Lejos de Ítaca
Fuego en las pestañas
Otras piedras no menos cargadas de significado agonizan en la penumbra de la desidia, maltratadas por aquellos que desprecian cuanto ignoran
LA INTRAHISTORIA DE LAS 24 HORAS MÁS TENSAS EN LA MACARENA: ¿LE HAN PUESTO PASTA DE MADERA EN LOS OJOS A LA VIRGEN?
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Iniciar sesiónA nadie escapa que en esta ciudad donde la tradición es espectáculo y la devoción parece patrimonio exclusivo de algunos, la restauración de unas pestañas puedan desatar incendios (metafóricos) en cada esquina. Bien está que a algunos nos importe lo que toca a la Esperanza Macarena. ... Al fin y al cabo, la memoria popular también habita en esos detalles; en la curva de una lágrima de cristal o en el espesor de una pestaña.
Pero mientras tanto, otras piedras no menos cargadas de significado agonizan en la penumbra de la desidia, maltratadas por aquellos que desprecian cuanto ignoran: el Mercado Puerta de la Carne, joya del racionalismo, pudriéndose durante décadas rodeado de promesas incumplidas y escombros invisibles para la mayoría. O los conventos dispersos por la ciudad, desmoronándose en silencio tras los muros que los turistas no ven, sostenidos apenas por la fe de unas cada vez más escasas vocaciones. No entran en la foto de Instagram y a nadie le importa ya qué son, ni qué fueron, ni para qué deberían seguir siendo.
El caso más amargo se encuentra, precisamente a escasos metros de la Basílica de la Macarena. Allí donde antaño la ciudad buscaba aire sano del norte para burlar la peste, donde un viejo hospital y una iglesia gótico-mudéjar resistían al peso de los siglos, hoy reina la ruina. El viejo Hospital de San Lázaro, uno de los más antiguos de Europa, sigue en pie por milagro y por terquedad de la piedra, mientras la Junta de Andalucía guarda un inventario de 21 piezas cuyo paradero no se acierta a precisar. Dos óleos barrocos, un crucificado atribuido a Roque Balduque, un Cáliz, un par de Niños Jesús… todos perdidos en un limbo burocrático donde la memoria desaparece junto con la responsabilidad.
Hubo un tiempo en que el que los viajeros ilustrados visitaban los cementerios para escuchar la ciudad dormida, para entenderla en su misterio. El de San Fernando sigue allí, pero quedan pocos para contemplarlo. Ahora la ciudad prefiere la postal al peso de la piedra, la lágrima al cimiento, el espectáculo al patrimonio que no ofrece aplausos.
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Así estamos: escandalizados por unas pestañas y ciegos para lo que de verdad debería escandalizarnos. Porque hay devociones que pesan y otras devociones que no importan a nadie. Quizás la Virgen Macarena nos quiera decir algo: que su nombre, Esperanza, es mucho más que un rostro repintado.
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