Gracias, señor ministro de Tauromaquia: ¡va por usted!
Gracias, señor Urtasun, porque sin su sectarismo no se hubiese hablado tanto de toros, no se habría despertado así la rebeldía de la juventud y de una sociedad harta de imposiciones
Albert Serra y los ganaderos, premio Nacional de Tauromaquia
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Iniciar sesiónCon su palabra ministerial montada en la muleta del discurso ideológico y bajo el eco de oles del populismo, el ministro decidió de manera arbitraria, que no discrecional -como subrayaría Page en una brava embestida-, que durante su mandato se arrastraría el último premio Nacional de Tauromaquia. ... Todo coincidiendo con unas elecciones europeas en las que, como recordaría el presidente de Castilla-La Mancha, no salió muy bien parado. Vamos, como Cagancho en Almagro...
Ernest Urtasun, 'Finito de Plaza del Rey', ha convertido su despacho en la barrera que lo separa de las gentes del toro. Pero su faena ha terminado con los pitos de sol y sombra, con la bronca de derecha e izquierda, con el resurgir de aficionados y el impulso definitivo para que la sociedad, harta de censuras, llene los tendidos. Gracias, señor ministro, porque sin su sectarismo no se hubiese hablado tanto de toros, no se habría despertado así la rebeldía de la juventud. Usted merece una mención honorífica como responsable de parte del auge del público. Mucho de ello comentamos en el autobús que nos conducía a parte del jurado desde Madrid a Toledo, entre ellos, el maestro Paco Ojeda, figura de época y sin pelos en la lengua, o la de Juan José Padilla, cosido a cornadas. Conocedores ambos del valor del sacrificio, conocedores del valor del respeto. Lo dicho, señor ministro de Cultura y, por ende, de Tauromaquia: gracias, porque sin su 'colaboración' tampoco habría tenido el honor de compartir una jornada tan extraordinaria.
Hasta el hoyo de las agujas la estocada al Ministerio de Cultura. De frente y por derecho, o por zurdo, como ustedes gusten, se han plantado nueve comunidades autónomas para devolver a la Fiesta el premio que nunca debió retirarse. Entre los valientes, Emiliano García-Page, el presidente socialista que ha tenido la osadía de vestir de luces a Castilla-La Mancha. Siempre en defensa de la tauromaquia, siempre en defensa de la libertad, siempre en defensa de las tradiciones y de la cultura, siempre en defensa de los que se ganan el pan en el ruedo taurino.
Mientras el ministro catalán prefiere colmar las vitrinas de su despacho de caganers comunistas o de Goyas con aroma a humareda política y biodegradable, la sociedad rema a favor de una Fiesta que es mucho más que una industria cultural: es, le pese a quien le pese, el espejo en el que se refleja gran parte del alma española.
Sin necesidad de alardes ni demagogias, pero con una sólida convicción, la de la libertad, nueve regiones, con la Fundación del Toro al frente -esencial la implicación de Victorino y Cardelús-, han decidido devolver a la tauromaquia el premio que merece. Y así, cual toro que se crece ante el castigo, ha surgido este nuevo galardón, con la noble intención de reivindicar la libertad y la cultura frente al puritanismo contemporáneo. Esos puritanos incapaces de dar la cara ante la verdad de un espectáculo que es vida y que es muerte. Como se refleja íntima y ferozmente en las 'Tardes de soledad' de Albert Serra, donde el actor no es ficticio, sino real, Roca Rey, el último héroe contemporáneo, y el otro gran protagonista, el toro, no está teledirigido con Inteligencia Artificial, sino que da cornadas de verdad. La verdad de la vida y la muerte. Las mismas a la que dedican los ganaderos su tiempo como guardianes de lo bravo, como generadores de empleo verde, como mantenedores de esa España rural imprescindible, tan citada y a la vez tan olvidada.
¿Acaso la cultura no es testimonio de lo que somos, de lo que fuimos y de lo que seremos? El ministro Urtasun, en su afán de moldear la realidad a su antojo, parece haber olvidado que la cultura no se decreta ni se cancela: se vive, se siente, se difunde y se defiende. Y estos dos últimos verbos forman parte de su obligación como ministro: sentir o gustar, claro, no se impone. Pero promover un patrimonio cultural como es la tauromaquia va en su sueldo. Frente a su sectarismo, 9comunidades9 han dado el paso al frente, sin necesidad de la aprobación del árbitro ministerial (y gubernamental), que saca su particular VAR cada vez que algo le incomoda. España volverá a celebrar lo nuestro, que es también universal. Y lo nuestro, quién lo duda, es el toro, la plaza, el arte de Madrid, de Andalucía, de Albacete, de La Rioja, de Salamanca o de Extremadura, con Ignacio Higuero en su firme defensa de la tierra, que es tierra de toros.
Es curioso, además, cómo una parte de la izquierda, tan dada a reivindicar el folclore cuando le interesa y le conviene, ha decidido en este caso ignorar el clamor popular. Quizá sea porque la tauromaquia no encaja en la narrativa de sus socios. Pero, ¡ay!, no hay relato ideológico que pueda contener la embestida de un toro bravo o el ole de unos tendidos entregados o el de la convicción en sus valores de un presidente socialista como Page. El nuevo premio Nacional taurino no solo es un triunfo de la cultura, sino también un recordatorio de que la política no debe olvidar sus raíces ni abandonar al pueblo. No, no es que un ministro tenga que vestirse de luces, pero no estaría de más legislar con luces.
No faltarán las críticas al este y el oeste de Sumar, de Ernets y Yolandas, de mentes podemitas del sí es sí, ¿o sí era no? Qué lío, qué retroceso. El retroceso de prohibir, de censurar y arrinconar una cultura que forja nuestra identidad. Señor Urtasun, no hay censura mayor que pretender que la cultura se adapte al capricho de un ministro. Basta de puritanismos, la libertad cultural implica el sacrificio de nuestros gustos y una apertura de mentes. Y que Dios reparta suerte.
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