La Graílla
Nos vemos en la obra
Nos asomábamos al precipicio de la edad adulta y si la cosa estaba mal nos quedaban los viejos oficios manuales
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Iniciar sesión«Nos vemos en la obra». La carrera se agotaba minuto a minuto y nos ahogaba la incertidumbre de una vida nueva cuando Dani Ruiz nos entregó a los compañeros un ejemplar de 'Chatarra', su primera novela, que le habían premiado el ... año anterior, con una dedicatoria cariñosa de final cáustico.
No era obra de teatro ni arte, sino la construcción de un edificio de la calle Gonzalo Bilbao. Nos asomábamos al precipicio de la edad adulta y más de una vez, en las charlas del bar El Guirigai o en el acogedor patio de la Facultad, Dani, Jose, Jesús, Arturo, Antonio, Juanjo y la gente de aquel tiempo habíamos bromeado con que si la cosa en el periodismo estaba tan mal siempre nos quedaba el recurso de los viejos oficios manuales.
La forma de vivir podía ser pegar ladrillos, hacer encofrados o dejar las calles de Sevilla como los chorros del oro con las mangueras de Lipasam, pero bien estaba si daba para pagarse un techo, tener la cerveza garantizada y sobre todo que sobrara para comprar libros y no parar de leer.
No había clasismo inverso ni queja generacional o victimista debajo de aquella guasa. Pasado el tiempo pienso que los de aquellos años crecimos con el respeto al trabajo que se hace con las manos y a la habilidad de construir el mundo, y después de haber escuchado en la carrera cosas bien olvidables intuíamos que los que levantaban aquellos edificios aportaban más al mundo que casi todos los que peroraban prejuicios en el aula.
Intuíamos tal vez que los que hacían trabajos físicos no tenían por qué ser primarios, ignorantes ni poco inquietos, y poco después comprobamos con tristeza que entre los que habían pasado por facultades como la nuestra abundaban mucho los que hablaban de fútbol o de los chismes del corazón que los que leían algo más allá de las novelas históricas.
Luego empezamos a saber que Jack London conoció la dureza de la industria y Joseph Conrad se había enrolado en la marina mercante, que Juan Marsé había sido orfebre desde joven por su poco apego a los estudios y que Ramiro Pinilla venía, como de él dijo Fernando Aramburu, del mundo del trabajo, es decir, de una fábrica de gas, y escribía robando horas al sueño.
Los que nos veíamos al sol del ladrillo conseguimos al final un hueco en la profesión o sus alrededores y lo cierto es que crecimos y aprendimos, pero ahora el Ayuntamiento de Córdoba saca cursos para oficios manuales que antes se tenían en poco, pero escasean en el mercado. Resulta que el mundo tiene necesidad de albañiles, de pescaderos con habilidad para limpiar un lenguado, de gente capaz de servir una mesa, de quien pueda componer una prenda rajada, y la Universidad sólo forma renacuajos con máster, pero incapaces de entender lo que hay dentro del capó. Ya es tarde cuando se cae en la cuenta de que las manos que mejor entienden un libro son las callosas.
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