Agnieszka Holland: «A la gente le da miedo la libertad porque es peligrosa y representa un auténtico desafío»
La cineasta polaca, directora de «Europa, Europa», pasó por España para presetar «In Darkness», su tercera incursión en el Holocausto y sus consecuencias
ALFONSO ARMADA
Agnieszka Holland (Varsovia, 1948), la cineasta polaca más reconocida en el mundo, pasó recientemente por Barcelona y Madrid para presentar su útlima película «In Darkness», tercera de sus incursiones en el Holocausto y la Europa de los años treinta y cuarenta, y que relata ... la peripecia de un grupo de judíos que escapan del gueto de Lwow y se esconden en las alcantarillas. Curiosamente, lo hizo unos días después de que Sally Perel presentara en la Feria del Libro sus memorias, «Tú tienes que vivir», cuya historia sirvió a Holland para rodar «Europa, Europa», el filme que le ha dado más fama y prestigio. Directora y guionista de cine y televisión, hija de padre judío y madre católica, formó parte de la nueva ola del cine polaco. Hablamos en el jardín de Casa Sefarad, con el rumor leve del tráfico tras las tapias, el verde rozagante de la hierba y algún pájaro que parece querer intervernir en la conversación. Piensa cada respuesta eligiendo cuidadosamente las palabras. Se toma su tiempo para responder. Consigue que el interlocutor se sienta cómodo, pare el reloj, escuche: no solo lo que ella tenga que decir sino el rumor de la ciudad en este oasis junto a la calle Mayor de Madrid, casi paredaño con el antiguo y modesto ayuntamiento, anterior a los delirios de grandeza de Alberto Ruiz-Gallardón, que lo trasladó a la plaza de Cibeles. Dice que a la gente en realidad «le da miedo la libertad porque es peligrosa y representa un auténtico desafío».
—¿Qué es «In Darkness», en relación con toda su filmografía?
—Me resulta muy difícil para mí hablar de mis películas , extaerlas del mapa de mis otras películas. Pero... es la tercera de mis películas relacionada con el Holocausto, y es otro capítulo. Es una historia distinta, de otro tipo, supone otro desafío. Lo que yo quería era recrear una experiencia, quería que la audiencia, el público, experimentara lo más intensamente posible lo mismo que mis personajes en esa época, que se pudiera adentrar en la complejidad de su psicología, y el horror de su destino, pero de una manera extremadamente cercana a la gente. En ese sentido, esta película que está más cerca de mi primer trabajo sobre el Holocausto, «Angry Harvest», que «Europa, Europa», que fue más experimental, en la que me permití jugar más abiertamente con el estilo. «In Darkness» es mucho más directa.
—Desde la caverna de Platón, muchos directores de cine , poetas, dramaturgos y escritores han utilizado el mismo modelo para describir el mundo, realidad y sueño, vida y muerte, piel y vida interior, verdad y mentira. ¿Hay algo de eso en esta película?
El bien y el mal, una división que tiene como escenario el alma —En cierto modo sí, de hecho trata de responder a las grandes preguntas de la humanidad, el bien y el mal, una división que tiene como escenario el alma del hombre, las decisiones imposibles, los estereotipos, los desafíos de la solidaridad. Las grandes preguntas que hemos tenido que responder como seres humanos a lo largo del último siglo.
—Pero la idea de que la imagen que tenemos de la realdidad no son más que sombras proyectadas contra un muro, que resulta muy difícil hacerse una idea del mundo en su integridad, porque solo tenemos una proyección, como en la caverna platónica... No sé si se puede establecer en su película algún paralelismo con «Underground», la película de Emir Kusturica...
Yo trato de averiguar las razones para no suicidarte—Es muy diferente. A Kusturica le divierte el absurdo del comportamiento humano, mientras que yo trato de averiguar las razones para no suicidarte porque aunque estés en el fondo del infierno siempre puedes encontrar algunas mínimas migajas de bondad.
