Morante se reconcilia con Bilbao entre mansos y la belleza de otro mundo
El sevillano se reconcilia con Vista Alegre por torerías en una corrida del Puerto en la que emocionó la casta indómita de Cubilón, al que Escribano cortó una oreja. Idéntico premio obtuvo Roca Rey, que logró un entradón
A Morante lo llaman gordo y corta la faena
Bilbao
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Iniciar sesiónHasta que duelan los pies, hasta que acaben quebrados, peregrinaríamos por ver el otro mundo que habita en Morante. Los mismos que maldecían su estampa el día antes berrearon por «ooooles» cuando fundió esculturas broncíneas con el capote. Con una media, con tan sólo ... cinco letras, el balcón de la torería se asomaba a un universo desconocido para todos. Menos para el de La Puebla del Río, capaz de acabar con el cuadro de lo común en una media, cinco letras para soñar. A más cuando su figura flotó en una nube de chicuelinas, de una belleza que nos miraba, de una belleza que dolía ser mirada. Pero el toro del Puerto, que ya había embestido a regañadientes, se empeñó en comprar billete de vuelta antes casi de haber llegado. Pronto, para recordarnos que la vida eterna dura dos peces de hielo en un ron de Sabina. Como pronto se puso a torear Morante con instantáneas bienvenidistas en blanco y negro sobre la mano de escribir. Tan natural y armónico frente a ese tratado de mansedumbre. Langosto pilló el boleto de regreso a las tablas, huyendo hasta de su sombra, mientras el gracioso de turno gritaba a Morante que no tenía –con dos sílabas malsonantes delante– «ni idea». No como él, claro, que le habría parido una vaca en el campo charro. Le costó al sevillano salir a saludar la ovación tributada por los aficionados, con cierta división, desde «gandul» a «te queremos».
El de La Puebla había preferido quedarse en el callejón y no pisar el tercio en la ovación compartida tras el paseíllo por Roca Rey, que logró el suceso de un entradón en Vista Alegre tras su titánica tarde de hace un año. La plaza olía de nuevo a vida, aunque la corrida del Puerto de San Lorenzo se agotara demasiado pronto, tan mermada de raza. Con una excepción: la casta indómita de Cubilón. La noticia hubiera sido que le tocara a Morante. Pero no: el cigarrero se las vio en primer lugar con un toro suelto y huido. Se frenó Granero tras su encuentro en varas y puso los pitones en el pecho a Trujillo, que tuvo que tomar el olivo en el último par. Sin fuerzas y sin querer pasar el animal, al que aliñó con brevedad entre la decepción de los que buscaban la vía del arte, que desfilaría luminosa pero fugaz en el otro.
A Morante lo llaman gordo y a Talavante le toca el premio grande
Rosario PérezEl sevillano cortó en seco su torera faena al marrajo cuarto cuando una voz le faltó al respeto desde el tendido en una tarde en la que el extremeño se mostró fresco y feliz con el mejor lote de Juan Pedro hasta lograr una exagerada salida a hombros
Cubilón, el toro infatigable, tampoco le correspondería a la Roca indomable, a la figura que había colmado de color con doce mil almas el tendido. Una oreja cortó del apretado tercero, que brindó al público. «¡Andrés, eres el número 1!», le gritaron. Bramaba el mansito Cubanoso cuando el Rey de la taquilla se plantaba abisal sobre la raya con pases por alto. Por delante y por detrás: husmeaban los pitones la taleguilla y silbaban allá donde la espalda pierde su casto nombre. Había un silencio de expectación. Un silencio mágico en el que sólo se escuchaba el soplido de Eolo. Que no se pierde ni una del peruano. Perdiéndole pasitos se hizo con él. Hasta empaparlo de muleta y someterlo por abajo mientras acudía rebrincadito. A rastras brotaron unos zurdazos de poderío, los más intensos del conjunto. Cuando vio que aquello se disipaba, se inventó la espaldina del «¡ay!» antes de enterrar una estocada hasta los gavilanes y pasear el trofeo. Que le supo a poco. Porque ambicionaba más y se empeñó en robar muletazos al rajadísimo sexto. Para bravo, Su Majestad Roca.
Corridas Generales
- Plaza de Vista Alegre. Jueves, 24 de agosto de 2023. Tercera de las Corridas Generales. Tres cuartos largos de entrada. Toros de Puerto de San Lorenzo, bien presentados y mansos y desfondados en conjunto; destacó la casta del incansable 2º.
- Morante, nazareno y oro. Pinchazo hondo atravesado y descabello (leves pitos). En el cuarto, media atravesada y descabello (saludos con algunos pitos).
- Escribano, blanco y oro. Estocada trasera y desprendida (oreja con petición de otra). En el quinto, estocada (saludos).
- Roca, pizarra y oro. Gran estocada (oreja). En el sexto, pinchazo, estocada y descabello. Aviso (palmas).
En medio de las figuras asomaba la sonrisa de Manuel Escribano, feliz por verse en el cartel soñado. Y ni un ápice de entrega se guardó: era su día y quería demostrarlo. Quiso el destino que se encontrara con Cubilón, un toro que embestía con fiero carbón. Inagotable desde que el de Gerena se marchó a la puerta de los miedos para librar la portagayola. Porque de principio a fin Manuel dejó claro que no venía a ser el convidado de piedra. Lució en el caballo a Cubilón, que se arrancó con alegre bravura, y puso a la plaza en pie en el último par por los adentros. La emoción crecía por segundos con aquella máquina de embestir, con un revolucionado ritmo que no era fácil seguir y al que no ayudó ese prólogo sin dominio. Por el derecho se centraría luego Escribano –con honestidad total–, pues por el zurdo su temperamento era más intratable. Cuando el del Puerto hizo amagos de querer rajarse, se marchó a por la espada y paseó una trabajada oreja. Se esforzó sin recompensa en el quinto, en el que se la jugaría en el quiebro por los adentros. A menos el toro, con mejor embroque que finales. A menos todo. Con el recuerdo de la belleza de otro mundo con la que Morante se reconciliaba con Bilbao.
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