Presente y pasado se funden en el Festival de Aix-en-Provence
La creación contemporánea sigue siendo parte fundamental de la programación del certamen
Aix-en-Provence
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Iniciar sesiónLa creación contemporánea sigue siendo parte fundamental de la programación del Festival de Aix-en-Provence. En ella se integra este año el espectáculo 'The Nine Jewelled Deer' capitaneado por el inquieto y ecologista Peter Sellars. Junto a él están la compositora israelí-estadounidense Sivan ... Eldar (1985) y la cantante estadounidense Ganavya Doraiswamy (1991), poeta de tradición india. Hay otros nombres necesarios como el de la escritora Lauren Groff, la artista plástica Julie Mehretu, la cantante carnática Aruna Sairam que pone voz junto a Ganavya, e instrumentos solistas con percusión, violín/viola, clarinete y saxofón enriquecidos con electrónica. Todos ellos son protagonistas porque 'The Nine Jewelled Deer' tiene consistencia coral en su proceso creativo y en el compacto resultado. Las representaciones se hacen en Luma Arles, centro presidido por una de las torres icónicas de Frank O. Gehry a cuyo alrededor hay un parque de talleres rehabilitados que forman un centro experimental en el que se cuestionan las relaciones entre el arte, la cultura, el medio ambiente y la educación.
El espacio tiene intención porque 'The Nine Jewelled Deer' se sitúa en el interior de una nave en la que se coloca una tarima baja que sirve de escenario a los músicos, limitada en la parte trasera y central por una superposición de paneles de desarrollo vertical que iluminan con diferentes colores, proyectan imágenes, sombras y transparencias. Sellars ha cohesionado un trabajo complejo, aunque de apariencia inmediata, enhebrando sin solución de continuidad las ocho escenas presentadas mediante la lectura de textos. 'The Nine Jewelled Deer' entrelaza elementos legendarios, biográficos y espirituales con tres orígenes: los Jatakas, o cuentos tradicionales indios en lengua pali que evocan las vidas pasadas de Buda y sus diversas encarnaciones animales y humanas; una inmersión en la vida de Doraiswamy, cuya abuela acogía en su hogar a personas discapacitadas, desamparadas o marginadas y las reconfortaba con música; y el sutra Vimalakīrti que es el único que recoge las enseñanzas del único discípulo de Buda laico, con una experiencia vital que abarca al mundo. La leyenda final explica la historia de un ladrón al que una cierva salva de ahogarse. Buscada a cambio de una cuantiosa recompensa, lleva a aquel a sentir la tentación de traicionar a su benefactora. Se habla de la creación de una ópera quizá por su propósito narrativo y la alternancia de números musicales diversos. La definición es, en cualquier caso, un mero reclamo para un espectáculo distinto y singular.
La coherencia final está determinada por la presencia de Sellars quien define con cambios de ambiente el constante y casi imperceptible transcurrir narrativo, del mismo modo que las sucesivas intervenciones musicales que se insertan explican la formidable calidad de un grupo de intérpretes dispuestos a fusionar géneros y estilos diversos, desde la música tradicional hindú, al jazz, la obra contemporánea de Sivan Eldar y sus consecuencias electrónicas. El resultado es un desafío visual y sonoro, sin límites aparentes, que requiere del espectador una actitud activa, y cuyo propósito espiritual adquiere consecuencias hipnóticas: el canto de Aruna Sairam con eco en los instrumentos, por ejemplo; los alardes instrumentales, muy particularmente de la percusionista Rajna Swaminathan o de la violinista Nurit Stark, la lectura pausada y medida de texto y su consistencia idílica. 'The Nine Jewelled Deer' es un proyecto que penetra, también, en el propósito socialmente integrador de un festival situado en un punto crítico del área migratoria europea.
Del mismo modo, la reconstrucción escénica y contemporánea de la ópera barroca, es decir el gesto de reminiscencias históricas, es parte sustancial del festival de Aix. En la actual edición destaca la puesta en escena de 'La Calisto' de Francesco Cavalli, ópera que ha ido asentándose en el repertorio desde su recuperación en 1970 de la mano del director de orquesta Raymond Leppard. Aquí adquiere una dimensión sobresaliente gracias al planteamiento diseñado por el director musical Sébastian Daucé y la directora de escena holandesa Jetske Mijnssen responsable de la puesta en escena que estos últimos años ha servido para representar la trilogía Tudor en el Palau de les Arts de Valencia.
