalo de pequeñas calles, las puertas azules, el lavadero o la cocina.

Todo es producto del trabajo común, y la dueña, cuando alguien va a firmar un contrato de arrendamiento, avisa de que hay que ocuparse del patio, cuidar flores y sobre todo tener una convivencia. En unos cuantos cientos de metros cuadrados hay mucho que compartir.

Los vecinos se ven con frecuencia, se auxilian con lo que necesitan y tienen a los demás muy cerca. ¿Defectos? Elena Ríos habla del calor. Hay aparatos de aire acondicionados, siempre discretos, pero el horno a mil grados se hace imposible desde que termina la fiesta de los Patios hasta el otoño.

Un poco antes hay un azulejo que señala el Rincón de la Jubilada, el número 19, y allí vive Pilar Silva. «Es una maravilla. Llevo sólo tres años y es una delicia», resume. Es para amantes de las plantas y de la naturaleza, también aclara. La vida es sencilla, tranquila y cómoda, y cuando no quiere hablar con nadie, cierra la puerta, pero también toma una cerveza o un café: «Broncas hay pocas».

Por Marroquíes pasa mucha gente en la fiesta de los Patios, pero también cuando no es mayo. Los vecinos escuchan a mucha gente que quiere pasar, pero decidieron que lo mejor era no hacer excepciones y por lo tanto no abrir.

Los guías les dicen que hay interés y que puede organizarse, pero prefieren abrir sólo en el concurso: «Si estuviera abierto vendría muchísima gente». Sólo algunos amigos de sus inquilinos pasan fuera de temporada. La flor de Marroquíes sólo es para todo el mundo en un momento del año.