la Graílla
La senda que no se ha de volver a pisar
Se añora lo que se vivió en los viajes como quizá echará de menos el alma inmortal los días de la vida finita
Oración por Santa Eulalia
Nos vemos en la obra
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Iniciar sesiónEl viaje no tiene que ver con el ocio, el consumo ni la necesidad de exhibición de la felicidad. Quien toma la maleta y empieza a devorar kilómetros lo debe hacer ante todo para vivir más o para disfrutar por unos días de una ... existencia distinta que no anula a la que tiene. Ahora que el coche reposa de tantas horas escalando pendientes o cortando las llanuras de un horizonte perpetuo el alma echa de menos lo que ha vivido.
No porque los días sean peores asomándose al Guadalquivir que mirando el Duero, ni porque sean más tristes las mañanas de tareas y trabajo que las que se consumieron entre visitas alzando la mirada hacia calles y casas desconocidas, sino añorando todo eso como quizá añore el alma inmortal la vida terrena cuando Dios quiera llamarla a su presencia.
El que lo hace bien sabe que viajar es como vivir y que hay momentos que se consuman con todo lo que significa la palabra: llegan, se viven y se marchan. Igual que no se se ve nacer dos veces a los mismos hijos y se les acompaña una sola vez en los primeros pasos y en las dudosas pedaladas antes de que se suelten, el alma del que ha llegado hasta donde quiere no sabe lo que el cielo le tiene guardado para los años que vienen, pero intuye que será difícil que delante de los ojos vuelva a estar el mar quieto de agosto en una recogida bahía francesa.
Por eso se detiene, mira, respira y calla y no tiene prisa por marcharse. Tal vez haga alguna fotografía que no se enseñará ni recibirá ninguna pulsación en las redes sociales: en su dosis precisa no son más que ayudas que permitirán avivar la memoria cuando pasen los años y el alma esté huérfana del gozo.
Son estos viajes aquella senda que no se tiene que volver a pisar porque es el camino que se hace andando. Incluso cuando se hace con la ruta que marcó alguna empresa y el viajero marcha estabulado, el que sabe mirar es capaz de detenerse donde no le han indicado, buscar el rincón que se llevará de recuerdo y hasta perderse por la ciudad en un momento y encontrar aquello que los demás se pierden por tomarse un refresco que será igual que en todas partes.
Hay un momento en el viaje en que quien se ha detenido en una plaza para mirar el paisaje que no conocía y que será difícil que recupere fantasea con la forma que tendría su vida si la tuviese en aquel lugar de otro clima, de otra orografía y de otro aire. Más pronto que tarde dejará de respirar en ese sitio y algún motor lo llevará de vuelta a Córdoba.
Ahora tal vez quienes vean al que regresó le adivinen en los ojos alguna veta melancólica, una mueca triste al hablar de los viajes de las vacaciones, y no será pereza por volver a trabajar. Aquel rincón, esa calle o el paisaje que echan de menos ahora queda tan lejos e inalcanzable como la senda de una vida anterior para la que se perdió el camino de regreso.
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