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Pasar el rato

De la Iglesia Católica

Toda su labor social está basada en el amor; para reconocer sus méritos no hace falta creer en Dios

El sepulcro

El tren que sí pasa dos veces

José Javier Amorós

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El fundamento de la Iglesia católica es el amor. Todo lo demás son matices. Una religión que manda amar incluso a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias, por fuerza tiene que resultar sospechosa a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias. «Ama y haz lo ... que quieras», porque el amor, por su propia naturaleza, tiende al bien. Mi admirado Albert Camus, que era ateo, pero escribía como si le inspirara Dios, dijo en sus Carnets que si él escribiera un libro de cien páginas sobre moral, noventa y nueve estarían en blanco, y en la última, esta única anotación «No conozco sino un solo deber, y es el de amar». El domingo pasado se celebró en Córdoba el Día de la Iglesia Diocesana. Destaca este periódico que la aportación directa de los fieles cordobeses a su Iglesia ha subido un 14%. Algo tendrá el agua bendita cuando la pagan, aunque sea gratuita. Y que los servicios asistenciales de la Diócesis atendieron a muchas más personas de 100.000 el año pasado. Pobres de solemnidad y de semáforo, fijos y eventuales, refugiados e inmigrantes que trasplantan sus raíces y su hambre, ancianos, enfermos, la larga lista de los desahuciados a quienes da cobijo el amor. Ignorar y despreciar ese trabajo admirable es propio de revientamisas y asaltacapillas en sujetador, gente que ha llegado al fanatismo por la falta de convicciones. Es la furia de los simples con cargo público bien retribuido. Pensadores de pensamiento líquido y único, que tratan de sacarle partido político a la nada. Son los que hablan bien de los pobres, a los que no conocen, y mal de los ricos, con los que se entienden. Una monja sonriente trajina por el hospital, hundida hasta los codos en el sufrimiento y la miseria de su prójimo amado. Impresionada, le dice la ilustre dama visitante: — Eso que usted hace, hermana, no lo haría yo ni por un millón de dólares. — Ni yo tampoco, señora, le responde la monja sin detenerse.

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