Especial alatriste
El viaje de Alatriste desde Pérez-Reverte a Díaz Yanes
La adaptación cinematográfica condensa la esencia de la saga, entre la luz velazquiana y la melancolía de un imperio en declive
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Iniciar sesiónEn una mirada amplia, certera y sólida sobre la literatura y su adaptación al cine hay que evitar los tópicos, y sobre todos ellos, el más manido: 'era mejor la novela'. Eso es algo que desmienten la propia historia y algunos autores magníficamente adaptados, ... desde Mario Puzo ('El padrino') hasta Robert Bloch ('Psicosis') o Thomas Harris ('El silencio de los corderos'), y hasta Truman Capote ('Desayuno en Tiffany's'). La noticia de la vuelta de Pérez Reverte con una nueva aventura del capitán Alatriste nos permite el intento de una mirada amplia, certera y sólida a su adaptación cinematográfica a cargo de Agustín Díaz Yanes en 2006 y con el escueto título de 'Alatriste'.
Especial Alatriste
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Agustín Díaz Yanes es un hombre de lecturas y escrituras, un guionista meticuloso y un director con enorme gusto y talento para la composición y la descripción; es decir, que el Alatriste de Pérez Reverte cayó de bruces en las mejores manos para emprender su aventura cinematográfica. Además, contó con un impresionante músculo de producción (coproducción con Francia y Estados unidos) hasta el punto de que fue la película más cara rodada hasta entonces y aún hoy permanece entre ellas, aunque superada por grandes producciones como 'Agora', de Alejandro Amenábar, o 'Lo imposible', de Juan Antonio Bayona.
El mayor dilema con el que se encontraba Díaz Yanes era qué contar en una película de tamaño proyectable (140 minutos), con cinco libros ya editados y muy leídos sobre el personaje y rodada el mismo año en que se publicó el sexto, 'Corsarios de Levante'. Y el dilema lo resolvió con riesgo: contarlo todo. Es decir, prensar y macerar un compendio que contuviera la esencia del personaje, de la época, los ambientes y el espíritu de aquella España imperial y áurea en la que reinaba Felipe IV, gobernaba el Conde Duque de Olivares, mandaba la Inquisición, los Tercios de Flandes rendían a la ciudad de Breda, Velázquez pintaba la historia y Quevedo utilizaba el mejor castellano que se ha escrito como llave para entrar y salir de las cárceles.
Y en ese alma quevediana de 'Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuerte, ya desmoronados…' es donde coinciden la letra de Pérez Reverte y la imagen de Díaz Yanes. Ese espíritu oscuro de final de Imperio que luego retomaría pesimista y derrotado más de dos siglos después la Generación del 98, y que en la película se ve, se oye, se huele y se intuye en cada poro de celuloide y en cada esquinazo de sus personajes.
Cuadros magníficos
La cámara de Díaz Yanes (sublime Paco Femenía) recoge el ambiente, el pesimismo, la luz velazquiana, la composición barroca, las figuras y portes con matices de tauromaquia, el temor a las intrigas, el miedo a Dios y al dedo del inquisidor, el barro en la batalla, el óxido en los duelos y los peligros mortales en el amor. La historia, magníficamente narrada, dadas las circunstancias y la necesidad de prensarla, se estructura en cuadros magníficos en su luminosidad y en su negrura que se suceden rítmicamente en espacio y tiempos y que explican, ya no un argumento, que es lo de menos, sino un estado de ánimo, un sentimiento triste, casi una elegía.
La elección de Viggo Mortensen, que había sido Aragorn en 'El señor de los anillos', solo puede considerarse como el otro gran acierto de la película, el molde que contiene la física y el espíritu del personaje, su traza, su penumbra, su doblez, su integridad en un mundo que se desintegra y un respirar bronco y a la vez romántico… El momento en el que un educado, casi sumiso, Alatriste conversa con el Conde Duque de Olivares para que libere de la cárcel a su joven protegido, Íñigo Balboa, y que, ante el desdén y menosprecio de la espalda del gobernante, le grita un insolente y ofensivo '¡Excelencia…, míreme a la cara!', llena la pantalla de estupor y dibuja la perfecta grafía de la personalidad, carácter y temple de Alatriste. Díaz Yanes concibe la continuación de ese momento con una elipsis: no vemos el efecto (que suponíamos letal) sino la consecuencia.
Las escenas de taberna y conversación con un Quevedo hastiado al que interpreta con tino Juan Echanove, la sordidez demoníaca en sus encuentros con el siciliano asesino y esgrimidor Gualterio Malatesta (Enrico Lo Verso), los razonamientos de guerra, vino y salario con sus soldados de fortuna (Dechent, Zahera, Eduard Fernández, Francesc Garrido…) o incluso sus apreciaciones literarias o pictóricas, sobre Lope, Góngora o el cuadro recién pintado de 'La rendición de Breda' o 'El aguador de Sevilla', hacen que este Alatriste, el del cine, traspase y nos lleve de la mano hasta esa porción de siglo de oro y también de barro y nos procure una justa disposición emocional (el estado de ánimo aludido) para vernos, tal cual, en lo que fuimos, en los dos siguientes versos del primer cuarteto quevediano «… de la carrera de la edad cansados, por quien caduca ya su valentía».
Casi redondo aún en sus abolladuras, este traslado de novela a pantalla tiene lo esencial, una visualidad acorde con los sentimientos que recoge en letra y una voluntad de encontrarse con el interior de los ojos del espectador. No hay engaño ni en lo que no se entiende ni se explica (algún motivo habrá para que Blanca Portillo sea el inquisidor ficticio Emilio Bocanegra). Ni tampoco lo hay en ese épico y quimérico final de la batalla de Rocroi, pero es el que se merece Alatriste y tal vez nuestra derretida memoria.
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