Histórico colofón de la carrera de Madonna en Río
Más de 1,6 millones de personas se reúnen en lo que los organizadores bautizan como la mayor pista de baile del mundo
Madonna: «Es un maldito milagro que esté viva»
Río de Janeiro
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Iniciar sesiónSi alguien quiere hacer rugir a casi dos millones de personas a la vez, puede ya tomar ejemplo de Madonna. Basta con dar un concierto gratuito en la playa de Río de Janeiro, lleno de sus grandes éxitos, y mostrar una bandera de Brasil en ... lo que podría ser el punto culminante de su carrera. No es una estrella emergente, no tiene un número uno en largos años, cuenta ya 65 años; pero este 4 de mayo Madonna demostró al mundo que es más que una cantante o una estrella musical. Es parte ya del material genético de la cultura popular mundial.
La demostración estuvo en un concierto de veinticinco canciones seleccionadas de sus cuarenta años de carrera, en que la multitud coreaba sin cesar, a veces a pulmón, en especial cuando sonaban sus éxitos más rutilantes, como 'Like a prayer' o 'La isla bonita'. Siempre se discutió a qué se refería Madonna con el sitio de brisa tropical adornado de una naturaleza salvaje al que le cantaba en este último tema de 1986. Este sábado era sin duda Rio, un paraíso que contenía toda su carrera, como ella dijo en dos ocasiones, «entre el mar y las montañas, con el Jesucristo Redentor observándolo todo desde las alturas».
Desde que en 1984 lograra su primer número uno con 'Like a virgin', varias veces se ha dado por acabada a Madonna. Su primer concierto en Rio lo dio el 6 de noviembre de 1993 en el Maracanã ante 120.000 personas. Los diarios ya anunciaban entonces su inminente jubilación, tras su época imperial en los años 80 y un descenso a los bajos fondos de la controversia y sus flirteos con el sadomasoquismo y la experimentación más sórdida. Hubo otros tropiezos: acusaciones de antipatriotismo por criticar la guerra de Irak; críticas por hacer seguidismo de nuevas estrellas como Britney Spears y Lady Gaga; burlas por sus operaciones, su cuerpo, su cara, su aspecto.
A todos los críticos, Madonna les ha demostrado esta semana en Río de Janeiro que estaban equivocados, que la comparaban con otras cantantes, cuando ella estaba ya en otro plano, el plano en el que puede hacer lo que le venga en gana, y aun así, es capaz de concentrar más de 1,6 millones de personas en una playa solo con la promesa de hacerles bailar al son de su música. Y no solo eso, como en los años 80 y 90, la 'madonnamanía' sigue viva. Miles de seguidores, disfrazados con sus varios atuendos, luciendo camisetas con su cara, bailando sus éxitos, han copado hoteles y alquileres turísticos, han llenado restaurantes y bares y han forzado a cortar las calles de Copacabana.
Los vendedores callejeros hacían su agosto con camisetas, vasos, abanicos, banderas, gorras. A lo que fuera, le estampaban la cara de Madonna y le ponían un precio. La aerolínea Azul incrementó sus rutas a Rio. En el vuelo de llegada, daban una bolsa con una botella de vino, una bandana y un cacao de labios especialmente diseñado para Madonna.
Madonna comenzó esta gira, el 'Celebration tour', el 14 de octubre de 2023 en Londres. Ha dado 81 conciertos de más de dos horas de duración, a pesar de que hace menos de un año estaba en cuidados intensivos tras sufrir una infección que casi le cuesta la vida. Aun así, se repuso, luchó y puso en marcha el show, que le llevó de Europa a Estados Unidos, y de allí a México y al colofón de esta semana en Brasil. Bien planeado, pues el público brasileño es agradecido y muy entregado. Las gradas de señores y señoras de mediana edad sentados de ciudades como Washington, Sacramento o Houston han dado paso a lo que el organizador y pagador, el banco Itaú, calificó acertadamente como la «mayor pista de baile del mundo».
