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por carreteras secundarias

Todo viaje termina, y es bueno que así sea

Todo viaje toca a su fin, y es bueno que así sea. Será un descanso para todos: para los viajeros, los hipotéticos lectores o los compañeros que tenían cada día que emplatar o maquetar

corina arranz

alfonso armada

Todo viaje toca a su fin, y es bueno que así sea. Será un descanso para todos: para los viajeros, los hipotéticos lectores, los compañeros que tenían cada día que emplatar (así, con ese lenguaje de orfebre, se hace en la web con cada artículo y sus imágenes) o maquetar (en el papel, ese periódico delgado que navega los secarrales de agosto y al que todos los augures vaticinan una muerte a medio plazo). La mera idea de la eternidad –sea en forma de vida, sueño, viaje, amor, contemplación o pedagogía- me produce una indecible fatiga. Mejor acabar, y hacerlo con elegancia. Cierto que salvo los fanáticos que esperan una recompensa o los suicidas que quieren dejarle un recuerdo imborrable a los que culpar de su aniquilación nadie quiere morirse, y aplazamos la cita con lo ineluctable todo lo que podemos, porque el horror al vacío (a que haya desaparecido el ascensor y nos trague su hueco, a que la noche de antracita nos abduzca y no despertemos nunca más) es una psicosis compartida. El horror vacui nos hace humanos. Como las carreteras secundarias.

Se trata de una tesis que no tiene la menor vocación científica, y elaborada (es una forma de hablar: todo empieza a ser una forma de hablar) por alguien que no sabe conducir. Es decir: el colmo de la desfachatez. A mí lo que más me gusta en realidad es que me lleven, a ser posible un tren, un barco, un burro, un coche. Ah, y andar. Me gusta llevarme, andar, pararme a ver cómo el viento agita un junco o cómo las hormigas (véase el episodio de Pajares de Lampreana: El camino de las avutardas) llevan de una orilla a otra del camino sus óvulos. Pero volvamos a la peregrina tesis: las carreteras secundarias se convirtieron en tales cuando un golpe de mano de los ingenieros de caminos, canales y puertos aliados con los ministros de obras públicas y los subsecretarios de tráfico y señales terrestres y marítimas decidió que para que un país como este o cualquier otro de su misma índole progresara eran necesarias vías no rápidas, sino rapidísimas, que conectaran el sur con el norte, el este con el oeste, y cuadrantes adyacentes, con rutas asfaltadas en al menos dos direcciones, y con múltiples carriles, para que por ellos circularan más y más vehículos, de tal modo que la industria del automóvil tuviera la posibilidad de mejorar la balanza de pagos, incrementar los beneficios del sector, convenciera a la gente de que tener un coche que le lleve a donde quiera es la forma más segura de confirmar que has tenido éxito en la vida, que es una forma protestante y calvinista que ha atravesado la barrera de prejuicios de las otras religiones: tener éxito quiere decir que Dios está de tu parte.

Eso ha de acompañarse de un sitio donde trabajar y al que ir a ser posible en tu flamante coche. Y además disponer de otro lugar al que viajar raudo y veloz al menos una vez al año, pero mejor dos o tres veces al año, a ser posible de vacaciones del trabajo que financia el tinglado general de empaque, para que el coche mejore su rendimiento, tengas la sensación de que llegas a donde quieres llegar y hagas el gasto correspondiente para que el dinero cambie de manos, la economía tenga algo a lo que agarrarse y los recaudadores de impuestos algo que recaudar. Es evidente que eso produce un beneficio generalizado. Los dueños de los hoteles que están en el lugar donde los dueños de los coches creen que quiere ir se anuncian en los periódicos: y eso es bueno para los clientes, para los hoteleros, para los bármanes, para las camareras de los hoteles, para los dueños de los periódicos y para los que trabajamos en los periódicos.

Los dueños de las empresas que fabrican los coches animan a los que todavía no se han convertido en conductores a que lo hagan. A lo largo de la ruta se montan centros de avituallamiento, moteles, restaurantes, cafés y puticlubs para atender a los viajeros que hacen esas rutas que tanto bien hacen a un país que quiere ser y para serlo ha de tener una red viaria impecable, de muchos carriles, autopistas de peaje y autovías que se pagan por otras vías. A eso hay que añadir toda la industria de los carburantes, refinerías, grandes barcos (léase aquí petroleros) que transportan los combustibles que hacen funcionar la macroeconomía de un gran país, amén de diplomáticos, ministros de energía, generales, tropa bastante y el resto de los oficios que son necesarios para que un estado moderno prospere, se haga respetar, tenga crédito internacional y todos podamos ser moderadamente felices a bordo de nuestro automóvil lanzado a toda velocidad entre este punto aquí y aquel punto allá. Y si además adornamos el aquí y el allá con una buena industria del ladrillo que multiplique exponencialmente la riqueza, miel sobre hojuelas.

