Remez, el soldado que lucha en la guerra de Ucrania y compone canciones en la trinchera
Cuando Rusia invadió su país él cogió su fusil... y su guitarra. Antes era músico a tiempo completo: ahora combate en el frente y escribe canciones en las pocas horas libres que tiene al día. En esta conversación con ABC cuenta cómo el arte le ayuda a sanar su alma
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En algún lugar del frente de la guerra en Ucrania, hay una trinchera donde suenan melodías de guitarra. Bálsamo para el corazón de los que resisten al invasor, la música que sale de esas seis cuerdas se alza sobre los gritos de dolor, sobre el ... afilado ruido de los misiles, brotando como un manantial de esperanza de los dedos de Remez, un soldado que llevaba años siendo músico «a tiempo completo» en Kiev cuando Putin le declaró la guerra, a él y a todos los ucranianos. Antes de que su vida se rompiera por completo había sido miembro de cinco grupos diferentes, y lo que más le gustaba tocar era «música de raíces americanas, de estilo vintage, el rock’n’roll, el rythm’n’blues’, el primer soul y el jazz», e incluso organizaba sus propias jam-sessions. «Se llamaba ‘Mess Around Jam-Session’... Siempre estaba aprendiendo, ensayando, a veces grabando... Sí... esa era mi vida», suspira desde una trinchera en primera línea de batalla.
Cuando empezó la invasión rusa Remez cogió su fusil. Y su guitarra. Y se alistó para expulsar al enemigo de su madre patria. No es fácil entrevistar a un combatiente, porque nunca se sabe cuándo van a empezar los disparos o los bombardeos. Cuando van pasando los días y no hay ninguna respuesta, ni siquiera señales de vida, aflora el miedo a que Remez haya pasado a formar parte de la lista de bajas igual que tantos otros compatriotas, artistas incluidos. Ya fue herido en una pierna hace meses, y en esta guerra han muerto varios músicos ucranianos en ambos lados del conflicto. El director de la Filarmónica de Jersón, Yuri Kerpatenko, fue ejecutado por soldados invasores en octubre por no querer colaborar en un concierto pro-ruso. Hace unos días, el guitarrista, cantante y productor Vadim Lobuzov, figura icónica del underground rockero en la región de Donetsk, falleció en un bombardeo de las fuerzas ucranianas. Pero Remez está vivo.
«Estoy bien, he visto a gente morir a mi lado, pero estoy bien. No puedo decirte dónde estoy por seguridad», dice el valiente guitarrista al reaparecer, con el rostro cansado pero sin haber perdido un ápice de ese brillo en los ojos que refleja el flamígero ardor guerrero que está sorprendiendo al mundo. «Sigo teniendo mi guitarra conmigo, intento seguir tocando e incluso he grabado algunas canciones con el móvil. Tengo pocas horas al día para dedicarle a la música, y sigo tocando siempre que no estoy muerto de cansancio. Pero a veces es duro, muy duro, porque me pregunto, “¿para qué seguir tocando, si no hay un futuro por delante, una vida? ¿Y si esto dura más de lo que yo pueda aceptar?” Pero entonces me doy cuenta de que lo hago para sanar mi alma. Tocar me ayuda, porque la música es vida. Si no termino una canción que he empezado, siento como si algo dentro de mí muriera. Y no me gusta esa sensación. No quiero vivir la vida sin música. De hecho es mi relación más duradera... he perdido a muchas novias por la música. La música es mi novia».
Una de las canciones que Remez ha podido terminar entre el ruido de las bombas, los drones y los kalashnikov es ‘A mallow flowery rain’, una colaboración a distancia con el músico español Miguel Ángel Escrivá, del grupo Santero y Los Muchachos. Se conocieron por Instagram antes de que empezara la guerra, y sus planes de hacer algo juntos se vieron truncados por el inicio de la invasión. Pero en cuanto recuperaron el contacto, decidieron sacar el tema adelante fuese como fuese. Remez grabó y envió sus partes con el móvil, y Escrivá reclutó a un grupo de músicos valencianos para completar la pieza, cuyo título hace alusión a la flor que representa las raíces y el hogar del pueblo ucraniano. «Mis amigos me dicen que escucharla les da una sensación de libertad y paz, es una canción cálida y acogedora», dice el soldado, lleno de satisfacción.

Para Remez, escribir esta canción fue «extraño, pero muy bonito» a pesar de las dificultades. «Yo no tengo mucho tiempo aquí, ¡pero Miguel tampoco en España! Cada vez que le mandaba algo me decía, “ahora me pillas en una sesión de grabación”, y yo pensaba “guau, cómo mola”... él está viviendo mi sueño. En la canción, cada uno habla de su vida cotidiana, y en mi caso, hablo de cosas muy sencillas, cosas que todo el mundo necesita. Cuando no puedes pensar en el futuro, en qué vas a hacer el próximo verano, las próximas navidades... es duro. Aquí no se hacen planes. Sólo pensamos en las cosas sencillas, como poder darte una ducha. Cosas que en la vida normal se dan por sentadas, pero que aquí no existen».
Resulta estremecedor ver cómo Remez asume que la muerte seguirá acechándole durante meses, quizá años, y que algún día podría verse en una situación como la que vivió Kerpatenko, el director de orquesta. «Fue un valiente por enfrentarse así a los invasores», exclama con un tono apesadumbrado pero firme. «Siento mucha pena por él, pero ¿me sorprende? No. Los rusos actúan así todo el tiempo. La historia de Ucrania y Rusia es una historia de sufrimiento. En el siglo XX mataron a tanta gente, a tantas personas del mundo de la cultura, poetas, músicos... casa por casa, uno a uno. Los arrestaron, los metieron a todos en un mismo lugar y los asesinaron. Y es lo que siguen haciendo ahora. No tienen ningún miedo, porque nadie les ha hecho pagar por ello nunca. Pero esta vez pagarán».

Una de las cosas que Remez lleva peor en el frente es la incertidumbre. Porque a pesar de estar en primera línea, no sabe más que nosotros acerca de cuánto puede durar esta guerra. «Espero que termine pronto», dice con mirada resiliente. «Es difícil hacer planes en esta situación, pero lo primero que me gustaría hacer después sería viajar, irme a un lugar con mar como el Pacífico, tumbarme en la arena, ¡aahhh! Y contemplar las vistas. Me gustaría vivir en una ciudad pequeña con gente tranquila, y hacer el amor. Quiero tener planes otra vez».
Asomarse a la trinchera de Remez, aunque sea desde la distancia, es una lección de vida. Impresiona recibir el testimonio directo de una persona que, a pesar de estar viviendo el más trágico de los dramas, mantiene el coraje e incluso el sentido del humor. «Cuando ganemos la guerra me iré a Portugal, o a España... ¡aunque allí hay demasiados rusos y creo que sería difícil relajarse!», ríe el músico. «Sólo quiero ir a algún lugar en el que no haya mucha gente, sólo quiero relajarme, relajarme. Quizá así podría escribir canciones más plácidas. Estoy seguro de que haré otros tipos de música, porque la guerra ha abierto mi mente en cierta manera. Antes estaba muy concentrado en un estilo, pero ahora soy un compositor más abierto. Sí, eso es lo que haré cuando ganemos. No quiero seguir siendo un soldado toda la vida. Me he dado cuenta de la importancia de la música, de que la cultura es el alma de una nación, si no tuviéramos una cultura propia, no lucharíamos».
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