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Hacer de la tragedia algo épico

Teodor Currentzis Afp

Alberto González Lapuente

El director Teodor Currentzis y la Orquesta Sinfónica SWR de Stuttgart han pasado por Madrid demostrando que hay intérpretes necesarios, músicas imprescindibles y conciertos inolvidables; que la música puede ser un mero divertimento, pero que situada en el punto exacto puede convertirse en la 'fuerza purgativa' de la que hablaba el médico renacentista Girolamo Cardano. Se vio durante el confinamiento, que sorprendió al mundo con el pie cambiado y abierto a la 'utilidad' musical, y se vuelve sobre ello ahora, poco después, a consecuencia de la no menos súbita invasión de Ucrania, que tantos homenajes está suscitando. La Orquesta SWR y Currentzis anunciaron hace días que el ataque ruso obligaba a comprometerse con un programa en el que estuvieran presentes el compositor ucraniano Oleksandr Shchetynsky , el alemán Jörg Widmann y el ruso Dmitri Shostakovich con el fin de como 'hacer un llamamiento musical por la paz y la concordia'. Su propósito ha tomado forma en un concierto definitivamente importante; en un acto musical profundamente conmovedor.

Currentzis y su orquesta han vuelto convocados por La Filarmónica y como parte de una gira que, iniciada en Barcelona, aún seguirá por Dortmund, Hamburgo, Viena, Friburgo y Stuttgart. Su última actuación en Madrid, hace dos años, dejó un sabor agridulce en un momento en el que todavía se estaban consolidando muchas cosas. La llegada de Currentzis a la Orquesta SWR de Stuttgart en 2018 fue analizada como una explícita declaración de originalidad tras la necesidad de cambio al que se vieron arrastradas las viejas orquestas dependientes de radios y la televisiones europeas. En el caso de la SWR de Stuttgart apenas habían pasado dos años desde que se presentara como fusión de las orquestas de la Radio de Stuttgart, Baden-Baden y Freiburg. Hacerlo con seguridad, decisión y superando los conflictos permitió consolidar músicos de una calidad extraordinaria, demostrar que las propuestas artísticas se pueden plantear con imaginación y que, incluso, es posible proponer vías singulares de difusión sin rebajar un ápice la ambición artística.

Quienes estuvieron el miércoles en el Auditorio Nacional comprobaron hasta qué punto las cosas están ahora mismo solidificadas por una agrupación cuyo potencial técnico es formidable y por un director que ha reconducido la muy oxigenante y también un punto agotadora rebeldía de sus primeras hazañas junto a MusicAeterna hacia espacios poderosamente expresivos y exquisitamente recreados. Currentzis sigue fiel a sí mismo a pesar de que su aspecto pueda parecer más ajustado a la norma (o al menos así lo ha querido en su actuación madrileña) y de que siga presente su voluntad por sumergirse en la música entresacando perfiles inéditos, pero ha crecido en la dimensión oratoria consiguiendo convertir la escucha en un acto verdaderamente trascendente.

El impresionante silencio que acompañó al concierto (incluso durante las obras más actuales), apenas roto por la vibración de algún móvil impenitente, solo es comparable al aplauso final con el público puesto en pie, emocionado tras la interpretación fuera de programa del coral 'Jesus bleibet meine Freude' de la cantata 147, con media orquesta cantando tras las máscaras y, entre ellos, el viola Antoine Tamestit , solista del concierto de Widmann.

Tameslit encargó y estrenó la obra de Jörg Widmann (1973) en 2015 con la Orquesta de París y Paavo Järvi . Desde entonces, el concierto ha circulado con profusión y enorme éxito, lo que confirma el talento del compositor alemán y su capacidad para reconducir viejas fórmulas en un contexto creativo inédito en el que tanto importa lo que suena como la manera en la que se hace. Widmann ha inventado un universo en el que la visualidad forma parte intrínseca del fenómeno musical.

Apenas ha comenzado el concierto y Tameslit asoma por la izquierda mirando el instrumento, convirtiéndolo en una forma de percusión que contesta el tambor. A partir de ahí, el solista se va pasea por la orquesta, discute con otros instrumentos, se une a ellos, enarbola el arco como si de una espada se tratase, hace migas con la flauta bajo, encuentra melodías entrañables y se anquilosa en complicados virtuosismos. La vis cómica y la gestual son la esencia de una obra sorprendente que se pierde lentamente en el grave con la viola recuperando su posición natural en el escenario. Con Widmann ha quedado viejo el debate sobre el interés del público por la música contemporánea.

Tambien es importante la capacidad de Curentzis para encandilar a los espectadores controlando incluso los aplausos para dejar respirar las obras en un silencio final. Un composición como 'Glosolalia', escrita en 1989 por Oleksandr Shchetynsky (1960), debería apuntar a un cierto desapego. Su naturaleza dodecafónica (además del origen aleatorio de la cadencia a cargo de la percusión y el piano) o su expansivo juego de densidades apunta en esa dirección. Pero Shchetynsky es un autor que sabe relacionar la solvencia técnica con el sentido espiritual que desde hace décadas ha dado forma a buena parte de la música del Este. 'Glosolalia', hace referencia a la expresión griega que significa el don de hablar idiomas y adquiere connotaciones en cercanía al cristianismo como religión mundial. Es un ejercicio minucioso, que se balancea entre el timbre luminoso y la oscuridad del grave que crece a partir de un orgánico instrumental que redibuja la orquesta convencional.

Shchetynsky escribe en el programa de mano que siendo joven descubrió las presiones a las que el régimen sometió a Shostakovich y a Prokofiev. Su repudio se convirtió en articulo de fe y en admiración hacia un autor «profundo y perfecto de imágenes sonoras musicales […] de una fuerte rebelión intelectual que personalmente se ve confrontado con violencia involuntaria y anarquía».

Shostakovich escribió su Quinta Sinfonía en vísperas de la Segunda Guerra Mundial y asusta que al escucharla con semejante rotundidad se pongan los pelos de punta. Puede objetivarse que el abanico de interes musicales de Currentzis va desde la música antigua a la actual y esa perspectiva, digna de un director de hoy, explica muchas articulaciones, la grandeza de una sonoridad bien apoyada en el grave, el sentido rítmico y la delectación tímbrica de una orquesta capaz de recuperar una plantilla a lo grande con instrumentistas tan colosales como la flautista Tatjana Ruhland .

También queda el sentido marcial del ternario 'Allegretto', dicho con una guasa singular; la nebulosa inicial del 'Largo', la fuerza y arrebato de su desarrollo antes de desembocar en un imponente final en pianísimo, la seriedad turbadora del final y la brutalidad de su coda. La Filarmónica ha ofrecido un concierto memorable en una temporada en la que ha perdido un apoyo importante de su programación tras la deserción internacional del putinófilo Valery Gergiev, alejado de la Filarmónica de Róterdam, Múnich, la Scala de Milán y el Carnegie Hall. Refugiado en Rusia, consolida ahora su posición entronizado por el presidente como el gran zar de la música rusa. Todo lo que sucede, se mire para donde se mire, es trágico y la música, en ocasiones, lo cuenta con una transparencia genial.

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