Volvió Morante y el mundo volvió a soñar: todo era posible
Tarde de inmensa torería del genio del arte, por la puerta grande con Enrique Ponce -en su despedida de Santander- y Fernando Adrián en una orejera corrida de Domingo Hernández
Toda la agenda taurina del verano de Morante
Santander
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Iniciar sesiónBuscábamos una razón y la razón era Morante. Volvió el genio y el mundo se puso a soñar: cualquier sueño entero era entonces posible. Atrás quedaba la pesadilla de dos interminables meses sin su torería. El ruedo era a las siete un planeta ... mucho más bonito. Y, también, más humano. Sonreíamos con su toreo, aunque a la vez dolía ver el alma rota de un hombre, tan cargada de sentimiento. Así fue su faena. Sublime. De una torería nacida para marcar una época y que morirá cuando se arrastre su último toro.
Pero este martes era el de su vuelta y apretó los dientes para marcharse a la más hermosa e íntima de las guerras. Contra el toro, con ese molesto punteo. Y contra su propio yo. «Por todo lo que andamos luchando», le dijo en el brindis a su apoderado, Pedro Jorge Marques. Y su fiel escudero cogió la montera como el que acuna un recién nacido y se puso las gafas oscuras que tapaban los ojos, aunque no las lágrimas. No fue el único que lloró. A los colmillos de la salud mental no le importan las fincas ni los hijos que tengas, los hitos que hayas alcanzado ni la madre que espera. La que siempre espera. Pero aquella verónica y media del saludo mitigó penas y apaciguó la cuesta arriba de la vida. ¡Morante había vuelto! Y no era nada más que la desembocadura de un decir inexplicable, de esas tierras vírgenes que sólo explora el de La Puebla del Río con su arte descomunal. Tres chicuelinas como tres monumentos llegaron pidiendo poetas de otros tiempos que no son el nuestro. Pero ellos no vieron lo que nosotros vimos y nosotros no encontramos versos con los que arrebujar aquella media de tres puntos suspensivos... Dichosos nuestros ojos.
Se asomó al balcón Curro Javier de un toro al que nunca fue fácil limpiar el muletazo. Que era lo de menos. Cuando se está tan torero, cuando se es tan torero, que el pitón enganche da igual. A dos manos, por ayudados, Morante descorchó una faena en la que cató ambos lados. O más bien fue el toro el que cató sus manos. Cómo los ángeles quisieran, echó los vuelos; cómo los ángeles quisieran, esperó. Encajado y con asiento. Con una colocación que quema. Con la pureza de la verdad. Acompañando y toreando, un dos en uno que rara vez se da. La virtud de la obediencia tuvo Piñonero, pese a nunca perder esa rabia que escondía y sacaba en un muletazo sí y otro también. Por el zurdo, el más incómodo, desgranó unos naturales finales que eran oro molido. Se cayó la espada y frenó la segunda oreja de un toro al que todo dio Morante, pero que también dio mucho al torero. Y por eso pediría la cabeza de Piñonero, el ejemplar salmantino con el que su sonrisa a media asta se desplegó al completo antes de regresar a su suite del Palacio del Mar.
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Más deslucido aún fue el quinto, que nada halagüeño hizo en los primeros tercios. No pudo rodar Morante un anuncio de Ariel a la verónica, pero no sería cómo salieron, sino cómo las hizo. Al ralentí. Sin tiempo. De seda por abajo la apertura, tan cargada de torería y tan a favor del desaborido animal. Qué garbo tuvo, qué sabor, con ese aplomo de bestial belleza. Cómo aguantó las miradas de Algodón, con esa manera desparramar la vista, y qué pedazo de serie de naturales se inventó mientras acariciaba la vida. Ni un paso atrás, ni una vez detrás de la mata, siempre al frente, siempre el corazón ofrecido, siempre empujando al toro para deletrear naturales inverosímiles. Porque, sí, Morante había vuelto y el mundo ya era posible.
Y hasta en el sorteo lo sabían: el sevillano había regresado y el peor lote se juntó en sus bolitas. Hubo uno de escándalo y, cómo no, fue para Fernando Adrián, con el que hay que jugar a la primitiva. Sensacional el pitón izquierdo de Prestigioso, con esa manera de abrirse y de ir hasta el infinito y más allá con clase. Adrián, que no se guardó nada, tiró de sus armas, de su firmeza y su entrega, con pases en todas las direcciones, por delante y por detrás. Muy jaleada fue la faena, en la que hubo un instante en el que se presintió el indulto, pero el animal se rajó al final y no hubo lugar. Selló su labor con un espadazo y cayeron dos orejas por esa dispuesta actitud de principio a fin. Con tres faroles de rodillas había saludado al notable Prestigioso y de esa guisa se lo llevaría por delante.
No fue el único susto: en el sexto sufrió una fea cogida. Con el rostro hecho un cromo, la paliza en lo alto y sin chaquetilla, se dirigió a la cara del colorado para darle fiesta. A por todas en un intenso prólogo, aguantando la movilidad y transmisión de Peluso, con el que no pudo andar más decidido hasta el cierre por apretadas bernadinas. De pie cayó en su debut santanderino, con tres trofeos y una puerta grande para enmarcar junto a dos figuras.
Era la despedida de Enrique Ponce de Cuatro Caminos, aunque las cámaras apuntaban a Morante. De maestro a maestro el brindis en el primero, con mucha movilidad, repetidor y con una casta entremezclada con genio, con esa forma continua de puntear los engaños para defenderse por su contado poder. Muy incómodo para estar delante, pero el torero de Chiva tiró de oficio, hizo un esfuerzo y estrenó el marcador de premios.
Feria de Santander
- Coso de Cuatro Caminos. Martes, 23 de julio de 2024. Cuarta corrida. Tres cuartos largos de entrada. Toros de Domingo Hernández, de agradable presencia y juego variado; destacaron 3º (el mejor), 4º y 6º.
- Enrique Ponce, de grana y oro: estocada trasera desprendida (oreja); estocada delantera desprendida (dos orejas tras aviso).
- Morante de la Puebla, de gris perla y oro: estocada caída (oreja con petición de otra); estocada al encuentro (oreja tras aviso).
- Fernando Adrián, de tabaco y oro: estocada (dos orejas); pinchazo y estocada (oreja).
Un «lololololo» sanferminero prologó la faena a su último toro en Santander. Como en las grandes tardes, sonó 'La Misión' en un ambiente de cursilería difícilmente superable. La emotividad del momento y su modo de llenar el escenario, con sus poncinas, le entregaron dos apéndices. Hasta ocho se cortaron en la orejera corrida de Domingo Hernández, la ganadería del rabo de Sevilla y la de la reaparición de Morante, la razón que buscábamos para seguir soñando. Porque no es lo mismo volver a verlo, que verlo volver. ¡Y el genio ha vuelto!
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