La Graílla
La voz de los muertos
Había cordobeses que habrían querido ser de Parla y presumir de una ciudad sin arqueología ni historia
Estado sin justicia
Homo insipiens
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Iniciar sesiónHubo un tiempo en que muchos cordobeses renegaban de la historia de su ciudad. Hubieran preferido nacer y vivir en una población dormitorio, trazada según planes modernos y sin el menor rastro de historia, tradición ni pasado, y no en una de las ... urbes fundamentales de la humanidad. Igual que hay quien quiere ser sevillano sin haber nacido allí, y bien que se lo recordarán, había cordobeses que habrían querido ser de barrios nuevos de Esplugues o de Parla y presumir de centros comerciales y franquicias.
Si al excavar en Córdoba aparecían unos restos que al albañil y al dueño de la casa le parecían cuatro piedras pero luego eran testigos de un templo, un acueducto o una almunia, maldecían contra aquella manía de preguntarse por los restos y eran partidarios de arrasarlo todo y construir como en cualquier parte.
La fotografía del palacio de Maximiano Hercúleo, destruido en gran parte por las prisas para construir una estación que se había demorado por mérito de quien ahora le dará nombre, duelen por la ceguera destructora del Gobierno socialista que no quiso llevársela un poco más al norte, por la complicidad del Ayuntamiento de Izquierda Unida que aplaudió al destruir el gran conjunto romano y luego defendía una celosía de los años 70, y sobre todo por la forma en que caló a la sociedad que aquella era la opinión buena y necesaria.
El Carnaval, siempre atento a dar la razón al poder que pagaba, defendía en sus pasodobles de brutal pragmatismo - «aunque me tengan por inepto»- la destrucción de Cercadilla y en los bares se defendía que ya estaba bien de piedras y que lo que hacía falta era mirar al futuro.
Con aquel ambiente a todo el mundo tenía que parecerle muy bien el parque temático, llamado Almansur, que un tal Villarejo quería hacer en las faldas de Medina Azahara. La única voz que se escuchó en contra, aunque con capacidad para detenerlo todo, fue la de la entonces consejera de Cultura, Carmen Calvo, pero aunque tuviera que explicar tantas veces que el paisaje formaba parte de la ciudad califal, los Ayuntamientos ya dejaban construir sin papeles en los alrededores.
De aquella época es una manifestación de orgullo cerril que pedía construir incluso en el Salón Rico, y hasta una curiosa idea de un jefe de la oposición de dejar a las criaturitas con su parcela y poner una barrera de almendros para hacer bonito.
Quien vivió aquello ahora mira con asombro cómo las noticias de la antes irritante arqueología entran con bastante facilidad entre las más leídas del periódico, del monasterio de Santa Eulalia al complejo episcopal del Patio de los Naranjos y de la alcaicería a la aduana. Con todas las salvedades de lo viral, será que son más los cordobeses que sin gritar escuchan con interés la voz de los muertos que construyeron esa ciudad que ellos sí están orgullosos de pisar y vivir.
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