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ABC Cultural

Paco Ureña: el calvario de la gloria

El torero se abandonó, entregó su vida al destino y conquistó feliz una Puerta Grande que se convirtió en un viacrucis

Paco Ureña abandona a hombros la plaza de Madrid De San Bernardo

Rosario Pérez

El sufrimiento forma parte de la gloria». La frase tatuada por Juan José Padilla, el Pirata más aclamado en los ruedos, se extendió a la piel de Paco Ureña , conocedor de la dureza por su cornada en el ojo y desde ayer de ... la más dulce con una Puerta Grande en el templo de la Fiesta, donde el «ureñismo» es ya una religión. El de Lorca, torero de Madrid, enloqueció a la afición con esa autenticidad que traspasa los poros del sol y la sombra, de esa pureza que hizo desabrocharse la camisa a un abonado del «1» cuando doblaba el sexto. Ureña se había abandonado, y cuando un hombre se despoja de todo, cuando es el alma descalza la que torea por naturales, lo demás no importa. «Esta faena había que sentirla en la plaza», comentaba Carlos mientras descendía de su localidad. «Enorme», se oía a coro. Enorme de corazón y verdad , si es que la verdad tiene medidas. Lo que sí la tuvo fue esa obra a «Empanado», el mejor del desigual sexteto de Victoriano del Río , que no lidió precisamente una corrida pareja ni guapa. Algún candidato a «míster feo» y de escaso remate desfiló por la arena venteña. Y más de un manso: «Este no es hijo de las vacas con exceso de bravura», espetó con guasa un aficionado mientras Roca Rey, a cuyo reclamo se colgó el «No hay billetes», plantaba cara al quinto en medio de la división. Según hierro y matador, hay un doble rasero en la capital...

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