Jorge Martínez, el fin de raza de los ilegales
Era un dandi del exceso, preciso como una claqueta, con una mirada repleta de curiosidad y una forma de entender la vida desde el rigor de sus normas: libre, brillante, genial, loco y honesto
Muere Jorge Martínez, fundador y líder de Ilegales
Muere Robe Iniesta, cantante y líder de Extremoduro, a los 63 años
Jorge Martínez con Alfonso J. Ussía
En una entrevista reciente, Jorge Martínez decía que el momento bueno para despedirse es cuando más amas la vida. Quizá por eso lo suyo ha sido tan fulminante como trágico, tan sólo dos meses y medio después de confirmarse el cáncer ... que le mordía el tiempo a bocados con un hambre voraz.
Jorjón, el ogro de Oviedo y de Cimadevilla, el punkyilustrado, el ilustre gamberro, se ha ido sin dar la lata ni apenas hacer ruido. Porque lo suyo fue siempre la elegancia, un dandi del exceso, preciso como una claqueta, con una mirada repleta de curiosidad y una forma de entender la vida desde el rigor de sus normas: libre, brillante, genial, loco y honesto. Era alto como una blasfemia bien dicha, fornido como un juramento antiguo. Un tipo que entraba en cualquier bar como quien abre una brecha. A Jorge Martínez la gente lo llamó Ilegal mucho antes de que él lo cantara. Y le quedaba perfecto: impetuoso, deslenguado, provocador sin pedir disculpas, salvaje por convicción. Un inadaptado social, pero de los que acaban dictando su propia ley. Y, sin embargo, qué músico. Qué rara delicadeza la suya, escondida bajo tanto hierro.
En los años ochenta, cuando medio país presumía de tocar a trompicones, Jorge manejaba la guitarra con una precisión que parecía ofensa. Tenía actitud de punk -pocos más punk que él-, pero las canciones se le iban siempre un poco más lejos: secas, contundentes, cristalinas, con melodías que brillaban como un navajazo bajo la luna. 'Tiempos nuevos, tiempos salvajes', 'Soy un macarra', '¡Hola, mamoncete!', 'Agotados de esperar el fin…' himnos que ya son parte del ADN de la música en español, aunque él jamás hubiera aceptado algo tan solemne.
A los veinte años se marchó de casa con el hambre suficiente para incendiar un escenario
Nació en Avilés, en 1955. Venía de una familia noble que ahora es fin de raza, con la dignidad intacta y el frío de no encender la calefacción en aquel Palacio de Bolgues que no podía calentarse salvo por el rock and roll que desprendía la habitación de Jorge. De niño fue fiel oyente de la radio: odiaba la copla y buscaba, como un sabueso con auriculares, el instante en que irrumpían Elvis, Lonestar, y sobre todo Los Bravos. Al escuchar 'Black is Black' descubrió que la vida tenía un interruptor. Lo encendió y ya no lo apagó nunca.
Creció peleado con el mundo, incluido su padre. Sacó el carnet de músico cuando aún mandaba Franco, tocó en orquestas, intentó Derecho y lo dejó tirado en una cuneta. A los veinte años se marchó de casa con el hambre suficiente para incendiar un escenario. Con Madson primero, luego con Los Metálicos, y al final con ese nombre que fue destino: Ilegales.
Jorge cruzaba Gijón vestido de mod y con un palo de hockey como quien lleva una chupa de cuero
A veces delinquían un poco, otras tocaban, casi siempre se metían en líos. Asturias hervía: reconversión industrial, paro, bandas, pelotas de goma, jeringuillas. Jorge cruzaba Gijón vestido de mod y con un palo de hockey como quien lleva una chupa de cuero (que también): su manera de mantener el compás.
En los conciertos la violencia no era un accidente: era parte del repertorio. Si alguien escupía al escenario, Jorge se lanzaba al público como un proyectil educado en la calle. Si dudaban de su pericia, aparecía el palo de hockey para explicar la nota que faltaba. Tenía un credo: no se puede ser honesto sin hacerse enemigos. Y cuando encontraba uno, lo celebraba. Era un kamikaze capaz de cantar bajo una tormenta cuando el resto de la gente había escapado del escenario por miedo a electrocutarse. Y puro Asturias, drogata, borracha, política, feroz, alegre y dinamitera.
Fue un canalla, sí, y un poeta con la camisa manchada de vida
Calamaro, en el libro de Carlos H. Vázquez que publicó Efe Eme, 'Jorge Martínez: conversaciones ilegales' dijo que «Jorge está solo pero bien acompañado por sus guitarras, una botella y la lluvia. Hasta los ateos aprendieron a pedirle a Dios ser Jorge Ilegal por un día. Los valientes piden una vida entera, sin cabello pero con guitarras, pellejo de amianto y huevos de oro. Y el corazón ilegal... Ese que pocos sabemos ver. Y no tener miedo a la vida ni a la muerte»
Hoy Jorge ya no está. Se nos ha ido el hombre que gritaba sin pedir perdón, pero queda el eco: un eco limpio, afilado, de esos que sobreviven a cualquier moda. Fue un canalla, sí, y un poeta con la camisa manchada de vida. Un tipo elegante a su manera: la elegancia del que no se arrodilla.
Gracias por no haber sido nunca como los demás.