Una biografía ilustra la atribulada vida de Hans Christian Andersen
Hijo de un zapatero remendón, pero instruido, y de una lavandera, el autor de «La sirenita» conoció durante su solitaria infancia la pobreza y el alcoholismo
TRINIDAD DE LEÓN-SOTELO
MADRID. De «una vida rica y variada como un lindo cuento» califica Andersen, ya al final de sus días, lo que había sido su existencia. Así se lee en «Hans Christian Andersen. Una vida de cuento» (Espejo de tinta), de Teresa ... Rosenvinge. No contento con las palabras ya escritas, añadió: «Si cuando era un pobre y solitario niño me hubiese encontrado en mi camino un hada bienhechora, que me hubiese dicho: «elige tu carrera,¿qué quieres llegar a ser? Yo te aconsejaré y te dirigiré», seguramente mi suerte no hubiese sido más lisonjera ni más sabiamente ordenada». Andersen, danés de 1805, no tuvo, sin embargo, una vida fácil. Nació el 2 de abril en una familia seriamente pobre. Su madre lavaba ropa de otros habitantes de Odense en el río, y no hay que tener mucha fantasía para imaginar el helor de aquellas aguas -para combatir situaciones penosas se dio a la bebida. En su niñez tuvo que mendigar y dormir bajo los puentes. Andersen le dedicó por su pobreza «La pequeña cerillera», y también «No sirve para nada», por su alcoholismo. Su padre, un zapatero remendón, pero instruido, adoraba a su hijo y puede decirse que a él le debió el pequeño Hans su vocación por el teatro (su gran pasión), ya que le fabricó un teatrillo y unas marionetas para las que él niño cosía la ropa. La pobreza de la infancia no le marcó, porque vivió rodeado de inmenso cariño. A los 14 años, ya huérfano de padre, decidió viajar a Copenhague en busca de lo que parecían quimeras. pero que el escritor, de cuyo nacimiento se celebra el bicentenario, luchó hasta convertirlas en realidad. No sólo él fue feliz como dramaturgo, novelista, cuentista, sino que hizo y hace felices a millones de personas, porque la verdad es que sus cuentos son para niños y adultos. De hecho, Rosenvinge asegura que a través de sus cuentos puede aprenderse geografía e historia.
La situación de su país tampoco fue amable: tres guerras sufrió Andersen, quien contaba que «El soldado» se lo inspiró un soldado español de los que Napoleón envió a Dinamarca. Aquel muchacho le sonrió al niño que era Hans, lo cogió en brazos y le dió a besar una medalla de la Virgen que llevaba al cuello, hecho que no hizo mucha gracia a su madre, ya que la familia era cristiana protestante. Sin embargo, Andersen nunca olvidó la atención y la simpatía de aquel hombre y lo salvó del olvido con la composición citada que fue musicada por Schumann y Grieg. Muchos de sus relatos se inspiran en cosas vividas, en la literatura europea antigua o en la tradición oral.
Supo de la envidia y las zancadillas
Desde niño fue muy inteligente y siendo ya adolescente la apertura del Teatro de Odense le dió alas a su imaginación y firmeza a su vocación.Ya en Copenhague supo de la envidia y las zancadillas, pero lo cierto es que tuvo grandes amigos que lo invitaban a pasar largas temporadas en sus casas de campo, donde aprovechaba para trabajar. Fue un viajero empedernido - «viajar es vivir», decía -. De España, donde conoció varias ciudades, lo deslumbraron Granada y Toledo. De sus idas y venidas también sacó tema para sus escritos.
Fue un hombre comunicativo que llegó a ser amigo del Rey de Dinamarca Federico VI y de su hijo. Al Teatro Real -escribió 50 piezas, aunque no todas se representaron (el envidioso estaba en casa), «El mulato» fue su mayor éxito-, llegó a considerarlo su club particular. Fue creyente, religioso y tuvo sentido del humor. Lo que en verdad se resistió a su sentimientos fue el amor. Tuvo dos. El primero Riborg Voigt, que no quiso saber nada de él, a quien dedicó «Los novios». Algo se habría emocionado la mujer si llegó a saber que cuando su enamorado murió en 1875, encontraron colgada a su cuello una bolsita con un recuerdo de ella. Pasados los años se enamoró de la cantante Jenny Lind, a la que dedicó «El ruiseñor», pero tampoco fue correspondido. ¡Ay!, ¿se consideró alguna vez «El patito feo»? Su hogar fue la literatura, ser capaz de distraer a chicos y grandes fue el milagro que lo hizo dichoso.
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