Crítica De:
'Los novios de Federico', de Pablo-Ignacio de Dalmases: Eros y Tánatos en García Lorca
Ensayo
Esta monografía se alza como el más amplio y sistemático recorrido por las aventuras sexuales y los profundos enamoramientos homoeróticos del genial poeta granadino
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Estamos ante un libro definitivo para derribar el pacto de silencio que durante largas décadas acalló la homosexualidad de Federico García Lorca, amordazada por prejuicios y el terror a las más variadas represalias. Tras diversas investigaciones contra esa grave omisión, realizadas, entre otros, ... por Agustín Peñón, Luis Antonio de Villena, Ian Gibson o Ángel Sahuquillo, la actual monografía se alza como el más amplio y sistemático recorrido por las aventuras sexuales y los profundos enamoramientos homoeróticos del genial poeta granadino.
Libre de convencionalismos, el escritor y periodista Pablo-Ignacio de Dalmases se remonta a la adolescencia del escritor para documentar el origen de su fuerte atracción por los fornidos muchachos del campo, su fijación por los gañanes de la vega granadina y su astucia para seducir en la ciudad a los jóvenes que le gustaban, ganándose así el modismo de 'pillamoscas'.
ENSAYO
'Los novios de Federico'

- Autor Pablo-Ignacio de Dalmases
- Editorial Cántico
- Páginas 324
- Precio 22,95 euros
Esta franqueza hace que el autor no tenga escrúpulos en describir con certera habilidad narrativa sus futuros desenfrenos con marineros en Brooklyn, orgías con negros en locales de Harlem o bacanales con mulatos en La Habana. Material en apariencia escandaloso, pero que, en realidad, desmonta la falsa idea de una supuesta frustración sexual de Lorca o de un imaginario sentimiento de culpa, cuando él mismo exaltó el amor homoerórico como aquel que reparte «coronas de alegría». A la vez, esa documentación evidencia que esta identidad sexual constituye un factor imprescindible para captar el significado auténtico de su vida y excepcional obra.
Sin el gran desengaño amoroso con Emilio Aladrén, sin el pulso con la sexualidad alambicada de Salvador Dalí, sin su relación con los poetas norteamericanos Hart Crane, o Philip Cummings en el Lago Eden, es imposible comprender el abandono lorquiano del localismo andaluz, la elaboración del fabuloso surrealismo de 'Poeta en Nueva York', o su salto a la creación dramática y su teoría del «teatro bajo la arena» formulada en 'El público'.
El escultor Emilio Aladrén Perojo encarna, según todos los testimonios, el gran amor de García Lorca, el mayor de toda su vida. El estudio de Dalmases nos lo muestra como un joven bisexual, ocho años más joven que Federico, artista mediocre, alcohólico y de existencia caótica, pero decidido a utilizar su capacidad de seducción con fines arribistas. Para él, el rendido poeta del 'Romancero gitano' no era más que una herramienta para darse a conocer y promocionarse en los círculos artísticos e intelectuales de la capital de España. Lorca, cegado por el enamoramiento, no supo detectar esta fría instrumentalización de la que era objeto, hasta que el propio Aladrén le abrió brutalmente los ojos al abandonarlo de forma repentina para casarse con la joven británica Eleanor Dove.
Sin esa franca aceptación de sí mismo, no se entendería su rebelión contra la moral tradicional en sus grandes tragedias
Las novelescas aventuras como espía de esta última quedan, como es obvio, fuera del libro. Pero no la terrible reacción del despechado amante, pues todo su entorno coincidió en señalar que Lorca se volvió loco. La angustia, la desesperación, el brote depresivo que experimentó, asustó tanto a las personas más próximas a Lorca que le indujeron a un largo viaje a Estados Unidos bajo el pretexto de que aprendiera inglés. Se trataba, en realidad, de poner tierra de por medio y de evitar males mayores irreversibles. Algo que se consiguió con creces.
El estímulo intelectual norteamericano, el descubrimiento asombrado del universo neoyorquino facilitaron que al fin Lorca fuese receptivo a las insistentes críticas de Salvador Dalí —uno de sus enamoramientos tan perpetuos como inconclusos— para dar por terminado su teatro simbolista, así como su poesía neopopularista, en la línea del 'Poema del cante jondo', para volcarse en otras estéticas mucho más osadas y experimentales que iniciaron caminos inéditos en nuestra literatura. La sexualidad y la pasión amorosa operaban como resortes decisivos para esta sorprendente transformación literaria.
El encuentro en Nueva York con el poeta Hart Crane tuvo un efecto liberador en Lorca, por más que las actitudes de ambos hacia su sexualidad ofreciesen un revelador contraste. Con Crane entró en contacto con el submundo gay de la Gran Manzana, con sus marineros y chicos negros. Pero la lírica de Crane surgida de largas noches de insomnio y alcohol revelaba un fondo torturado y una gran desdicha provocados por un oculto sentimiento de culpa. Algo decisivo en el desenlace de sus vidas, pues tras recibir una paliza a manos de unos marineros a los que se insinuó, Hart Crane puso fin a su existencia arrojándose a las aguas del Atlántico por la borda del barco en el que viajaba.
Ningún síntoma de autoinculpación similar se percibió jamás en Lorca, que vivía sin culpa ni autocensura, dentro de esa «corona de alegría» con que valoraba sus impulsos sentimentales. Su retiro, sosegado y tranquilo con Philip Cummings, a quien ya había conocido años antes en Madrid, marcaba, en efecto, una actitud positiva y sin remordimientos, que abriría paso a su reivindicación de lo homoerótico en su gran pieza teatral 'El público'.

Y sin esa franca aceptación de sí mismo, tampoco se entendería su inmensa rebelión contra la moral tradicional en sus grandes tragedias, 'Bodas de sangre', 'La casa de Bernarda Alba', 'Yerma', que, junto a piezas innovadoras, 'El público', 'Así que pasen cinco años', 'Comedia sin título'…, son hoy patrimonio universal.
La comprensión cabal de toda su formidable producción se malogra sin tener presente el singular 'eros' lorquiano. No olvida el estudioso indagar en la hipócrita ambigüedad de algunos de los amores de Lorca, como Enrique Amorim o Carlos Morla Lynch, embarcados en matrimonios que disfrazaban sus verdaderas inclinaciones, o casos como el de Rafael Rodríguez Rapún, tan seductor de muchachas como amante oculto.
En este contexto, la última sección del libro plantea quién fue el destinario de esa cima lírica que son los 'Sonetos del amor oscuro', que se disputan Rodríguez Rapún frente a Juan Ramírez de Lucas. Si la vida y la obra de Lorca se iluminan con plenitud desde esa condición homosexual, no sucede así con su muerte. Es moneda corriente atribuir su vil asesinato a esa sexualidad estigmatizada, pero Dalmases rescata una carta anónima tan reveladora como zafia, enviada a Luis Rosales, donde se proclamaba de forma taxativa: «No lo matamos por maricón, sino porque no era de los nuestros».
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