Así aplastó Alejandro Magno el imperio que dio origen a Irán
Persia, predecesora del país que desafía estos días a Estados Unidos e Israel, logró cautivar al gran conquistador en el siglo IV a. C.
Filipo de Macedonia, un grande vilipendiado a la sombra de Alejandro Magno
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Iniciar sesiónTres siglos y medio se extendió el imperio persa, el mayor que el mundo había conocido hasta la fecha. «Abarcó la fase final del poderío egipcio, la expansión romana, la grandeza griega... Todos se enfrentaron a ellos. No debemos ignorarlos hoy porque, en la antigüedad, ... nadie podía permitirse el privilegio de ignorarles», explica a ABC el Catedrático en Historia Antigua Lloyd Llewellyn-Jones, autor de 'Los persas. La era de los grandes reyes' (Ático de los libros). En su momento álgido abarcó los territorios de Irak, Azerbaiyán, Armenia, Afganistán, zonas del este de Turquía y Siria, parte de Pakistán, el Cáucaso, Asia Central y Arabia. Aunque su corazón siempre fue la misma Irán que, estos días, desafía a EE.UU. e Israel.
El Magno
Alejandro Magno no cometió el error de considerar a Persia un imperio menor. Poco después de suceder a su padre, Filipo II, en el trono de Macedonia, el que se convertiría en el conquistador más grande de la Antigüedad inició su campaña contra los aqueménidas en el 334 a. C. «Alejandro se dio cuenta de que este imperio era una superpotencia y de que, si quería conquistar el mundo, tenía que plantarle cara. No era una cultura que le resultara desconocida porque Macedonia había formado parte de él durante cien años», añade Llewellyn-Jones. Según narra el historiador Plutarco en 'Vidas paralelas', el ataque se produjo con ayuda de los ejércitos griegos; en total, «treinta mil hombres de infantería y cinco mil de caballería».
El gran conquistador del mundo antiguo se enfrentó a su enemigo, el rey Darío III, en tres batallas decisivas que condenaron al imperio persa: Gránico, Issos y Gaugamela. Se ha extendido que lo hizo sin dificultad, pero nada más lejos de la realidad. «Se ha dicho que los persas no contaban con una idea militar coherente, pero es falso. El ejército aqueménida era una apisonadora. Sí que es cierto que Alejandro aportó un nuevo estilo de lucha occidental basado en la falange de hoplitas y en la sarisa, una jabalina muy larga que impedía al enemigo acercarse, pero, a cambio, la columna vertebral de los persas era su caballería. Eran los mejores jinetes del mundo antiguo», añade el catedrático en historia.
Tiene sentido, ya que toda su cultura se basaba en el caballo. En otro tiempo, el aqueménida había sido un pueblo estepario y criador de jamelgos. El equino, de hecho, era un elemento central de su cultura. El ejemplo más claro es que Darío se definía como el mejor lancero, arquero y jinete de su pueblo. El porqué fueron derrotados hay que hallarlo en la traición de Darío III a sus principios. Según Llewellyn-Jones, el mandamás oriental «trató de adaptarse a las técnicas de su enemigo» cambiando las suyas. «No tuvo mucho éxito con ello. Eso le hizo perder», sostiene. Pero eso no significa que fuera aplastados por los macedonios, tan solo superados.
Desde el punto de vista persa, la derrota fue un golpe en muchos sentidos. Los aqueménidas entendían que el dios 'Ahura Mazda' les otorgaba grandeza y poder, y creían que el rey, también el líder religioso, era una suerte de delegado y que debía ser el representante de la verdad, la tolerancia y la bondad. Cualquiera que se alzara contra él era, por tanto, un mentiroso. «Así que, cuando Alejandro invadió Persia, fue visto como un monarca falaz y que no merecía respeto», añade el experto. Que un hombre así venciera supuso para ellos una verdadera humillación. «La sociedad era dual; estaba formada por personas con un orden cósmico dirigido a nivel divino», completa.
Con lo que no contaba el gran Alejandro es con que aquellas tierras que acababa de conquistar le iban a cautivar. Tras derrotar a Darío III, el macedonio empezó a vestirse con ropas persas e impuso en sus dominios costumbres típicas de la zona como la de prosternarse ante el rey. Esta última práctica le granjeó una infinidad de enemigos entre sus propios hombres, y es que su pueblo entendía que los monarcas no podían recibir un trato similar al que se ofrecía a los dioses. De poco le importó al Magno, que incluso llegó a contraer matrimonio con tres princesas aqueménidas para dar ejemplo a sus soldados y favorecer los matrimonios mixtos. Aunque Darío no le venció, si lo hizo su cultura.
Verdades y mentiras
Llewellyn-Jones está convencido de que, desde que nació, allá por el siglo VI a. C., el imperio persa se convirtió en el principal motor cultural de Asia gracias al despotismo ilustrado de sus dirigentes. También insiste en que, al margen de las mentiras que se han extendido, los aqueménidas eran tolerantes con los pueblos conquistados. «Las diferentes zonas que componían el imperio funcionaban con cierta autonomía a nivel social, pero respetando siempre las tradiciones persas. El gobierno de las satrapías, que eran entidades regionales, se apoyaban en miembros de las dinastías locales. Ellos ejercían el Gobierno como se había hecho antes de la conquista, pero rendían cuentas ante el sátrapa persa».
El ejemplo más claro, sostiene, fue la satrapía de Egipto, una de las más destacadas de su era. En ella, los persas se adaptaron al estilo de gobierno que habían extendido los faraones y, a la larga, la identificación con ellos fue completa. Para sus mandamases, el único requisito era que los pueblos conquistados aceptaran someterse a nivel económico. «Mientras pagaran impuestos y no se rebelaran, los invasores no iban más allá», añade el experto. Para favorecer esa unión se valieron de una lengua franca, el arameo; y esta abrió la comunicación sin desmerecer el resto de dialectos. En la práctica, este dialecto cohesionó los diferentes territorios.
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Manuel P. Villatoro
Otro tanto sucedía con la cultura. El persa, dice el experto, «era un imperio relativamente liberal que jamás impuso su cultura a otro pueblo, como si pasó con Roma o Gran Bretaña». Los aqueménidas toleraban a los pueblos conquistados mientras no se rebelaran y aceptaran su concepto máximo de verdad. «Para ellos, todo el pensamiento persa se basaba en dualidades. Estaba el bien y el mal; la mentira y la verdad. Había una lucha cósmica», completa. Y pone un ejemplo: el dios 'Ahura Mazda' había creado el mundo y, a su vez, al monarca para que lo gobernara. «Consideraban que, fuera de sus dominios, existía un caos que dios no quería, pero difícil de erradicar. Aunque tan real como esto era su rudeza a la hora de aplacar las revueltas», finaliza.
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