Pues bien, las carreteras secundarias son todo lo contrario. Por las carreteras secundarias es muy fácil perderse, desviarse de la ruta prevista, acabar donde no se sabía que en realidad se quería ir, descubrir un bosque de cipreses que fueron capaces de resistir un fuego que les atacaba por los cuatro costados (véase la historia de los cipreses de Jérica ) o un cafecito de malamuerte en una carretera perdida entre Badajoz y Huelva (es decir, Cumbres Mayores ), donde en el bar María Antonia la que da el nombre al local te hace unos churros de harina o de patata de no olvidar y de decir gracias a Dios que todavía no estamos perdidos del todo (véase el episodio de Moguer : ¿Qué piensan los poetas españoles de hoy?).

corina arranz

Este viaje tuvo dos partes y terminó ayer. El viajero tiene ideas políticas, prejuicios, querencias, debilidades, comete errores, no se fija en todo, no agota los temas, aunque le gusta preguntar, saber, contarlo todo. Pero a la hora de escribir , es decir, a la hora de ser honesto, al viajero le gusta citar siempre una frase de Arcadi Espada a cuenta de la objetividad . Para el periodista y profesor que vive y trabaja en Cataluña la objetividad “ es la posibilidad de dar cuenta de los hechos al margen de las creencias” . El cronista no solo cree que sea eso posible, sino justo y necesario, y es lo que ha intentado hacer, entre otras cosas, en las dos series de Por carreteras secundarias que terminaron ayer. A partir de una hipótesis acaso perogrullesca (de que hay una España real que vive sus afanes al margen de los mentideros capitalinos y el ruido que hacen los grandes medios de comunicación al guisar la actualidad, donde tanto pesan la política, la economía, y el fútbol) y una regla de juego (la de intentar siempre que fuera posible circular por carreteras secundarias, evitar las autovías y las autopistas), iniciamos el viaje el 18 de julio del año pasado en Madrid. Aunque el mapa que habíamos trazado daba holgadamente la vuelta a España, el viaje terminó abruptamente por razones de intendencia en Parada do Courel , provincia de Lugo , el 13 de agosto. Durante el verano pasado visitamos pueblos de Madrid (Puebla de la Sierra), Guadalajara (Campillo de Ranas, Tamajón y Trillo), Cuenca (Beteta y Tragacete), Teruel (Rubielos de Mora), Tarragona (Mora del Ebro y Miravet), Lérida (Baronía de Sant Oïsme y Aramunt), Huesca (Hecho), Navarra (Elgorriaga), La Rioja (Badarán y San Millán de la Cogolla), Palencia (Ampudia, Torremormojón y Alar del Rey), Santander (Fontibre, Rubalcaba y Comillas), Asturias (Pola de Laviana y San Pedro de la Ribera), Orense (Nogueira de Ramuín) y la citada Lugo . Nos quedaba media España por cubrir. La segunda salida arrancó el pasado 2 de agosto en Tui , provincia de Pontevedra , y durante todo este mes hemos pasado por localidades de Orense (Celanova), Zamora (Doney de la Requejada y Pajares de la Lampreana), León (Peñalba de Santiago, Santa Cruz del Sil, Villablino, Torre de Babia y Buiza) Salamanca (Aldeadávila de la Ribera y Poblado del Salto de Saucelle), Cáceres (Alcuéscar), Badajoz (Palomas, Valle de la Serena, Barcarrota, Valencia de las Torres y Segura de León), Huelva (Moguer y Trigueros), Cádiz (Espera y Arcos de la Frontera), Córdoba (Priego de Córdoba), Granada (Loja y Riofrío), Almería (Vélez-Rubio y San Juan de los Terreros), Murcia (Alhama de Murcia y Archena), Alicante (Comala y Monóvar), Valencia (Chulilla), Castellón (Jérica), Albacete (Barrax) y Ciudad Real (Tomelloso). Queda mucha España, muchas islas, dos ciudades en el norte de África, muchas historias por contar, muchos lugares a los que volver. Otros, tal vez, a los que no. Pero hemos llegado a la conclusión de que viajar, moverse, abrir los ojos, escuchar lo que tienen que decir el viento, los árboles y algunos indígenas vale la pena. Si el año pasado terminamos citando unos preciosos versos de Ezra Pound , este año descubrimos que Dionisio Cañas , poeta de Tomelloso que se tomó un largo desvío de treinta años en Nueva York para acabar regresando al bombo de su pueblo, los quiere como su epitafio. No tiene mal gusto el poeta:

