La vigencia infinita de José Saramago

La fuerza de la parábola en forma de múltiples connotaciones, recicladas a la luz de la pandemia del coronavirus, como también sucedía en las páginas de la novela. Julianne Moore, Mark Ruffalo, Danny Glover y Gael García Bernal interpretaban a varios de los personajes simbólicos fraguados en la mente del único Nobel de Literatura en lengua portuguesa.

Y ahora, 22 años después de ser reconocido con el galardón más importante (y polémico) del planeta, los recuerdos de Saramago fluyen al son del décimo aniversario de su muerte, acontecida en Lanzarote a causa de la leucemia que padecía.

En este mundo de contradicciones y despropósitos, de infecciones y temores, su ‘Ensayo sobre la ceguera’ mantiene una vigencia incluso superior a la que suele traslucir su legado. “Es una novela que plasmaba, criticaba y desenmascaraba a una sociedad podrida y desencajada”, decía el autor portugués, desencantado con su país y ‘amamantado’ por el archipiélago de las Canarias, donde halló su refugio al lado de su compañera Pilar del Río , hoy directora de la Fundación Saramago de Lisboa, cargo que compagina con funciones similares en la casa-museo del municipio isleño español de Tías.

Una pandemia de ‘ceguera blanca’ se extiende por los confines de la Tierra y los protagonistas, despojados de sus nombres, han de sobrevivir como pueden. Pasan una cuarentena en un manicomio y la atmósfera se va haciendo cada vez más irrespirable. Nadie sabe cómo ha desembarcado la enfermedad, por qué ataca a los humanos. Lo único claro es que la esposa de un médico está en primer plano y ha escapado misteriosamente a su radio de acción.

El egoísmo se traga a la solidaridad, los hombres y mujeres desarrollan una repentina ansiedad, los pacientes primerizos son recluidos sin demora, con el telón de fondo de un panorama cada vez más dominado por el terror masivo. Parecía una infección sin importancia, pero acaba desatando una tragedia galopante que escapa a los cánones conocidos.

Los paralelismos con la compleja sociedad de hoy resultan obvios, por lo cual a nadie puede sorprender que se distinga como uno de los libros más demandados en Portugal estas semanas. Los ciudadanos lusos buscan respuestas entre líneas, al tiempo que rememoran la amargura que les produjo el ‘exilio español’ del escritor que sucedió a Darío Fo y antecedió a Günter Grass como premio Nobel . “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”, escribía de manera enigmática pero significativa Don José.

‘La balsa de piedra’, donde plantea una metáfora basada en el hecho de que la península ibérica se desgaja del resto del continente, constituye otro de sus títulos fundamentales, invocados en los dos modestos actos que recuperarán su memoria al cumplirse una década de su fallecimiento (no así de su bibliografía, objeto de una inusitada actualización por obra y gracia de la díscola realidad): una lectura de textos en la Fundación Saramago de Lisboa y un concierto de cello en la casa-museo de Lanzarote, retransmitido por internet.

Sencillos homenajes para un hombre sencillo, entrañable, que nos obsequió con libros tan inconmensurables como ‘Levantado del suelo’, ‘El año de la muerte de Ricardo Reis’, ‘El evangelio según Jescuristo’, ‘La caverna’, ‘El viaje del elefante’ o su creación póstuma, ‘Claraboya’.