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Los guardianes del español en América resisten a Trump y al eje bolivariano

El congreso de Asale en Sevilla reúne a todos los rostros y acentos del idioma español, desde Filipinas y Guinea a España, de Tierra de Fuego a Estados Unidos

Primera jornada del congreso de la Asociacion de Academias de la Lengua Española (Asale) en Sevilla Raúl Doblado
Jesús García Calero

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La reunión de la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale) marcará un hito en Sevilla porque, por primera vez, aparte de los arduos trabajos lingüísticos, la reunión tiene mucho de fiesta cultural, de plática del mutuo conocimiento. Hay propuestas y debates que ya pugnan en el centro de una ciudad tomado por decenas de académicos de las mil caras del español en el mundo. Un atlas de acentos andinos, porteños, caribeños, andaluces; hijos tanto de la selva como de la mesta que lucen colores de piel distintos que no refutan la primordial unidad que flota en el ambiente como el sonido de las campanas de Sevilla, que aún se percibe por encima de casi todas las preocupaciones mundanas.

La primera es una pregunta: ¿Existe una literatura panhispánica? Varios escritores debaten. Carme Riera afirmó que la poesía ha trazado ese continente hablado, con las percusiones de Rubén Darío, Huidobro o Neruda en la literatura de la madre patria. Luisa Valenzuela reivindica que el español es una Matria, más bien, y que todos nosotros tenemos varios padres, de ahí las diferencias, que dan gusto.

Pero la lengua ya no se queda cerca del paladar, ni la Academia la aquieta, sino que va a la calle y a las redes, donde nacen nuevas formas, nuevas identidades, incluso las sexuales, tan dadas a las letras (del LGTBI...) como las sillas de la RAE, y que Valenzuela reivindicó como un manantial de géneros literarios: «Porque todos somos gerundios», lengua simultánea y en marcha. Fernando Iwasaki , por su parte, añadió a la Babel del habla los genes literarios de Vallejo, Octavio Paz y Borges para acabar el retrato imposible de lo panhispánico y afirmó que los epicentros no se limitan a la Barcelona del Boom, porque antes estuvieron el San Juan y el México del Exilio y el Madrid del inicio del siglo XX, que Cansinos retratara. Leopoldo Padura fijó en el Inca Garcilaso el primer autor panhispánico con todas sus contradicciones étnicas, culturales y geográficas. El Inca que sí fue –no como Shakespeare– el que murió el mismo día que don Miguel de Cervantes. Por si faltaba una señal mestiza (fa)miliar.

A Sevilla volvían los galeones con la lengua y el timón trenzados en nuevos ecos indígenas en cada viaje y hoy las Academias han construido un castillo en el aire que vela por el habla de todos. Incluso en días revueltos como los que viven en algunos países como Venezuela, Bolivia... y muchos más. Las Academias han vivido ya antes dificultades, revoluciones y guerras, tiempos indescriptibles, sin faltar jamás a su palabra exacta. Han tenido fe en su papel y en la lengua decantada que brilla y les da esplendor. Y lo hacen todavía.

ABC reúne a académicos de diferentes latitudes a la salida del debate y pone la oreja para que los lectores escuchen. El Diccionario ya no es de la RAE. ¿Lo habían notado? Desde la vigésima tercera edición pertenece a las 23 Academias de la Lengua que cooperan con la Española. Desde entonces, todas trabajan en grupo para dar el Panhispánico de Dudas o la Gramática. Ahora trabajan en la vigésima cuarta edición, fraseologías y otras obras necesarias.

La académica boliviana que trabaja en el Diccionario se llama España. España Villegas , todo un augurio para un país que vive una situación complicada. «Tenemos 44 académicos, pero muy pocos son lingüistas, ahora estamos entrando una nueva generación», dice. «No tenemos apoyo del gobierno, como pasa en Cuba y otros países de signo socialista, y por eso decidimos tener un perfil bajo para no entrar en conflicto y que intenten cerrarla o controlarla». Le señalamos que es paradójico ese perfil bajo en uno de los países más altos de la Tierra y España Villegas sonríe. Porque, a pesar de ello trabajan y mucho. «Cada uno tiene su trabajo en la Universidad, pero asume la parte que le toca». Un diccionario fraseológico propio, una base de datos del castellano del XVI en Bolivia para sentar los cimientos de las variantes propias, un proyecto del contacto del español con el aimara, quechua y guaraní que se traduce en cruces gramaticales exactos. ¿Como cuáles? «El pluscuamperfecto que aquí llaman espurio, porque no es pretérito, es un calco de cómo hablan los indios, si dicen por ejemplo: “se había caído el jarrón” cuando se acaba de caer». El director de la Academia Boliviana, José G. Mendoza , lo corrobora y añade el proyecto para la enseñanza de la lengua y la introducción de la literatura española en las escuelas.

En Venezuela, misma órbita, problemas parejos. Horacio Biord habla del prestigio social de las Academias que hoy está marcado por la polarización: «Depende del lado que hable, te dan el prestigio o te lo quitan. El Estado daba ayudas y ahora mucho menos. Pero la posición de la Academia no es excluyente del español, también tratamos las lenguas indígenas». Biord cree que «hay que sumar el ámbito del portugués y jugar la baza del paniberismo, una comunidad de más de 700 millones de hablantes». Venezolano es el secretario general de Asale, Francisco Javier Pérez , que vela por el éxito de este encuentro y engrasa la maquinaria de esta babel trasatlántica que produce diccionarios, gramáticas y obras como nunca jamás ha habido. Un trabajo ímprobo para más de 500 millones de hablantes.

Y en Norteamérica, ¿qué pasa con el español en tiempos de Trump? Porfirio Rodríguez , de Nueva Jersey saca músculo: «La delegación norteamericana es de 21 académicos, la mayor tras la RAE, y merece una gran voz porque representa a 59 millones de hablantes. En 2018, según el censo, la comunidad creció en 1,2 millones de hispanohablantes más». Reconoce que cuando Trump eliminó la versión en español de web de la Casa Blanca protestaron. «Pero no puede ganar, en EE.UU. crecen exponencialmente los programas duales con el español».

Tina Caja , de la Universidad de Vermont, especialista en cuestiones de feminismo y género, reinvindica un giro copernicano en los discursos: «Siempre oímos los mismos nombres, Neruda y los demás, y falta una reivindicación de las grandes autoras como Gabriela Mistral u Olga Orozco. Echo en falta también debates sobre la interacción tecnológica, la literatura electrónica y el lenguaje inclusivo». Es la más vehemente en el debate y pide incluso tratar entre las Academias el uso de la «e» para género neutro («ni chica ni chico, chique»), panispánicamente. «En Argentina se usa cada vez más», añade. Y esa «e» tal vez sea la letra que colma el vaso de la Academia, aunque se nos trabe la lengua porque ha tenido tan pocas mujeres en tres siglos.

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