ARTE
Un festín de mal gusto
Madrid
La cursilería fue un rasgo distintivo de la sociedad española del siglo XIX. 'Elogio de lo cursi', exposición en CentroCentro, recoge sus manifestaciones culturales y sus supervivencias contemporáneas
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Iniciar sesiónAunque el mal gusto tiene diversos orígenes, suele localizarse donde el gran público está de acuerdo. El crítico de arte Clement Greenberg consolidó esta idea al contraponer, en un famoso artículo de 1939, el arte de vanguardia –en su función inventiva– al carácter imitativo ... del 'kitsch', una forma de producción industrial para el consumo de masas. Previamente, en la España del siglo XIX se había consolidado otra concepción del mal gusto relacionada con el ornato retórico y el vestuario fuera de tono.
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obre ello reflexiona 'Elogio de lo cursi', exposición comisariada por Sergio Rubira en CentroCentro que explora este apelativo a través de piezas procedentes, en su mayoría, de colecciones y museos madrileños: pinturas, grabados, libros, carteles, postales, muebles, fotos, abanicos o grupos escultóricos expresan –como crítica, documento o estética encarnada– la cursilería hispánica decimonónica, así como su alcance en las primeras décadas del siglo XX.
Intentos fallidos de sofisticación
La cita revela que lo cursi fue más que una preocupación excesiva por la apariencia. En su primera formulación subyacía el ansia de un cambio en el tradicional orden social, amparado por el desarrollo de la economía de mercado. Detrás de los intentos fallidos de sofisticación, generalmente próximos al ridículo, se encontraba una pequeña burguesía que, especialmente tras la revolución 'Gloriosa' de 1868, buscó aparentar lo que creía merecer, aunque fuera incapaz de hacerlo de forma satisfactoria.
Esta connotación dramática será aprovechada por Benito Pérez Galdós, presente en la exposición con primeras ediciones de algunas de sus novelas. Lo cursi modula sus célebres personajes de mujeres madrileñas de clase media que intentaban aparentar lo que su propia genealogía familiar no les permitía: en 'La desheredada' (1881), la pobre Isidora Rufete anhelaba una herencia rica y un título nobiliario; en 'La de Bringas' (1884), Rosalinda será descubierta mientras trepa en el escalafón social; en 'Miau' (1888), las hermanas solteronas se reconocen a sí mismas como fatalmente cursis y, afirman, «no hay fuerza humana que les quite el sello».
A medida que el siglo XIX avanzaba perderá vigencia la idea de lo cursi como reflejo de una aspiración aristocrática. Se mantendrá, sin embargo, su connotación estética acerca de lo anticuado, así como un fuerte vínculo con lo femenino, presente en los supuestos orígenes del término: el relato oral sobre las hermanas gaditanas Sicur, conocidas por copiar irrisoriamente la moda de París. El drama 'Doña Rosita la soltera' (1935) de García Lorca o, a partir de 1946, las sentimentaloides novelas rosas de Corín Tellado ejemplifican la pervivencia de este sesgo de género. Cuando se aplique al varón, se tratará por lo general de tipos débiles pues, como señaló Enrique Tierno Galván, lo cursi se forja en el imaginario social como una «feminización de lo burgués».
La cita también ilustra el auge de las tarjetas postales durante el cambio de siglo, unos objetos de escaso valor que fascinaron a surrealistas como Salvador Dalí, quien las usó para estudiar el pensamiento inconsciente popular y, también, como modelo de desafío estético al arte elevado. Donde el comisario centra especialmente su atención es en la inexcusable figura de Ramón Gómez de la Serna, con inefables piezas procedentes de su despacho, una cámara de maravillas de la modernidad cuya reconstrucción alberga el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid.
Esperanza de vitalidad
La visión ramoniana va a suponer un radical cambio de postura respecto a lo cursi: ya no es visto únicamente como un despropósito estético; también existe la posibilidad de entenderlo como una esperanza llena de vitalidad, capaz de otorgar un pálpito humano e íntimo a la mediocridad de la vida cotidiana: «Si lo cursi se aceptase y generalizase –llegó a expresar–, surgiría una humanidad buena, diligente y discreta».
En el libro 'La cultura de la cursilería: Mal gusto, clase y 'kitsch' en la España moderna', la hispanista Noël Valis señala que la actitud cursi persistió durante la dictadura debido a que la escasez material de la posguerra evidenció el abismo entre las apariencias y la realidad.
También, porque la ideología franquista se modeló sobre un código de conducta obsoleto. Esta afectación y preocupación por las apariencias serán redefinidas durante las primeras décadas de la democracia a través de la parodia, el pastiche e, incluso, el sincero homenaje.
'Elogio de lo cursi'
Cen troCentro. Madrid. Plaza de Cibeles, 1. Comisario: Sergio Rubira. Hasta el 8 de octubre
Aunque el escueto texto de sala apenas ofrece pistas al respecto, intuimos que la inclusión de los trabajos de Nazario y del colectivo Costus plantean la transformación de lo cursi en nuevo concepto estético, lo 'camp', particularmente afín al colectivo homosexual, y que será descrito por Susan Sontag como una actitud aristocrática y esnob frente a la cultura. Si lo cursi expresaba una excesiva concentración en la apariencia, y lo 'kitsch' era una mentira en relación con el arte 'elevado', lo 'camp' se va a deleitar, ya sin tapujos, en los placeres más vulgares de la cultura de masas.
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