La aparente aristocracia rococó del espectáculo de Aix tiene un perfil muy distinto aquel trabajo de esencia calvinista. En este hay algo exuberante pero también contradictorio, entre las paredes del gran salón construido en el Théâtre de l'Archevêché cuyo estado imperfecto se detecta en el desteñido y la desnudez de su decoración apenas completada con varios candelabros, y el contraste con la fastuosa riqueza del vestuario de Hannah Clark. El jerarquizado mundo de las divinidades clásicas se quiebra una vez más. Mijssen lo representa recreando muy inteligentemente la complejidad escénica con la que se presentó 'La Calisto' en el teatro Sant'Appolinare de Venecia en 1651 mediante un giratorio central que sirve para hacer aparecer y desaparecer escenografía y personajes, también sometidos al sutil laberinto que conforman las distintas puertas de la estancia principal. Salta a la vista la evidente elegancia del proceso, la eficacia del truco y la impecable colocación de personajes, movidos con agilidad y sometidos a una gestualidad no exenta de tics inmediatos. La risa de los espectadores es inevitable ante algunas de las coreografías de Dustin Klein.
El director musical Sébastian Daucé ha dicho, muy acertadamente, que la reconstrucción contemporánea del repertorio barroco exige una hábil mezcla de ciencia y arte. En el aspecto escénico es evidente, pero queda menos claro en el musical en donde las cuestiones técnicas son menos transparentes al espectador. El grupo Correspondance forma una 'orquesta' de época que convence 'con gran placer', en palabras de la propia Calisto, y sin dejar la sospecha de que lo suyo es un trampantojo. Los seis instrumentistas que participaron en el estreno veneciano se transforman ahora en un grupo amplio, lo que facilita un juego tímbrico muchísimo más rico con efectos sonoros que amplifican el gesto y penetran en una realización de mayor complejidad. La versión es amable, sutil, muy francesa en el acabado: un digno apoyo a la propuesta escénica de Mijssen. Queda en la memoria el final de la obra diluido en un abandono emocionante que todavía suspira en el acorde mayor final y suena con tanta sutileza como antes los ha hecho el aria de Giunone 'Racconsolata e paga' que Anna Bonitatibus canta con una detalle extremo. El espíritu de 'ensemble' es una intención muy bien lograda por Daucé y sus músicos, del mismo modo que el carácter ambiguo en el que se desarrolla la obra se puede resumir en el personaje de Jupiter, travestido como Diana, y que el californiano Alex Rosen defiende fantásticamente en lo gestual y en lo vocal cambiando entre su ámbito natural de bajo y la voz de falsete.
Unido el trabajo de Daucé y Mijssen, el resultado tiene un sentido de intimidad que es fácilmente asimilable a un género escénico de pequeño formato que aún era una novedad cuando Francesco Cavalli presentó 'La Calisto'. Añádanse varias claves contemporáneas que van desde sentido metafórico con el que la directora interpreta muchas de las transformaciones señaladas en el libreto, la ejecución de los elementos cómicos y el desarrollo de los más serios, la manera tan cercana con la que los intérpretes presentan la obra, y de la coctelera saldrá una producción cuyas 'formas admirables' tienen mucho de indiscutible. Lauranne Oliva, soprano franco-catalana, hace una creación de Calisto y de sus muchas facetas expresivas. Giuseppina Bridelli otorga a Diana sensualidad y gusto. El contratenor Paul-Antoine Bénos-Djian se convierte en alguien imprescindible por su bis cómica y porque el sentido melancólico que define a Endimione adquiere verdadera credibilidad. El reparto es largo y verdaderamente sustancioso. Se aprecia en él la consecuencia de un trabajo escénico muy bien realizado por Jetske Mijnssen bajo el buen criterio musical de Sébastian Daucé. La consistencia final es leve, recta, definitivamente poética, y como en 'The Nine Jewelled Deer' profundamente conciliadora.
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