Jueves de Feria de Córdoba, un baño de masas para todos los públicos
Crónica
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Córdoba
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Iniciar sesiónAsí que esto es la Feria de Córdoba. Cuando visitaba un lugar nuevo le gustaba confrontar la expectativa con lo que encontraba, porque en los días anteriores siempre se construía en la cabeza cómo serían el centro de la ciudad, la zona monumental ... y el hotel en que iba a hospedarse. No valían las fotografías ni los relatos, porque sabe que responden a una mirada que era distinta, que no era la suya.
Al pensar en la Feria de Nuestra Señora de la Salud Córdoba se había imaginado algo parecido a los Patios, que sí que conocía y había visto muchos años antes, en la compañía del mismo amigo que lo había invitado, y con el que había dado un paseo delicioso por un barrio antiguo en busca de casas recónditas y en total calma.
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Las fotos que le habían mandado eran de cal con gitanillas, y por eso al llegar en taxi al sitio de la Feria se quedó un poco desconcertado, como si le hubieran gastado una broma, y hasta entendió que a aquel sitio le dijeran el Arenal, porque parecía playa.
La decepción le duró poco, porque recordó que si había llegado era para hacer negocios. Tenía una empresa de construcción de cañerías para grandes edificios en Madrid, bastante mayor que quien lo había invitado, que era un amigo de la carrera.
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Él aspiraba a la obra de construcción de un gran bloque de viviendas y le pidió ayuda: si participaban unidos temporalmente sería un gran negocio. Lo estudió y le pareció que valía la pena intentarlo, porque aunque fueran del mismo sector no se estorbaban por estar en ámbitos distintos.
Poco antes de las tres de la tarde llegaron en taxi a la Feria y le sorprendieron las sensaciones encontradas: el calor aturdía y el polvo daba un cierto aire de desierto, pero le parecía fascinante el ir y venir de trajes de flamenca con volantes, estampados, flores, lunares y formas.
Las calles eran anchas, pero en muchos rincones había macetas y detalles que merecía la pena mirar. Otros que menos, con olor a asador al aire libre, pero por ellos pasaron deprisa, hasta llegar a la caseta en la que habían quedado para hablar con el empresario que les tenía que dar la obra.
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Le había objetado a su amigo cuando supo el plan. No sabía si una fiesta popular era el mejor sitio para cerrar un acuerdo con bastantes ceros y del que dependían nuevos contratos y nóminas estables, pero el otro estaba convencido.
El dueño de la constructora era un tipo serio, porque de otra forma no se avanza en la vida, y allí se podía cerrar bien aquel contrato. Se fijó en la cantidad de gente que en las calles era capaz de desafiar al calor y en la cara de felicidad que tenían, como si los casi 40 grados que se alcanzaban fueran lo de todos los días.
Bullicio
Tenían una pequeña zona reservada, alejada del bullicio, con un camarero de confianza que sólo iba a estar pendiente de ellos, sin música. Nada más entrar pareció marearse en el mar de colores que dejaba el lugar, con tantos trajes. «Es una de las mejores casetas, de las más tradicionales», le dijo el amigo.
Tuvieron que esperar tres cuartos de hora, aunque ya estaban avisados, y mientras disfrutaban de unos boquerones con un poquito de limón y fino de la tierra bien fresco compartieron algunos recuerdos en común.
El constructor le dio buena impresión al principio. Parecía franco y hablaba claro, sin circunloquios, que era lo que había reprochado a los andaluces unas cuentas veces, pero era difícil el acuerdo. Estaba al habla con otra firma, y le bajaba el precio.
Le enseñó una captura de whatssapp con lo que ofrecía y ellos hablaron un momento y la mejoraron, pero no se quedó conforme. De inmediato se lo comunicó al rival y este también bajó, y a partir de ahí no pudieron: iban a perder dinero seguro. «No sé qué finanzas tendrá, pero si quiere hacerlo por ese dinero es posible que tenga pérdidas y hasta que no pueda soportarlo», contestó él, mientras el amigo de Córdoba miraba con gesto resignado.
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«Pues nada, hombre. Otra vez será. La verdad es que aquí las empresas son más competitivas, más ágiles. No tienen miramientos con la deuda ni con las nóminas ni con las garantías», será otra vez.
La conversación derivó por los caminos de la cortesía a otras cosas, a la situación general, y él se entretuvo viendo a dos mujeres bailar sevillanas. Siempre le había llamado la atención ese baile por la sensualidad del movimiento, lo pegadizo del ritmo y la emotividad algo primaria de las letras, y le sirvió para evadirse.
El vino solía ayudarle a la ensoñación y parecía haberse escapado del negocio fallido cuando le sacó alguien que llegaba con el constructor, y que le dio una tarjeta de una empresa que decía ser algo más pequeña, y que tenía que una cosa que proponerle, ya que estaba en Córdoba. Podía interesarle. Él prefería gastar un poco más con garantías y estaba dispuesto a aceptar un precio que no fuera una baja temeraria. Visitaría Madrid en dos semanas.
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