Los Sex Pistols no logran escaparse de la larga sombra de Johnny Rotten en el Cruïlla
Frank Carter es un buen cantante punk, y le sobra energía y furor juvenil para arrollar a cualquiera, pero le falta la vitriólica ironía y el espíritu iconoclasta del vocalista original
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Carlos Sala
Barcelona
Al grano. Con 'Holiday in the sun'. Así empezó el concierto de estos renovados Sex Pistols en un Festival Cruïlla ansioso por ver a los auténticos mitos fundacionales del punk. Steve Jones, Paul Cook y Glen Matlock, los originales, los ... verdaderos, los supervivientes, aparecieron tan viejos como son, pero sonando sorprendentemente compactos. Esto no era una broma, estaba claro, aunque no ayudaba que detrás de ellos se proyectasen imágenes de su época dorada, con el estallido punk de 1976 y el espíritu 'Do it yourself'. Junto a ellos, Frank Carter, un vocalista de raza, ponía la energía y la juventud. No desentonaba, sólo que parecía el niños más feliz del mundo después del mejor regalo de Reyes de su vida y esa no es una actitud muy punk. Eran un buen cantante y una buena banda, pero no un grupo cohesionado del todo.
Lo cierto es que toda banda mítica de rock que sustituye a su cantante con otro más joven no escapa de parecer una banda tributo. Ese era el riesgo de una operación como la de esta versión de los Sex Pistols y a veces la superaban con éxito. 'I'm a lazy sod' fue el sorprendente segundo tema, una rareza rescatada de los infiernos que demostraba que Steve Jones y compañía se tomaban su repertorio en serio. «Gracias por quedaros hasta tan tarde. Como recompensa tenéis la mejor banda punk de todos los tiempos», exclamó Frank Carter. «¡Y a mí!», añadió con humor británico antes de dar paso a 'Pretty Vacant'.
Intentando recuperar el espíritu punk perdido, el cantante se metió en seguida entre el público. Haciéndose un sitio entre la multitud, pidió que creasen el círculo más grande que pudiesen y empezasen a dar vueltas mientras el cantaba en el centro. Al principio, consiguió que la gente obedeciera, pero aquello se convirtió pronto en un caos absoluto que absorbió por completo al cantante, encantado con el resultado. No se enfadó, no necesitó ser rescatado, simplemente dejó que la gente lo abrazara, empujara y tocara hasta que volvió a aparecer en el escenario.
Cuando llegó el turno de 'God save the queen' se vio lo que daba Johnny Rotten a la banda, ese cinismo decadente y desesperado, esa ironía sangrante, esa burla iconoclasta contra todas las instituciones, esa ira gargantuesca lleno de muecas y gestos de mimo, algo que Frank Carter no tiene. Tiene energía, mucha, tiene descaro, a raudales, tiene incluso garra, pero es demasiado 'simpático'. A pesar de sus múltiples tatuajes y aspecto amenazante, sólo es un hombre pasándoselo bien, no hay esa jocosa burla de Rotten que le daba a la banda su verdadera identidad.
Lo cierto es que el concierto iba rápido como un tiro. Pronto llegó 'No fun', una versión algo enmarañada del clásico de The Stooges, con Frank haciendo de Iggy Pop, claro que sí. La gran fiesta del punk estaba completa. Y poco más que añadir sobre una banda que demuestra ser una maquinaria bien engrasada, pero que hace muchos años que perdió el espíritu y el fuego que la vio nacer. Steve Jones sigue siendo una leyenda y las canciones no han perdido garra, pero el voluntarioso Frank Carter pareció siempre cantar solo, o cantar sobre las canciones de los Sex Pistols, no con los Sex Pistols. Ahora que la gente empieza a creerse las teorías de multiversos y mundos paralelos, en el escenario del Cruïlla se vio dos mundos a la vez diferenciados por 50 años. Por un lado, las canciones, encapsuladas en su tiempo, y por otro los intérpretes, que no sabían escapar del presente.
