LO MODERNO
El cazador de leones
Un cuerpo en tensión, dispuesto a matar o morir, forjado en la palestra, en la guerra, en la caza. Un cuerpo útil. Y por eso, hermoso
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En una sala fría del Museo Arqueológico de Estambul, entre mármoles gastados y vitrinas que a duras penas conservan el testimonio de una memoria cada vez más débil, descansa el llamado sarcófago de Alejandro Magno. No es suyo, claro. Pero la historia, como la ... guerra, se nutre más de símbolos que de certezas. Y este pedazo de piedra blanca —labrado con una precisión que haría llorar al más seco de los oficiales— tiene algo que no se explica: se impone. Basta mirarlo para entender que hubo un tiempo en que los hombres eran otros. O creían serlo.
Entre las escenas que lo cubren —lanzas que atraviesan el aire con la misma violencia con la que luego el olvido las borra— hay una que me persigue desde que era una cría: la caza del león. Allí está Alejandro, joven y arrogante, midiendo su valor contra la bestia. Pero no es él quien me importa.
No, a mí me detuvo otro. Un guerrero desnudo, anónimo, tallado como si el escultor hubiera querido fijar en mármol no sólo un cuerpo, sino una forma de estar en el mundo. No era musculoso en el sentido idiota en que hoy se entiende eso; no estaba esculpido para agradar, sino para servir.
Lo vi por primera vez en un libro en blanco y negro, y me quedé fascinada. Sin nombre, sin historia, sin voz
Lo vi por primera vez en un libro en blanco y negro, una de esas ediciones viejas que ya nadie lee, y me quedé fascinada. Sin nombre, sin historia, sin voz. Solo un cuerpo en tensión, dispuesto a matar o morir sin necesidad de declararlo. Un cuerpo forjado en la palestra, en la guerra, en la caza. Un cuerpo útil. Y por eso, hermoso.
Desde entonces supe que, si un día tenía la suerte o la desgracia de cruzarme con un hombre así —uno de los que no necesitan hablar para hacerse entender— estaba condenada a amarlo para siempre, incluso cuando los años le pasaran por encima como una legión romana. Porque no se trata de un cuerpo, sino de lo que lo ha forjado: la dignidad, la fiereza, la valentía, el silencio.
Y si alguna vez, por esas cosas que a veces conceden los dioses o el azar, puedo traerlo aquí, hasta esta sala llena de turistas con auriculares y guías multilingües, lo tomaré de la mano y le diré: «Mírate. Ya eras ese cazador del león mucho antes de nacer».
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