Los ricos también lloran
Todas las grandes crisis tienen sus héroes/víctimas y sus villanos/verdugos. Por regla general, los primeros suelen representar el drama del hombre común castigado por las fuerzas de la recesión. Uno de los símbolos paradigmáticos y dramáticos de este grupo son los protagonistas de ... la obra de Steinbeck, Las Uvas de la Ira, centrada en la época de la Gran Depresión. En el campo de los malos, siempre se caricaturiza a los mismos; un puñado de corruptos financieros sin escrúpulos cuyos turbios manejos han sido una causa determinante de la catástrofe. En los años treinta de la pasada centuria se convirtió en chivo expiatorio de ese sector a Samuel Insull, acusado de miles de tropelías por las autoridades federales. En este momento, la mayor debacle económica del último medio siglo aún no tiene su novela ni su película pero ya cuenta con un malvado oficial, Mr. Madoff. La codicia de la mano de la estafa ha generado pérdidas por valor de unos 50.000 millones de dólares a inversores de muy altos niveles de renta. En mucha gente, este asunto ha generado una reacción esquizofrénica, la indignación ante el fraude, acompañada de una oculta satisfacción ante la naturaleza de los estafados, los ricos.
El caso Madoff no es un fallo de mercado sino un nuevo y monumental fallo de Estado. El presunto comportamiento delictivo del financiero, la laboriosa creación durante años de una gigantesca pirámide de Ponzi hubiesen sido imposibles o se podrían haber detectado antes si la Stock Exchange Commission hubiese desempeñado sus funciones preventivas de control y de supervisión con diligencia. Por desgracia incumplió sus propios protocolos de actuación al no haber realizado ninguna inspección ni siquiera rutinaria a Bernard L. Madoff Investment Securities hasta finales del año 2007. Esta compañía fue una de las pocas casas no investigadas por la SEC ni antes ni después del estallido de la crisis por una razón surrealista pero cierta: la buena reputación de Madoff en la industria, su imagen de gestor prudente y la larga e «inmaculada» historia de su firma, casi cuarenta años de éxitos en Wall Street. Aquí ni siquiera ha existido un vacio regulatorio o una mala regulación sino una negligente y culposa dejación de responsabilidades por parte de la SEC. Esto es vital tenerlo en cuenta para evitar el manido y demagógico recurso a la perversidad intrínseca de los mercados financieros cuando se pretende explicar esta singular estafa.
A pesar de su espectacularidad, el impacto del derrumbe de la pirámide edificada por Madoff se agota en sí mismo, carece de efectos sistémicos y, en consecuencia, no representa peligro alguno para la estabilidad y para la solvencia del mecanismo de pagos. Los únicos perdedores son los inversores que escucharon y ejecutaron los consejos de sus asesores y los fondos de fondos que confiaron a Madoff el dinero de sus clientes, animados por los sesudos y entusiastas dictámenes de los auditores.
En cualquier caso, ninguno de los damnificados merece conmiseración alguna. Tenían los medios y los incentivos necesarios para preocuparse a quien confiaban la gestión de sus dólares. Por tanto han de aceptar y asumir con deportividad y espíritu estoico sus pérdidas que, en ningún caso, han de ser compensadas por nada ni por nadie salvo por los hipotéticos activos supervivientes a la debacle y por los bienes personales de Mr, Madoff, si como parece obvio, cometió una estafa. Los ricos también lloran ya no es sólo un famoso culebrón mejicano.
Desde esta perspectiva, el asunto en cuestión no es un tema ni mercantil ni financiero ni regulatorio. Por ello resulta de una tosquedad extraordinaria el intento de convertirlo en un juicio al sistema capitalista o a la clase «privilegiada». Se trata de un delito y ha de ser sustanciado en la jurisdicción penal. En este sentido, la SEC podría incurrir en responsabilidades civiles subsidiarias si se demuestra que ha tenido un comportamiento negligente. Con el marco regulatorio a su disposición tenía todos los instrumentos precisos para haber detectado y evitado la descomunal estafa fraguada por Bernard L. Madoff Investment Securities. Por ello, la fuga hacia delante de la SEC, con su demanda de mayores regulaciones para los Hedge funds, con el pretexto de evitar potenciales fraudes de este tipo en el futuro ha de ser rechazada. En una economía de mercado y en un Estado de Derecho no existen culpabilidades colectivas. Los delitos no los cometen entes abstractos, por ejemplo los mercados financieros o los Hedge funds, sino individuos concretos y es a ellos a quienes hay que castigar cuando violan la ley.
John Maynard Keynes, citémosle en términos elogiosos por una vez y sin que sirva de precedente, consideraba que los mercados financieros son una de las más grandes y bellas creaciones del capitalismo. Tenía razón. El binomio liberalización/innovación financiera experimentado a lo largo de las postreras dos décadas desencadenó una verdadera revolución económica que impulsó el vigoroso crecimiento y la espectacular generación de riqueza protagonizadas por la economía mundial. Ha hecho posible diversificar el riesgo, facilitar el consumo y la inversión privada, dotar de liquidez a los activos y asignar los recursos hacia sus usos más productivos.
En medio de la crisis económica es vital recordar esta innegable realidad cuando se propende en unos casos por una reacción de pánico y en otros por razones ideológicas a diabolizar los mercados de capitales. Estos son los motores de esa maravillosa «máquina de fabricar el pan» a la que denominamos capitalismo.
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