Miércoles de Feria en Córdoba, el oasis de la música en el calor sin tregua
Crónica
El Arenal vuelve a llenarse en una tarde de intensidad creciente en que las familias y el público de todas las edades acude en masa
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Córdoba
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Iniciar sesiónAl cambiar el aire acondicionado del autobús por el aire abrasador del Arenal se arrepintió de ir. En realidad no había querido estar en ningún momento, pero quién sabe por qué había dicho que sí, que se apuntaba a quedar el Miércoles de Feria ... .
Que le vendría bien salir después de la separación, que seguía la vida, que iba poder conocer a otra gente, que no tenía que echarse a perder en casa. No era la primera vez que había picado y la cosa no había salido bien. Siempre terminaba aburrido, en conversaciones en las que daba la razón de forma automática y sin escuchar, sin demasiada gana de integrarse cuando lo cierto es que nunca se la había dado mal tratar con la gente.
A partir de los 45, sin embargo, le había podido la pereza. Se había vuelto más agudo en las miradas y detectaba el momento en que empezaba a molestar con motivos de conversación que no interesaban. Prefería parecer soso a abrir la boca y confirmarlo, decía cuando de verdad estaba en confianza.
El brillante ambiente del miércoles de Feria, en imágenes
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Además, el teléfono móvil acudía en su ayuda cuando se había aburrido de escuchar lo que no le interesaba. «Perdona, cuestiones de trabajo». Se zambullía en hilos eternos de Twitter que sólo entonces tenía paciencia para leer al completo.
El miércoles de Feria el Arenal era una playa a la que no le faltaba ni el olor a chiringuito y asados de las casetas de la calle de Enmedio. Lo pensó, ya del todo arrepentido y consciente del error, camino a la caseta en la que había quedado con los amigos de siempre, que a esas alturas eran matrimonios que resistían y compañeros de trabajo de otros.
Había más gente de la que esperaba por las calles y el sol era de verano, el mismo que los expertos de la televisión dicen que hay que evitar en las horas centrales. A esas mismas horas. Iban y venían coches de caballos, jóvenes vestidas de flamenca y sobre todo personas de su edad, de camino a almuerzos de trabajo, muchos de ellos con la vista puesta en un ciclo de cuatro días sin trabajar. Como para no estar en contentos.
Estuvo tranquilo y relajado al principio, porque estaban los amigos más cercanos, y hablaron de lo último que habían hecho cada uno y hasta un poco de la política y de la economía, porque las mujeres no estaban y eran quienes les ponían peor cara cuando los tema eran demasiado serios. La primera jarra de rebujito cayó como el agua fresca que se pedía en una jornada llena de calor.
Refugio
En la caseta, con el aire acondicionado y las celosías de esparto, se estaba muy bien, y de vez en cuando miraba por la ventana y veía la luz blanca caer a plomo encima del albero y de las luces todavía apagadas. Conforme avanzaba un poco la tarde iban llegando los más jóvenes, que ya habían dejado las clases hasta el lunes siguiente y querían disfrutar sin tener ningún madrugón cerca.
Llegaron las mujeres y con la esposa de su amigo Pablo una desconocida, una compañera de trabajo, también recién separada, que no faltara el dato antes de decir el nombre y de colocarla justamente al lado. Disimulando, que no se note, pensó cuando ella quedó aislada y él por educación le empezó a dar un poco de conversación.
A cierta edad se pregunta sobre todo por los trabajos, que son esas cosas que los adultos tienen en común, porque no es cuestión de dar la pelma con los hijos. Él no los tenía, pero ella así, y bien pronto que supo edades, aunque por los nombres fue imposible saber el sexo y los pronombres tampoco le aclararon mucho.
Era locuaz, lo cual agradecía, porque todas las tardes después de trabajar y comer se echaba un rato, y esta vez tanto el cuerpo como la ayuda del rebujito lo habían relajado casi hasta la duermevela, al menos durante unos minutos, hasta que ella lo intentó reanimar: «Oye, si te aburro...»
Los institutos se vaciaron para dar paso a una masa de jóvenes al caer la tarde que avanzaron el cambio de signo de la Feria
El caso es que terminó por espabilarse justo cuando ella hablaba de los productos de origen animal, que eran signo de la explotación del especismo y que estaban en todas partes y no sólo en la comida.
La mujer de su amigo Pablo miraba con algo de picardía impostada, como si hubiera notado por sí misma que empezaba a notar algo de chispa y complicidad entre ellos dos, y se sentía feliz y celestina.
Las esposas de sus amigos, vestidas de flamenca, bailaban sevillanas, y por la calle pasaba cada vez más gente, y hasta había quien llevaba sombrilla para protegerse de un calor que era cada vez más fuerte.
Su compañera de charla le preguntó por su relación con la carne y él le dijo la verdad: que la espaciaba para digerirla mejor, pero que le gustaba saborearla, y mejor todavía con cierta calidad.
Ella sonrió, enseñó dientes tan blancos que pudo sospechar de su naturaleza y le dijo que se empezaba por algo, que mucho peor sería si le gustaran la caza o los toros, y que peor le parecía la gente que bebía más de dos copas, que al fin y al cabo era una forma de alienarse. Por primera vez le sonrió con franqueza y se bebió al cuajo y sin dudar otro vaso de rebujito.
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