Concierto de Igor Levit en Madrid: Lo cercano y lo universal
La experiencia del concierto en vivo tiene a su favor la gestión de una tensión muy cercana. A veces es poco favorable, como en este caso, pero siempre resulta interesante
Alberto González Lapuente
Al pianista Igor Levit (Nizhni Novgorod, 1987) le gusta el concierto, su protocolo y su tensión. Se siente a gusto en el escenario al que llama «mi espacio de libertad», dando a entender que su arte tiene poco que ver con lo ensimismado, ... que se alimenta del contacto personal, de la comunicación. Se trata de principios que en el mundo contemporáneo implican matices particulares tras un progresivo debilitamiento de muchos límites naturales. Por ejemplo, el escenario actual desborda los pocos metros cuadrados de un teatro o auditorio, y por eso, Levit se sirve del estudio de grabación para interpretar, vía 'livestream', 'Vexations' de Eric Satie , y agotar quince horas y media consiguiendo 25.000 euros para músicos en paro; desde el salón de su casa promueve los 'Hauskonzerte' emitidos durante el primer confinamiento, y se implica en las redes contra el embrutecimiento del lenguaje o, mejor aún, abandera lo políticamente razonable, lo europeo y el sentir 'ciudadano', detalles que irritan y le han llevado a actuar bajo protección personal y amplias medidas de seguridad.
En todos los casos prevalece el carácter conciliador del intérprete, incluso si está sometido a pruebas complicadas. Acaba de actuar en el ciclo 'Grandes intérpretes' de la Fundación Scherzo con un programa dedicado a las tres últimas sonatas de Beethoven y con el que repetía la actuación del pasado año en el Festival de Granada. Entonces una primera aproximación a un estado de normalidad que se tanteaba tras la cancelación de muchos conciertos con el piano de Beethoven como protagonista. Levit siente una especial afinidad humana y artística hacia él y hacia Bach , a los que mejor y con más interés ha estudiado.
La prueba madrileña tuvo un primer momento de incertidumbre con el intérprete ya sentado al piano, mientras se miraba la mano, tanteaba posibilidades y buscaba la concentración. Todo ello antes de que la op. 109 surgiera mágicamente del silencio. Levit es capaz de detalles prodigiosos, de integrar la expresión musical, y muy particularmente la de Beethoven, entre lo mínimo y lo extremadamente potente consiguiendo que el primer movimiento fuera un gesto definitivo, brutal. Pero la continuidad iba a interrumpirse pronto debido a la llamada de un móvil procedente de los asientos del coro. Se levantó la propietaria, salió de la sala, Levit le dijo adiós con la mano, sonrió y continuó donde se había quedado. Fue el prólogo a una tarde llena de incidentes. Todavía un segundo móvil sonaría durante el op. 110 y Levit volvió a interrumpir su actuación. Los aplausos arreciaron al concluir la obra con la última variación en un milagroso pianísimo .
La pausa fue breve, demasiado corta como para que la primera espectadora volviera a su localidad ante la mirada atónita de todo el auditorio. Y aún los acomodadores entraron y salieron durante el concierto, se sentaron en sus sillas (innecesariamente colocadas en una posición demasiado visible) mientras inquirían a los espectadores moviendo la cabeza como faros. Fue un despropósito imposible que aún se completó con el apagado de las luces del órgano durante unos segundos. Es fácil comprender el sentido radical, definitivo, violento incluso, con el que Levit abordó la sonata op. 111, la incomodidad en el ambiente y el hecho de que la interpretación se concretara con convicción.
La experiencia del concierto en vivo tiene a su favor la gestión de una tensión muy cercana . A veces es poco favorable, como en este caso, pero siempre resulta interesante. El propio Levit ha explicado que su trabajo es sencillo porque «consiste en desgranar qué significado tienen las indicaciones que da un compositor», y darles sentido en el «contexto, observando mi piano o el auditorio donde voy a tocar», grande, pequeño, distinto o convencional. En este caso, aún queda mucho por redescubrir tras el debacle de la pandemia. Lo demuestra el sorprendentemente escaso aforo de este concierto, inaudito en circunstancias verdaderamente normales pero posible ante la escasez de campañas de promoción adecuadas capaces de explicar la calidad, la trascendencia musical de Igor Levit. Alguien referencial e ineludible en la definición del presente.
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