Para acabar, la traca final con la que suelen dar por zanjados los conciertos de esta gira, el combo ganador de 'My way', el estándar popularizado por Paul Anka y Frank Sinatra y con el que recuperaron el espíritu de Sid Vicious; y el himno ya intergeneracional 'Anarchy in the U.K.' Una hora y media de revival punk. El problema es que el punk no fue nunca de revivals, sino de revolución.
De Fermín Muguruza a St. Vincent
El festival se abrió con un emocionado Fermín Muguruza, que parecía sorprendido por la absoluta reverencia y alborozo de su público. Entró en el escenario con una camiseta del banco de Palestina y maldiciendo a los negacionistas del cambio climático. Repasando sus 40 años de carrera, cantó eso de «Hay algo aquí que va mal» y seguro que había algo que iba mal, pero no en un concierto que conectó directo en vena con el público. Con los puños en alto, sus numerosos fans saltaron y cantaron como si fueran una extensión del mismo Muguruza. El combativo cantante no dejó nada al azar y se entregó a su ska punk salido directo de los 80. Bailar también es una forma de protesta.
Con cantos a la libertad de Nelson Mandela, cantó a 'Desmond Tutú', de Kortatu, donde los vientos y el acordeón se adueñaron por completo del concierto. Y no lo abandonaron. Así se inició su mini set de los míticos Kortatu. Le siguió 'A la calle', su pequeño homenaje a Stiff Little Fingers. «He visto las calles ardiendo otra vez», exclamaba. Punk, punk y más punk y ska, ska y más ska con hitos ochenteros como 'Nicaragua sandinista' y 'After-Boltzebike'. ¿Las canciones políticas quedan desfasas antes las de amor? Las buenas canciones no se desfasan nunca. Y el público cantando canciones de hace 40 años como si hubiesen sido compuestas ayer hacía que pareciese que mantenían actualidad.
Cuando irrumpieron las canciones de Negu Gorriak, más centrada en un punk con toques funk y hip hop, el concierto se volvió más intenso. Muguruza empezó a hacer de MC en 'Lehenbiziko Bala' y el concierto aumentó revoluciones para acabar por todo lo alto. Muguruza se sentía tan agusto que alargó hasta 15 minutos su set.
El ambiente giró 180 grados con la aparición de St Vincent y su art rock con pretensiones. Entró tan acelerada que no calculó la frenada, mordió el micrófono, y lo tiró al suelo. Al principio parecía una guitar hero a lo Prince, siempre haciendo caras extrañas detrás de su guitarra/escudo, pero cada vez que dejaba el instrumento y se centraba en teatralizar sus canciones, entonces se volvía mucho más interesante. Como si fuese una PJ Harvey de Nueva York, la cantante desmenuzó un repertorio basado en la deconstrucción de todos los principios del rock alternativo.
«¡Cómo estamos Barcelona!», exclamó otra vez en el suelo. Está claro que podría ser la hija secreta de Lou Reed y Laurie Anderson. A pesar de ser el único concierto sin trompetas, St, Vincent consiguió enamorar poco a poco a un público que parecía claro que no era el suyo. Cuando se vistió de funk electrónico con toques Talking Heads consiguió que hasta los escépticos bailaran. Ejemplo de cómo ganar en campo contrario, St. Vincent se reivindicó como una de esas raras compositoras e intérpretes que todos deberían imitar.
Con 'Violent times' agradeció al público que la acompañara a pesar de ser tiempos difíciles. «Podríais estar en cualquier parte, pero estáis aquí», dijo y empezó una de sus baladas nocturnas salidas de callejones sucios y rincones donde nadie se puede esconder de su propia vergüenza. El concierto acabó como estaba previsto. Después de acercarse al público y saludarlos uno a uno, la cantante acabó, exhausta, tirada en el suelo.
Paralelamente, Goran Bregovic y su orquesta balcánica arrastró a los amantes de Muguruza como osos a la miel. Sí, también había trompetas, y delicadeza orquestal, y dos bailarinas con sus trajes folclóricos y esa música que te lleva en un segundo a las películas surrealistas de Emir Kusturika. En efecto llamada, venció por goleada a la artista estadounidense.
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