CRítica De:
'Comandante', de Edoard de Angelis y Sandro Veronesi: la historia de un estúpido Don Quijote del mar
NARRATIVA
La valerosa figura del oficial italiano Salvatore Todaro, y su insólita acción durante la Segunda Guerra Mundial, es el centro absoluto de este libro
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Iniciar sesiónLa de Sandro Veronesi y Edoardo De Angelis, 'Comandante', es una historia inaudita y emocionante. Con muchas lecturas actuales y, tristemente, eternas. Como dirá el excelente autor, entre otras, de las novelas 'Caos calmo' y 'El colibrí' (ambas en Anagrama) Sandro Veronesi (Florencia, 1959) « ... el libro nació de una historia milagrosa, y las historias milagrosas han de contarse».
En el verano de 2018, como en todos los veranos, los viajes de emigrantes que huían de los campos de concentración libios se multiplicaron. Barcos llenos de gente desesperada —a menudo náufragos como los que protagonizarían la obra 'Comandante'— que llegaban a la isla de Lampedusa, a Sicilia, a Calabria.
NOVELA
'Comandante'
- Autores Edoardo de Angelis y Sandro Veronesi
- Editorial Anagrama
- Año 2024
- Páginas 188
- Precio 18,90 euros
Si bien este desastre humanitario provocaba en principio «un impulso solidario», con la acción de rescate de diversas oenegés, en el lado contrario, como dice Veronesi, se producían «las deyecciones morales más ruines, en forma de eslóganes y de feroz xenofobia que las redes sociales escupían hasta la saciedad: «¡Que les aproveche a los peces!», «Fin del crucero» y otros de igual naturaleza vergonzosa.
En aquella época, un Veronesi golpeado por los sucesos fundó un chat comprometido con el tema y uno de los primeros integrantes fue el director de cine y guionista Edoardo De Angelis (Nápoles, 1978). Un enlace publicado les llamó enseguida la atención: se trataba de las declaraciones de un almirante, a la sazón comandante de la guardia costera. En ellas, afirmaba que, aunque cumplía con el deber de acatar las órdenes del gobierno, prohibiendo a los patrulleros rescatar náufragos en el mar de Libia, también creía que «salvar vidas en el mar es una obligación legal y moral». Y recordaba la grandeza de un acto insólito protagonizado por un oficial italiano, Salvatore Todaro, durante la Segunda Guerra Mundial, centro absoluto del maravilloso libro escrito a la par por Veronesi y De Angelis, que luego sería llevado al cine.
Llevó a cabo una admirable acción de generosidad, y a la vez de heroísmo, sin pensar en las consecuencias
Esa figura valerosa que atraviesa con su ejemplo tiempos y guerras siempre en curso, llevó a cabo en plena contienda una admirable acción de generosidad, y a la vez de heroísmo, sin pensar en las consecuencias, al salvar a soldados enemigos náufragos de una muerte segura en el mar. El 28 de septiembre de 1940, el submarino Cappellini, de la armada fascista italiana, al mando de Salvatore Todaro, había partido del puerto de La Spezia, rumbo al Atlántico, vía Gibraltar. En el camino hundió al Kabalo, un buque belga, perteneciente a un país entonces supuestamente neutral, que cargaba sin embargo con armamento británico. Enseguida, Todaro no dudó en el rescate de la tripulación sobreviviente, perdida en las aguas del océano. El propio almirante alemán Karl Dömitz, aliado entonces al régimen de Mussolini, se lo había prohibido, llamándolo con desprecio «estúpido Don Quijote del mar».
No toda la tripulación del submarino («unos chavales que se pelean a toballazos y en uno segundos se convierten en una máquina de matar») entendieron la decisión de su comandante, aún así la acataron. Tampoco lo entendió el comandante de un convoy inglés con el que se cruzaron y al que Todaro le pidió que no disparara, que firmaran una especie de 'armisticio' momentáneo ya que transportaba en el submarino marineros rescatados. Inconmovible, contra viento y marea, Todaro, que herido de otras batallas llevaba una dura coraza de acero en su pecho, siempre defendió enérgicamente su decisión: «Somos marinos italianos con dos mil años de civilización a las espaldas y debemos hacer estas cosas. Estamos en guerra sí, pero también estamos en el mar. Y el mar tiene sus leyes, como las tiene el ser humano, esté o no esté en guerra.
Un noble y bello gesto que simboliza lo mejor de los valores humanos de cualquier época, por encima de guerras y matanzas, que debería inspirar, sin duda, a las nuevas, y no tan nuevas, generaciones de la Europa actual.
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