—Marx solía decir que la experiencia es la madre de la conciencia. ¿Es lo que pasa con Socha [personaje clave de «In Sarkness», empleado de las alcantarillas de Lwow, que a cambio de dinero acepta esconder a un grupo de judíos escapados del gueto]?
Me he vuelto bastante pesimista acerca de la naturaleza humana—Yo creo que si de veras conoces a alguien, si consigues salir de tu propia escafandra y de tu propio ego, cuando logras -gracias a la experiencia directa- romper los estereotipos, cuando te quedas desnudo y puedes ver a los otros, desnudos también ante ti, en ese momento tú puedes de verdad comprender al otro, aprender algo y conectar. Pero necesitas empeñarte de verdad. Yo me he vuelto bastante pesimista acerca de la naturaleza humana. Creo que la gente en general no es buena, es más fácil hacer el mal que hacer el bien. Creo que la gente es perezosa, en realidad no le gusta la libertad, porque la libertad es peligrosa y representa un auténtico desafío para ellos. Son conformistas, prefieren no tomar decisiones que impliquen algún riesgo, perfieren esconderse en la movimientos de masas, o religiosos, o tribales, o familiares. Si de verdad aprecias la libertad tienes que estar dispuesto a luchar por ella sobre otras bases. Dicho todo eso, mi obligación personal es tratar de conseguir algo y sobre todo tratar de tocar el corazón de la gente contándoles lo que yo considero que es importante.
—¿Y además como polaca sabe muy bien cuál es el precio de la libertad y el precio de conseguir lo que deseas?
Los polacos son mejores luchando por la libertad que ejerciéndola—Los polacos son muy buenos luchando por la libertad, pero no tan buenos a la hora de practicarla. El mejor estado que hemos tenido era el estado subterráneo [el de la resistencia frente a los nazis]. Los mejores movimientos y acciones de los polacos siempre surgieron en momentos de opresión. Es mucho más difícil practicar la tolerancia y la libertad todos los días, aceptar la libertad de los demás.
—Socha es un ladrón, religioso e inmoral al mismo tiempo, un verdadero ser humano con muhas contradicciones.
—Socha es un tipo pintoresco, y al mismo tiempo una persona mediocre. Pero la experiencia a la que se enfrenta, que al principio piensa que le hará perder lo poco que tiene, cambia por completo su alma. Despierta en él su humanidad, algo que él mismo no sospechaba que albergara en su interior. Algo que al principio no le hace precisamente feliz. Es un hombre simple, pero con un carácter complejo, como la mayoría de nosotros, por otra parte.
—El gueto de Lwow está en el corazón de esta película, como el de Lozd en «Europa, Europa», inspirada en la historia de Sally Perel. ¿Forman parte de su propia expiación o investigación del pasado?
La experiencia del gueto es más absurda que la del campo de concentración—La experiencia del gueto es todavía más absurda que la experiencia del campo de concentración. El campo de concentración es como una prisión, una forma de vida antinatural. La vida es interrumpida por el encarcelamiento. El gueto, aun en el caso de que esté rodeado por muros (de hecho, en el caso de Lwow, durante un año ni siquiera había muros, y a pesar de eso la gente no escapaba). Dentro del gueto tú pudes vivir una vida normal: las familias viven juntas, la gente se enferma y muere, incluso tienes cafés y cabarets en los que la gente se entretiene. Pero es precisamente esta apariencia de normalidad lo que vuelve todo mucho más absurdo. La crueldad y el absurdo de toda esa realidad se incrementa además por la pretensión de normalidad. Para mí es una suerte de misterio la vida en el gueto. Pero los héroes de mi película huyen del gueto y se esconden en una pequeña cavidad en las alcantarillas, y la apariencia de vida normal se muestran también en medio de estas condiciones infernales, y a pesar de todo son capaces de amar, hacer el amor, comer, educar a sus hijos, luchar, pelearse... Forma parte del misterio de la condición humana, que somos capaces de vivir incluso en el fondo del infierno. No sé si forma parte de la fuerza o de la debilidad de la gente, depende de lo que eres capaz de soportar y de cómo reaccionas ante condiciones extremadamente desfavorables.