Madonna superó el aforo de los Rolling Stones, que el 18 de febrero de 2006 concentraron en este mismo lugar a 1,5 millones de personas. La supera, según el libro 'Guinness de los récords', solo Rod Stewart, quien en un concierto de año nuevo aquí en Copacabana reunió a 3,5 millones de personas. Pero aquello fue en una fecha en la que ya de por sí se concentran los cariocas para celebrar el Reveillon. Por ejemplo, en el de este mismo año salieron a la playa cinco millones de personas. Los que fueron a ver a Madonna lo hicieron por y para ella.
Ella era consciente. Este concierto era una especie de narración de su vida. Comenzaba cuando llegó a Nueva York en 1978, luego narraba su ascenso al estrellato del pop, su adopción de simbolismos católicos y sus mensajes sobre Dios y el Papa. Seguía con su activismo en apoyo a las víctimas del sida y los derechos de la comunidad gay, su lucha contra la moralidad en la sexualidad, y terminaba en una mezcla un poco caótica de imágenes de vaqueros, bailes futuristas y baladas.
En un momento, abrumada por la multitud, se preguntó: «¿Dónde termina este mar de gente?». En otro momento, se excusó: «Nunca imaginé que llegaría hasta aquí. Solo soy una chica de Michigan».
Sin embargo, este concierto reveló mucho más sobre ella: una mujer que luchó por abrirse camino en el Nueva York caótico de los años 70; que enfrentó agresiones, desprecio e incluso violencia, pero nunca se rindió; que transformó su herencia italoamericana y su fe católica en una estética única, convirtiendo los rosarios en un símbolo de estilo; y como ella misma dice, aunque no sea la mejor cantante ni bailarina, es una de las artistas más exitosas de la historia, decidida a retirarse en sus propios términos, sin escuchar a los detractores.
Puede que sea su propio cuerpo el que dicte su futuro. En la anterior gira, 'Madame X tour', el dolor la llevó a cancelar una quincena de conciertos, de un total de 75. En este concierto en Río, Madonna ya no era la bailarina de hace unos años, aquella que hacía 15 sentadillas con tacones al cantar el tema 'Music' en 2001 o que hacía acrobacias y piruetas en su pequeño recital del medio tiempo de la Super Bowl en 2012. Su pierna izquierda estaba a ratos vendada, usaba rodilleras, se manejaba con más cuidado.
Tampoco importó esto mucho al público: la tropa de baile compensaba con creces y al escenario subieron dos de las mayores estrellas del momento en Brasil: la cantante funk carioca Anitta y la drag Pabllo Vittar. Con ambas, Madonna supo ganarse a toda una nación, que además vio el concierto retransmitido en la mayor televisión, Globo. Para uno de sus icónicos corsés, Jean Paul Gaultier mudó las lentejuelas negras por los colores de la bandera de Brasil, verde, azul y amarillo. Y al añadir el tema 'Music' al repertorio, en una versión con batucada, Madonna se enfundó una camiseta de la selección brasileña y se puso a dar vueltas con la bandera nacional. Esa es la imagen que más se vio en todas las televisiones, con un lema muy repetido: «Histórico mesmo».
Puede que sea «histórico, de verdad», dado que Madonna ha insinuado que este puede ser su último gran concierto, tras una gira larga, agotadora y recibida de forma muy positiva. Ella mismo dijo en uno de sus conciertos en México que no sabe cuál será su siguiente paso. Puede seguir haciendo música, puede volver al cine, puede dirigir películas o escribir libros. El ambiente en Río este pasado 4 de mayo fue el de la cima absoluta de una carrera rutilante de alguien que ya no tiene nada que demostrar.
Según los medios brasileños, Madonna recibió una compensación de 17 millones de reales brasileños por este último concierto, 3,2 millones de euros. La producción del espectáculo en Brasil está a cargo de Bonus Track, cuyos socios son Luiz Oscar y Luiz Guilherme Niemeyer, con experiencia en la organización de eventos internacionales.
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