Dejad hablar al viento

Ése es el paraíso

No quiero irme sin volver a dar las gracias a quienes con generosidad fueron nuestros guías y anfitriones en algunas de las etapas más iluminadoras del camino: Odilo Sousa , en Celanova; Serafina Cornejo , en Doney de la Requejada; Desiderio Rodríguez, en Peñalba de Santiago; Mariví Lobato , en Buiza; Gerardo González , en Pajares de la Lampreana; Bosco Esteruelas , en Alcuéscar; Juan Gordillo , en el antiguo sanatorio de Las Poyatas; José Laso , en Barcarrota; José Manuel Godoy , El Tigre, en Valle de la Serena; Celestino Cuadri , en Trigueros; Santiago García , en Las Llanadas Altas de Loja; Alberto Domenzain , en Riofrío; Manolo Cortés , El Zorro, en Jérica, y Dioniso Cañas , en Tomelloso, o nos sugirieron perdernos en sus pueblos queridos, como Jorge Louzao en Peñalba, Andrés Gilibert en las Arribes de Salamanca, Carlos García Santa Cecilia en Barcarrota, Marta Nieto en el Valle de la Serena o Aurelia Medina en Priego de Córdoba. Sin ellos, nuestras carreteras secundarias hubieran sido mucho más anodinas, aunque solo por los paisajes de olivos, almendros, pinos y chopos, por los cerros, las hoces, las llanuras y las nubes, ya vale la pena perderse de la aridez de alma de esta época por esas carreras y preguntar en los pueblos olvidados. Si a algunos hemos ofendido, por ejemplo en Valencia de las Torres, Segura de León, San Juan de los Terreros, Alhama de Murcia o Monóvar, sepan que no fue el nuestro un animus injuriandi. Contamos lo que vimos como lo vimos, tratando de que los prejuicios no nos dejaran ver la realidad. Pero aceptamos las críticas con deportividad y pedimos disculpas si a alguno ofendimos.

Y como colofón, tres listas. Primero los hoteles a los que sin duda volveríamos: Aromas del Oza , en Peñalba del Santiago (para volver a hablar largo y tendido con Desiderio, el cocinero y propietario), Los olivos , en Arcos de la Frontera (por el trato exquisito, la elegancia, el desayuno, la forma de lavar la ropa…) y el Almazara , en Riofrío (por la maravillosa piscina entre olivares y tanto silencio). Luego los restaurantes y bares del camino: aparte de los churros de María Antonia en Cumbres Mayores, el mejor bacalao lo comimos en un sitio insospechado, el restaurante Los Arándanos , de Villablino. La comida más generosa, más bien preparada, más familiar, presentada en fuentes para que el hambriento se sirva con justicia, la celebramos en el Mesón de Cabornera , junto al pueblo leonés de Buiza. El mejor jamón, sobre una tostada cubierta con una colcha de salmorejo, en Frasquito , fino restaurante enclavado en otro sitio insospechado, donde según las últimas estadísticas hay más parados de España, la localidad gaditana de Espera . Los helados más deliciosos los tomamos todas las noches en la heladería Jijona , en plena plaza del Cabildo de Moguer. La mejor ensaladilla rusa en otra parada del camino que no habíamos previsto: en el restaurante El Abuelo , de Vélez-Rubio, donde Encarni engrandece el oficio de camarera. Y para cenar al final del camino, qué mejor sitio que el Alhambra , ahora a las afueras del pueblo, donde uno tiene la sensación de que la noche de La Mancha es como el mar y Tomelloso un pueblo americano, y donde Ramón Sánchez sabe atender con donosura a sus clientes, famosos como Antonio López o Félix Grande , y anónimos pero con tanta hambre y sed de justicia como ellos. Y ya basta, que el plumilla, como el mal torero, se encandila con su propio arte y lo estropea . Ya pueden dejar de leer aquí. Como colofón para numismáticos, ahí va la bibliografía, los libros que me han acompañado en este viaje por si a alguien le dan una pista para perderse por sí mismo: Viaje por Asturias y Galicia, de Richard Ford; Elogio del odio, de Khaled Khalifa; Novelas, II, de Azorín; Ruinas modernas, una topografía del lucro, de Julia Schulz-Dornburg; Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, y El juego de las nubes, de J. W. Goethe. Gracias, y hasta la vista.

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