—Sus orígenes son católicos y judíos, ¿como compagina ambas tradiciones en su vida y en su arte?
—Bueno, es cierto que provengo de esa tradición, pero mi educación no fue ni católica ni judía, fue completamente atea. Por eso tuve que encontrar la manera de conectar esos legados leyendo, estudiando y hablando con la gente, viendo películas, para averiguar cómo los judíos han sido tan consecuentes a la hora de preservar su judaísmo, cómo los polacos fueron capaces de conservar su identidad nacional a pesar de haber vivido siglo y medio sin un Estado propio, y desde luego muy difícil de hacerlo universal. Siempre he querido comunicar a los demás algo que es lo importante de mi propio legado, de transmitirlo al mundo, si se me permite la licencia de decir algo así. Por eso siempre he buscado historias que fueran al mismo tiempo lo bastante específicas y al mismo tiempo universales, que puedan atravesar fronteras.
—¿Después de todo lo visto y experimentado, se ha convertido usted en una persona religiosa o con sentimientos espirituales?
—Algunas veces siento que tengo sentimientos que se podrían considerar espirituales.
—¿Pero piensa en una vida más allá de la muerte?
—No, no es algo que me preocupe.
—¿O tiene miedo de la muerte?
No tengo miedo a la muerte. Tal vez sea por falta de imaginación—No. Creo que no. Tal vez sea falta de imaginación, tal vez la idea de que el presente sea lo más importante para mí, y el presente para mí contiene también el pasado. Porque para mí el pasado está muy presente en el presente.
—Como solía decir el novelista William Faulkner, «el pasado nunca se muere, ni siquiera es pasado». ¿Qué ha aprendido de cineastas como Andrzej Wajda o Krysztof Kieslowski?
—Wajda fue de alguna manera mi mentor, y también el productor de mi primera película, y a través de él aprendí mucho acerca de la capacidad de sentir al público, sintonizar con el tiempo del público, la temperatura del tiempo. Él siempre tuvo una conexión muy estrecha con Polonia, también a través del teatro, como director de escena. Pero el cine era su verdadero lenguaje. En el caso de Kieslowski se trata no solo de un buen amigo, de hecho mi mejor amigo, por lo que con él la relación fue más igualiataria, sobre todo a la hora de intercambiar ideas, preguntas y conocimientos. Con él se puede decir que fue una paradoja, porque a él le fue imposible vivir fuera de Polonia. Solo habla polaco, por lo que tenía que traducirse a sí mismo a través de las historias, que por otra parte son universales. De alguna forma sentía como si se perdiera a sí mismo en esa traducción, y eso le creó cierta infelicidad. A medida que se hacía más y más famoso se volvía más y más infeliz.
—¿Qué clase de cineasta es usted?
Soy más inclusiva que exclusiva. Me interesa atraer—Creo que siempre trato de ser honesta, incluso cuando ruedo historias que no son mías propias. Trato de dejar huella en lo que creo que es interesante o importante. Me atraen muchas realidades diferentes y muchos estilos. Se podría decir que soy más inclusiva que exclusiva, me interesa atraer, no expulsar.
—¿Una de las cosas más importantes para usted es ser comprendida?
—Sí, así es.
—¿Y cómo de difícil fue trasladar a una película -«Europa, Europa»- la historia de Sally Perel («Tú tienes que vivir»)?
—Nos vimos en dos ocasiones y hablamos, pero hay que tener en cuenta que el libro fue escrito después de la película, en realidad, mientras yo rodaba el filme. Cuando escribí el guión su libro todavía no existía. Hasta encontes no era más que una historia oral. Yo le hacía muchas preguntas y él me respondía. Tengo que decir que durante todo el tiempo él fue muy honesto. Mucha gente de su generación, y sobre todo de esta parte del mundo, de esta parte de Europa, tiene mucho que ocultar, y un gran sentimiento de culpa, sobre todo los supervivientes.
—Como Primo Levi trató de explicar.
