«Orson Welles se sentía el mayor fracasado del mundo»
El actor interpreta en el teatro Bellas Artes al genial cineasta en un monólogo de Richard France que retrata «su angustia»
JULIO BRAVO
José María Pou
Actor
Hace quince años, José María Pou interpretó dos monólogos sobre textos de Javier Tomeo, «El gallitigre» y «El cazador de leones». «Me juré a mí mismo que no volvería a hacer monólogos, porque me aburre mucho. Hay algo en el teatro ... que me gusta mucho —se justifica el actor—: el ambiente, lo que tiene de trabajo colectivo, de esfuerzo común. Me gusta llegar al teatro y encontrarme con mi familia, con el resto de los actores. Esa media parte del día que empieza a las cinco de la tarde, cuando llego al teatro, es para mí muy importante. Y la soledad en el teatro es deprimente». Hace un par de años tuvo que romper el juramento cuando leyó un texto de Richard France sobre Orson Welles que le hizo llegar Esteve Riambau. Y lo rompe también cuando habla de teatro y de la función que estrena mañana en el Bellas Artes de Madrid: «Su seguro servidor, Orson Welles»; la conversación se convierte en un monólogo apenas interrumpido por alguna pregunta, tal es la pasión que transmite.
Viaje atractivo
«El viaje que hace Orson Welles durante la función —arranca Pou—, la situación que se plantea en ella es muy atractivo para un actor. Welles es un hombre absolutamente angustiado esperando la respuesta de Steven Spielberg, que le va a decir si le va a producir los pocos días del rodaje que le quedan para terminar “Don Quijote”. Está en un estudio de sonido para grabar una cuña publicitaria —era la manera en que se ganaba la vida en los últimos diez años— y allí espera esa llamada». «Todo en la función está documentado —sigue el actor—, todo lo que dice son palabras del propio Welles recogidas de entrevistas, de programas de radio, televisión... Incluso las mentiras que aparecen en el texto, y que son producto de su imaginación».
La acción transcurre el día siguiente del septuagésimo cumpleaños de Orson Welles. «El día anterior —relata con precisión de novelista— había acudido a una fiesta sorpresa que le organizó Steven Spielberg, que reunió en su casa a todo lo que quedaba del viejo Hollywood, del que Welles llevaba casi doce años alejado. La fiesta no le hizo ninguna gracia, pero aprovechó para pedir a Spielberg el dinero con el que poder terminar el rodaje de su película sobre Don Quijote, para lo que necesitaba cinco o seis días solamente».
Angustia y esperanza
En aquella fiesta, Spielberg le dio esperanzas a Welles, que en el estudio espera la llamada de su secretario y hombre de confianza, «un príncipe italiano que trabajaba con él por devoción». Con él está, en la función, un técnico de sonido, un hombre joven que no es consciente de quién está delante suyo. «En lugar de concentrado en la grabación, Welles está pendiente de la llamada de Spielberg, porque sabe que si le dice que sí él podrá terminar la que considera su obra más grande».
«Y en ese estado de esperanza angustiada —continúa el actor—, que es muy bueno para interpretar, de repente se evade, sale del mundo alimenticio y prosaico del estudio para hablar directamente con el público. Les cuenta que en muchos momentos de su vida han sido angustiosos, que ha tenido que luchar, morder, pelear, como un Quijote, un personaje con el que él se sentía muy identificado, y del que era capaz de recitar párrafos enteros. Y él se confiesa y se presenta con una imagen totalmente distinta de la que tenemos de él: el gran genio, el gran triunfador. Se presenta como el mayor fracasado del mundo, y lo razona: “Empecé —dice— en lo más alto con “Ciudadano Kane” y a partir de ahí fui cuesta abajo».
La función, reconoce Pou, «es agotadora; salvando las distancias, es como Shakespeare. Esa sensación tengo yo cuando la hago, porque Orson Welles es un personaje de Shakespeare; Orson Welles es Falstaff.
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