La mayor parte de la gente suele embellecer su pasado—Y puedes sentirlo. Para sobrevivir en ocasiones tienes que hacer, al menos, concesiones, y a veces cosas peores que concesiones, y también tomar decisiones políticas. Por ejemplo, mis propios padres, que fueron comunistas por muy nobles razones. Pero al mismo tiempo los comunistas fueron responsables de la suerte de millones de personas. La mayor parte de la gente suele tratar de adornar su pasado, o de olvidarlo o de embellecerlo. O caen en la mitología o mienten. Y Sally era una persona sencilla, no era un artista, ni un filósofo, ni un intelectual. Él no quería mentir. Él era el primer sorprendido ante el curso que siguió su propio destino, las elecciones que fue tomando, que quería explorar su propia vida hasta las últimas consecuencias. Por eso se hacía grandes preguntas, y no mentía a la hora de responderlas. Es por eso que le admiro tanto, y por eso traté de recrear su personalidad en la película de la misma manera, sin tratar de justificarle o de acusarle, tratar siemplemente de relatar esta especie de cuento filosófico, como «Cándido», tratando de mostrar el absurdo de la época que le tocó vivir. Y hacerse las preguntas pertinentes: si éramos juguetes en las manos de la historia o de Dios, o si éramos responsables de nuestra suerte. Y esta historia es muy útil para plantear estas preguntas.
—¿Sigue siendo el cine el mejor medio que conoce para contarle a la gente lo que quiere?
—Para mí, sí. Lo que ocurre es que cada vez resulta más complicado hacer películas que sean complejas. Es difícil encontrar productores que de verdad se apasionen por este tipo de historias, por no hablar de las grandes productoras de Estados Unidos que están en manos de grandes corporaciones.
—¿Más comercio que arte?
Las audiencias se han vuelto mucho más perezosas—Sí, pero es que además las audiencias se han vuelto mucho más perezosas. Pero las cosas cambian de vez en cuando, y te surge la oportunidad de rodar una película sobre el sentido de la vida, de una forma diferente. Depende de la marcha del mundo, y el mundo parece que se encuentra ahora en medio de una transición, y quién sabe qué ocurrirá.
—Fe, historia y política están muy presentes en su cine. ¿Qué piensa de películas como «Ida» y la posibilidad de rodar en Polonia?
—«Ida» es una preciosa película, y de alguna forma es un pequeño milagro, porque su director, Pawel Pawlikowski, un buen amigo, que dejó Polonia a los 14 años, es su primera película rodada en su país natal, y consiguió hacer algo que ha tenido resonancia mundial, tanto desde el punto de vista de la crítica como del público. Sin embargo, también ha sido objeto de críticas en algunos sectores dentro de Polonia, y curiosamente no entre antisemitas sino intelectuales judíos, de una manera harto injusta, a mi juicio. Me ha vuelto a demostrar lo doloroso que resulta remover algunos recuerdos e historias. Ha habido varias películas recientes sobre estos asuntos en Polonia. No la historia de la novicia que va a hacer los votos, sino del descubrimiento de los restos de judíos asesinados, que está basado en un documental, y que dio lugar a películas como «Aftermath», de Wladyslaw Pasikowski, que acusa a polacos de haber tomado parte en el Holocausto, e «Ida», que es más complejo y ambiguo. Algunos críticios han señalado que la película de Pawlikowski es demasiado bonita y estética, de tal forma que tú puedes rellenar la historia con tus propios pensamientos. Pero a mí no me dio esa impresión, yo creo que está muy equilibrada.
—¿Quién es Agniesza Holland?
—¿Cómo soy?
—¿No, quién es usted?
—¿Quién soy yo?
—Si tiene la respuesta...
Soy muchas cosas al mismo tiempo—Soy un ser humano, eso sin duda. [Duda] Soy una mujer..., soy madre.... soy directora de cine..., soy europea..., soy polaca..., soy judía... Soy muchas cosas al mismo tiempo. No me puedo definir como una sola cosa. La etiqueta de ser humano es la que mejor me define.
Agnieszka Holland: «A la gente le da miedo la libertad porque es peligrosa y representa un auténtico desafío»
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete